Política

Francia

Hollande Año I: la frustración de Francia

Cartel de François Hollande durante la campaña electoral de 2012
Cartel de François Hollande durante la campaña electoral de 2012larazon

El presidente socialista francés dilapida en doce meses la elevada popularidad con la que llegó al Palacio del Elíseo

Había prometido «el cambio, ahora», la ruptura con su antecesor y con su turbulenta concepción de ejercer la presidencia, a golpe de anuncio y de sobreexposición mediática, pero un año después, los franceses siguen esperando. Aquellas esperanzas depositadas en François Hollande, en mayo de 2012, se han volatilizado en buena parte.

El presidente socialista llegó al Elíseo con un poderoso capital de popularidad y ya ostenta el dudoso honor, entre los mandatarios galos de las últimas décadas, de ser el que más rápidamente lo ha esquilmado, rozando mínimos históricos. Sólo un 24% de los franceses le otorgan aún su confianza, según recientes sondeos. Y sólo han pasado doce meses. Pero en este tiempo, Hollande no ha sabido marcar un rumbo claro a su acción política. Ni dotar de autoridad suficiente a la función presidencial. Con lo que su talento para hacer equilibrios, huyendo del enfrentamiento y el conflicto, se ha interpretado como una incapacidad para tomar decisiones. Salvo contadas excepciones, como la rápida intervención militar en Mali que le dio, de paso, una bocanada de oxígeno.

Pero su caída ha sido fulgurante. Concentrado en ejercer de «presidente normal» para distanciarse del anterior inquilino elíseo, Hollande ha tardado mucho tiempo en darse cuenta de que si el «antisarkozysmo» le valió como estrategia para ganar las elecciones, sin embargo, con eso no se gobierna un país. Su periodo de gracia no duraría ni tres meses. Como pronosticaban muchos analistas, el realismo económico acabó atrapándole pasado el verano y unas vacaciones presidenciales que los franceses han juzgado como un abandono momentáneo del poder en plena tempestad.

Sesenta promesas conformaban su hoja de ruta para los próximos cinco años, pero entre ellas ni un atisbo de «austeridad», la palabra prohibida. Sin embargo, con los indicadores macroeconómicos al rojo vivo y una tasa de paro que en veintitrés meses seguidos no ha dejado de subir, el presidente socialista anunciaba en septiembre el mayor ajuste presupuestario de los últimos treinta años. ¿Por qué llamarlo «rigor» cuando se puede elegir el sutil eufemismo de «seriedad presupuestaria»? En total: subidas de impuestos y recortes por casi 40.000 millones de euros para cuadrar el Presupuesto de 2013 y pese a todo acabar renunciando a su compromiso de reducir el déficit al 3% este año. Pero no es la única promesa defraudada. La inversión de la ascendente curva del paro a finales de este año también parece comprometida. Otras, como la concesión del voto a los extranjeros residentes no comunitarios para las elecciones locales duermen encerradas en un cajón y pospuestas «sine die».

Entre las promesas cumplidas, la más simbólica de sus reformas sociales, la del matrimonio homosexual, ha hecho aflorar una importante fractura en la sociedad francesa, movilizando casi dos millones de personas en la calle contra una iniciativa que, según sus adversarios, «hace tambalear el esquema tradicional de familia». Ayer mismo, a pesar de que la ley es ya una realidad, volvieron a salir a la calle sus detractores.

Además, la dimisión del ministro de Presupuesto, Jérôme Cahuzac, por evadir dinero en Suiza no sólo ha sido un mortífero golpe para Hollande y su modelo de «República ejemplar», sino que ha dado argumentos a la oposición conservadora, y a la UMP (Unión por un Movimiento Popular) en particular, para atacar y desacreditar al Gobierno socialista.

Pero quien más parece haberse beneficiado de los «affaires» que sacuden tanto a la izquierda como a la derecha (la imputación de Nicolas Sarkozy en el «caso Bettencourt» por financiación ilícita de su campaña o la investigación contra Christine Lagarde en el «caso Tapie») es el Frente Nacional de Marine Le Pen. La ultraderechista aseguraba recientemente que el número de afiliados se ha multiplicado en estos meses y preparan ya la batalla de las municipales. De hecho, varios sondeos indican que, si la primera vuelta de las presidenciales se celebrara ahora, Sarkozy llevaría la ventaja seguido de Marine Le Pen, eliminando así de la segunda vuelta a François Hollande.

La impopularidad del socialista ha contagiado incluso a sus propios aliados. Cada vez son más en la extrema izquierda y en el ala más radical del Partido Socialista los que dudan de él y rechazan el volantazo liberal de su política. Liderados por Jean-Luc Mélenchon, cuyo apoyo permitió a Hollande ganar las presidenciales del pasado mayo, los decepcionados del «hollandismo» se manifestaron ayer para reclamar un nuevo rumbo al Ejecutivo. Pero el presidente Hollande, desde su elísea torre de marfil, parece ajeno al ruido de la calle y al que procede de sus propias filas. «Desde el principio mi línea es una: nunca dejarme impresionar, seguir mi camino. Y tratar de que sea el bueno». La pregunta es si sabe adónde va.

LAS PROMESAS NO CUMPLIDAS

Renegociar con Berlín el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE firmado por el ex presidente Nicolas Sarkozy.

Reducir el déficit público hasta dejarlo en el 3% en 2013.

Reorientar el presupuesto europeo a la baja por primera vez en la historia de la UE

Incluir en la Constitución

los principios de la Ley de 1905 sobre laicidad

Concesión del derecho a voto de los extranjeros no comunitarios en las municipales

Invertir la curva de paro,situado en el 10,2% de la población activa