Argentina
Jorge Klainman: «La bala me entró por la pierna y volvió a salir»
Jorge Klainman sonríe mucho. Bromea con su edad –«casi 87»–, asegurando que aparenta menos, y con lo joven del aspecto de su esposa «Tere» a la que conoció en Argentina y de la que durante muchos años, ya casados, no supo ningún detalle de la vida de su elegido. «Sabía que era un superviviente porque no tenía familia y tenía que entender que no caí de la nada. Decidí rodearme de un muro que yo mismo construí», explica Klainman. Recibe a LA RAZÓN pocas horas antes de partir hacia España contando, con una mezcla de orgullo y sencillez, que relatará ante el Senado su experiencia durante la Shoá.
Cuando hace unos años sintió un auge en los negadores del Holocausto decidió no callar más. «Resolví empezar a contar mi verdad, lo que viví, la familia que perdí, los horrores de la Shoá... porque si permanecía callado, era como colaborar con los negacionistas». Lo primero fue escribir su autobiografía, que tituló «El séptimo milagro» –15 ediciones, en español, y traducido a inglés y a hebreo–. «La verdad es que al terminar de escribir, lo leí y a mí mismo me costaba creer que todo eso había ocurrido», nos dice desde el salón de su apartamento. «Por eso decidí viajar a Polonia».
Eso significó un viaje nada fácil con su esposa, a la que mostró todos los campamentos de concentración en los que había estado y con la que llegó al último edificio en el que había vivido con su familia. Aunque a la casa, no tuvo fuerzas de entrar. «Quedé petrificado frente a la puerta. Fue un viaje agotador emocionalmente». Y es que extenúa hasta escuchar un resumen de su historia, pero también sirve para comprender cómo de cerca estuvo de la muerte. Como aquella vez que junto a otros 99 niños fue «elegido» para una fusilación con especial ensañamiento y de la que quedó vivo porque al oír los disparos se desmayó. «La bala me entró por la pierna y volvió a salir». Las otras no le pegaron, ya que los cadáveres de sus compañeros le cayeron encima protegiéndolo.
Klainman nació en la ciudad de Kelce en Polonia y tenía once años cuando estalló la guerra. Eran seis en la casa: sus padres, tres hermanos y él, el menor. No quedó nadie, aunque uno de sus hermanos había sobrevivido y hasta llegó a luchar junto a los partisanos, murió poco después por un ataque de apendicitis.
«Pasé por cinco campos de concentración y exterminio, durante tres años y medio», relata. «Cuando me liberaron los estadounidenses del último, que era una filial de Mauthausen, tuve que ir a un hospital para que me alimentaran». De ahí fue a Italia , buscó durante dos años, infructuosamente, a su hermano y, finalmente, decidió viajar a Argentina donde tenía una única familiar viva, una tía, que ya había llegado a Suramérica en 1923.
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