Relaciones EEUU/Cuba
El último capítulo de la Guerra Fría
Estados Unidos vivió una tensión constante con Cuba durante la Presidencia de John F. Kennedy, cuando se bordeó un inminente holocausto nuclear
Cuba era la obsesión, con demasiado dinero en juego, aunque en ocasiones no fuera todo lo limpio que se quisiera. Hasta la entrada de Fidel Castro y sus guerrilleros en La Habana, la isla y su capital eran lo más parecido a un parque de atracciones para muchos estadounidenses. Hoteles y casinos, muchos de ellos controlados por mafiosos de la talla de Santos Trafficante y con el visto bueno del dictador Fulgencio Batista, convertían en zona de recreo este rincón del Caribe. Castro y los suyos se encargaron de acabar con aquello.
Dwight Eisenhower fue el primer presidente estadounidense en intentar plantar cara al nuevo régimen. Para ello empezó a programar una serie de iniciativas, algunas que rozaban lo ilegal, para acabar con Castro. Lo que apenas estaba abocetado fue asumido por el sucesor de Eisenhower en la Casa Blanca. John F. Kennedy heredó en enero de 1961 una guerra secreta en la que la CIA tenía un papel importante como organizadora. El director de la agencia, Allen Dulles, informó a Kennedy de la operación, cuya finalidad era la invasión. Para ello se contaba con el apoyo e implicación de un grupo de opositores a Castro deseosos de participar en lo que en un primer momento se llamó Plan Trinidad. Aquello desembocó en la fracasada invasión de Bahía de Cochinos que debía incluir el apoyo militar de Estados Unidos. Pero todo se vino abajo y las fuerzas cubanas supieron responder a los recién llegados. Kennedy se sintió engañado. Públicamente, entonó el «mea culpa» y se señaló como el único culpable, aunque añadió que «la victoria tiene mil padres y la derrota es huérfana». Enfadado, despidió a Allen Dulles.
Robert Kennedy encargaría a la CIA la puesta en marcha de varios planes para asesinar a Castro, todos fallidos: desde bolígrafos pistola a productos que podrían dejar al dictador sin barba. La agencia fracasó siempre.
Pero Bahía de Cochinos fue una anécdota comparada con la crisis que vivió el mundo entero, en la que se rozó el desastre nuclear, entre el 14 y el 28 de octubre de 1962. Fue el episodio más grave de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, con Cuba como telón de fondo. Todo empezó cuando aviones espías estadounidenses fotografiaron bases de misiles en la isla que apuntaban a suelo estadounidense. Era la confirmación de una vieja sospecha del presidente. Poco antes del descubrimiento, en julio de 1962, el dirigente soviético, Nikita Kruschev, había solicitado a Kennedy que no permitiera vuelos de reconocimiento sobre Cuba. En septiembre se tenía conocimiento de que Kruschev tenía misiles «defensivos» en el territorio de Castro, pero la prueba gráfica no llegó hasta unas semanas más tarde. Los aviones U2 captaban imágenes de misiles balísticos de alcance medio, así como de MRBM e IRBM, además de 21 bombarderos Il-28 de alcance medio en emplazamientos en construcción. Fidel Castro pasaba de ser el mejor aliado de la URSS a convertirse en el más peligroso para Estados Unidos.
Kennedy se encontró con dos opciones: el bloqueo o una invasión militar. Los halcones del Pentágono apostaban por la última opción, sin miedo a las consecuencias y a las más que probable respuesta soviética: una guerra nuclear que podría extenderse a Berlín, otro foco de la Guerra Fría. Un informe de la CIA del 23 de octubre de 1962, desclasificado hace dos años, señalaba esa posibilidad.
El Ex Comml, el grupo que gestionó la llamada crisis de los 13 días, sufrió todo tipo de presiones, especialmente del general Curtis LeMay, quien sostenía ingenuamente que los soviéticos no reaccionarían a un ataque en Cuba. El 22 de octubre de 1962, Kennedy se dirigió a la nación y anunció un bloqueo en Cuba por el descubrimiento de las bases. Tras varios días de tira y afloja, los barcos soviéticos que se dirigían a Cuba para apoyar a las bases dieron media vuelta. Luego se sabría que Kennedy había llegado a un acuerdo secreto con Kruschev, comprometiéndose a retirar los misiles estadounidenses instalados en Turquía, que apuntaban hacia la URSS.
Tras los 13 días, John F. Kennedy abrió una esperanzadora vía de comunicación con La Habana. Un periodista francés, Jean Daniel, se encargó de llevar los mensajes de Washington. Castro se mostraba ilusionado y se sinceró con Daniel: «Kennedy podría pasar a ser el presidente más grande de Estados Unidos, más grande que Lincoln». Pero todo aquello se suspendió abruptamente cuando se tuvo noticia de unos disparos en Dallas. Se sabe que Fidel Castro lloró.
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