Grecia

Hastío griego tras la pesadilla populista

El fracaso de Syriza hace mella en los ciudadanos que confiaron en los radicales para estabilizar el país

Un comerciante camina cargado con sus mercancías por una céntrica calle de Atenas
Un comerciante camina cargado con sus mercancías por una céntrica calle de Atenaslarazon

Justo después de la dimisión de Alexis Tsipras y la convocatoria de elecciones, encontramos esta viñeta en uno de los principales rotativos helenos. Aparece el ex primer ministro sentado a la orilla del mar con una caña de pescar. Un hombre se acerca y le pregunta: «¿Has pescado algo?». «Nada», responde. «¿Algún mordisco?», insiste. «Nada», contesta. «¿Y qué utilizas como anzuelo?», se sorprende el hombre. «Nada», dice por enésima vez. La pregunta final suena a desafío: «¿Y entonces qué estás haciendo aquí?». «Lo mejor que puedo», responde Tsipras.

Esa sensación de resignación es la que invade a la mayoría de griegos, al igual que «bastante cansancio» después de siete meses de turbulencias políticas. Así se siente Lina Skaroulis, quien sostiene que «la incertidumbre es la peor receta para curar a Grecia». El que era primer ministro hasta hace tres días les prometió «calma» tras el acuerdo con los socios. Apenas un mes después, «estamos en la misma situación», considera Lina. Son las cuartas elecciones en tres años: «Esto es un círculo vicioso, da igual quien gobierne. Para eso que escojan un primer ministro los acreedores y nos ahorramos todo esto», añade.

Ese hastío domina entre la población helena desde hace al menos tres años, cuando se firmó el segundo programa de rescate. Una muestra de ello fue el cese de las protestas en la calle. El conocido como «efecto Syriza» –la llegada al poder de los izquierdistas en enero– trajo un rebufo de «esperanza» que apenas ha durado seis meses. El giro diametral del Gobierno de Tsipras tras la abrumadora victoria del «no» al rescate en el referéndum supuso un jarro de agua fría para los griegos, que vieron cómo su voto no tenía ninguna importancia.

El líder izquierdista se convirtió entonces en un nuevo «títere» de los acreedores, y especialmente de Alemania, como apunta Igor Roumelidis, quien apoyó a Tsipras con la «ilusión» de poner el fin a la austeridad y cambiar el rumbo del país. «Ha acabado por ser un nuevo Papandreu [primer ministro socialista de Pasok] y Samarás [primer ministro conservador para Nueva Democracia]», como retrataron gran parte de los medios helenos tras la firma del tercer rescate.

«Si no podía cumplir sus promesas, que no las hubiese hecho», asegura el hombre de 53 años. Para él toda la gestión de estos meses de negociaciones ha sido un «fracaso», así como la decisión de convocar elecciones anticipadas, que» se podrían haber evitado con la formación de un Gobierno de coalición». Eso mismo opina el líder de Nueva Democracia, el conservador Vangelis Meimarakis, quien tratará hasta hoy de formar Ejecutivo junto con otras fuerzas, aunque las posibilidades de éxito son escasas.

A pesar de su descontento con Syriza, Igor tampoco se fía de los otros partidos: «Todos quieren tener el poder a cualquier coste, como también ha demostrado Tsipras». La ronda de contactos que mantiene Meimarakis con el resto de grupos puso de manifiesto esta afirmación. En la primera reunión con el líder de To Potami, el liberal Stavros Theodorakis, este último se centró en la celebración inminente de elecciones más que en intentar evitarlas. Theodorakis insistió en que su formación podría ser parte de un nuevo Gobierno y que buscarán dar voz a la «Grecia silenciosa»: la participación rozó el 64% en las pasadas elecciones de enero.

Por su parte, la nueva formación surgida de la escisión de Syriza, la llamada Unidad Popular, también estableció ya su ratio de electorado desde el mismo día de su creación. Será el 62% de griegos que votaron en contra del acuerdo en el referéndum de comienzos de julio. Un objetivo pretencioso teniendo en cuenta el escaso margen para encontrar un hueco en el tupido espectro político griego. «¿Qué ofrece de nuevo Unidad Popular? La vuelta al dracma. Eso ya lo hace el Partido Comunista (KKE)», señala Vassilis Konstantidis, dueño de un quiosco en el centro de Atenas. Aunque el líder de la nueva formación, Panayotis Lafazanis, afirmó que esa salida del euro sería «ordenada», ese argumento parece difícil quepueda calar entre la sociedad helena. Las encuestas indican que tres de cada cuatro griegos prefieren seguir en la eurozona.

Tampoco Tsipras desaprovechó la oportunidad de poner sobre la mesa sus líneas maestras ante la potencial cita electoral en el mismo discurso a la nación en que presentó su dimisión y propuso la convocatoria de elecciones. Una maniobra premeditada –además de obligada por la brecha interna en su partido– para dejar sin tiempo de organizarse a los disidentes de Syriza ni al resto de la oposición. Nadie quería elecciones, excepto él, consciente de que encabeza todos los sondeos con una amplia ventaja y de que dispone de posibilidades reales de obtener una mayoría absoluta.

Para muchos, entre otros el líder de Unidad Popular, ese gesto «no presagia buenas intenciones», como tampoco «honra al país ni a su gente», pues ha cogido desprevenidos tanto a los díscolos de Syriza como a la población del país. La mayoría de los griegos veranea en sus pueblos. En el mes de agosto la capital griega –donde reside cerca de la mitad de los 11 millones de habitantes de Grecia– se convierte en un desierto de tiendas cerradas y tráfico fluido. Un escenario poco común para convocar unas elecciones. En la cuna de la democracia, motivo histórico de orgullo para Grecia, ir a las urnas se ha convertido en un ritual, un suplicio innecesario. Porque como escribía Ilias Makris en su viñeta: «Nada». Nada va a cambiar, consideran Roumelidis, Skaroulis, Konstantidis y tantos otros griegos.