Austria

900.000 votos deciden el futuro político de Austria

El sufragio por correo dirime hoy quién es el próximo presidente tras el empate técnico entre el ultra Hofer y el ecologista Van der Bellen

El ultranacionalista Norbert Hofer deposita esta mañana su voto
El ultranacionalista Norbert Hofer deposita esta mañana su votolarazon

El sufragio por correo dirime hoy quién es el próximo presidente tras el empate técnico entre el ultra Hofer y el ecologista Van der Bellen

Bajo la atenta mirada del resto de Europa, los austriacos eligieron ayer a su nuevo jefe de Estado en las elecciones presidenciales más reñidas desde el final de la II Guerra Mundial. El escrutinio mostró un país polarizado entre los partidarios del ultraderechista Norbert Hofer, de 45 años, y el ecologista Alexander Van der Bellen, de 72 años, que anoche se acostaron sin saber quién había triunfado. El empate técnico entre ambos obliga a esperar a que se cuenten hoy los 900.000 votos por correo, un 14% del censo electoral. Con el 51,9%, el candidato del ultranacionalista Partido Liberal (FPÖ) aventaja por sólo 144.006 sufragios a su rival europeísta, que suma un 48,1% de apoyos.

Ante el fracaso de los institutos de sondeos, que fueron incapaces de predecir la victoria del aspirante ultra en la primera vuelta del 24 de abril, nadie quiso soltar las campanas al vuelo tras difundir la televisión pública ORF un sondeo que dibujaba un virtual empate entre ambos aspirantes a ocupar el palacio de Hofburg: un 50,2% de votos para Hofer frente al 49,8% para Van der Bellen. El resultado, en suma, estaba en manos del 1,8 millones de austriacos que votaron a otros candidatos hace un mes y los otros dos millones que se abstuvieron. Pese a la expectación electoral, la participación alcanzó el 71,9%, apenas tres décimas más que el 24 de abril.

El escrutinio muestra un país dividido socialmente en el que las mujeres, los habitantes de las grandes ciudades y con mayor formación han respaldado al ecologista, mientras que los hombres jóvenes que viven en el campo y en los barrios obreros se han decantado por el derechista. Esta radiografía demográfica sirvió a Hofer para atacar a a Van der Bellen en un reciente debate televisivo en el que le reprochó que «tú necesitas la ‘crème de la crème’, al grupo ‘inteligente’. A mí me apoyan los verdaderos ciudadanos».

Anoche, en cambio, ambos prefirieron mostrarse cautos, aunque optimistas. «Nadie deseaba un resultado como éste. Queríamos dormir bien esta noche, pero ahora tenemos que esperar hasta mañana. Estamos muy cerca del triunfo», declaró Hofer. Tras poner en el punto de mira a los refugiados, a los que culpa del aumento del paro y la criminalidad, el vicepresidente del FPÖ reconoció que «sea quien sea el ganador tendrá que volver a unir a Austria».

Mientras, Lothar Lockl, director de la campaña de Van der Bellen, aseguró que, aunque el resultado «está muy ajustado, «tenemos opciones, pues el partido se va a la prórroga». Aglutinando el voto de todos aquéllos que se oponen a ver cómo Austria se convierte en el primer país europeo desde la II Guerra Mundial presidido por un ultraderechista, el dirigente ecologista confía en el favor del voto por correo. En la primera vota contribuyó a reducir en 2,2 puntos su diferencia con Hofer.

Van der Bellen avisaba a los electores de la disyuntiva a la que se enfrentaban: «Esta elección es una decisión entre un estilo cooperativo y otro autoritario». Hijo de la posguerra tras la ocupación nazi, el viejo economista recordó que «he sido testigo de cómo Austria se levantó de las ruinas de la II Guerra Mundial causada por la maldad del nacionalismo».

Sea quien sea quien se alce con la victoria, estas presidenciales han provocado un auténtico «tsunami» político en Austria. Los electores han castigado a los dos partidos que han dominado la I República (la mayor parte del tiempo en Gran Coalición) al dejarlos por primera vez sin opciones de ocupar la Presidencia. Los candidatos del Partido Socialdemócratas (SPÖ) y del Partido Popular (ÖVP) obtuvieron el 11% de los votos cada uno, muy lejos de los «outsiders» Hofer (35%) y Van der Bellen (21%). La llegada de 95.000 solicitantes de asilo a Austria en 2015 y la subida del desempleo han aumentado el malestar con un Gobierno paralizado por sus diferencias internas e incapaz de poner en marcha las reformas que el país necesita.

Tal fue la debacle electoral que el SPÖ relevó al desgastado Werner Faymann por Christian Kern, exitoso director de la empresa nacional de ferrocarriles, como líder y canciller. Sin andarse por las ramas, el nuevo primer ministro advirtió de que «si no podemos revertir esta tendencia, esto [la coalición] va a desaparecer del mapa, y merecidamente».

El relevo puede, según los analistas, influir en el electorado. «Tras la primera vuelta Hofer era el claro favorito, pero ahora se han producido cambios en el Gobierno que tienen que ser considerados», declara a la agencia France Presse el politólogo Hubert Sicking, que no descarta «un efecto Kern» en el electorado.

La jefatura de Estado, con más atribuciones protocolarias que políticas, es para la derecha populista un mero paso para alcanzar el poder en las elecciones de 2018. Hasta entonces, el FPÖ contaría con Hofer como aliado para entorpecer el trabajo de la Gran Coalición y ampliar su actual ventaja en los sondeos. El aspirante ultra ya ha advertido de que será un «presidente activo» que no dudará en provocar la caída del Gobierno si éste no garantiza la seguridad de las fronteras.

Más allá del debate político interno, Austria amenaza con volver a convertirse en un dolor de cabeza para Bruselas. Ya lo fue en 2000 tras la entrada en el Gobierno del ultra Jörg Haider en coalición con los conservadores del ÖVP. Aquel experimento costó a Viena sanciones y condenas por parte de sus socios comunitarios.

De ahí que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no disimule su preocupación. «La perspectiva de ver a la extrema derecha con fuerzas me obliga a decir que no me gusta», reconocía a «Le Monde». «A los austriacos no les gusta escuchar esto, pero no me importa: no existe debate ni diálogo con la ultraderecha», advertía.