La amenaza yihadista
La Barcelona vacía de Antoni y Dolors
Era la primera vez que el matrimonio de septuagenarios viajaba fuera de Cataluña. Son las últimas víctimas de la sinrazón.
Antoni Cirera y Dolors Sánchez vivían en un piso del número 21 de la calle Conca, en el tranquilo barrio barcelonés del Camp de l’Arpa, distrito Nou Barris. Una zona de clase media, popular. Llevaban 45 años viviendo allí, y eran bastante conocidos en estas calles, pese a que muchos de los vecinos declinaron opinar o explicaban lo que saben sobre la pareja fallecida en el atentado terrorista de Túnez.
Tenían dos hijos varones, que no han querido hacer declaraciones estos días. Los fallecidos tenían 75 años, él, y 73 ella. Además, un nieto vivía con ellos en los últimos tiempos. Universitario, estudia en Barcelona. La primera parada es en el bar Lisboa, un establecimiento al que solía acudir el matrimonio fallecido y en el que destacan que eran muy discretos. El camarero de este local señala otro de los puntos que figuraban en la lista de Antoni y Dolors. Se trata de un centro comercial del barrio, que hace las veces de mercado, y al que al parecer solía ir a comprar la pareja fallecida. En la floristería, como en la zapatería, también los recuerdan, aunque la mayoría de los propietarios prefieren no hacer declaraciones, ya que la noticia ha caído como un jarro de agua fría en el barrio y no les salen las palabras. En el mercado la gente no para de hablar de lo sucedido y comentan que al matrimonio le gustaba mucho caminar, una opinión que se ha repetido en la mayoría de los testigos consultados por este diario. Uno de sus sitios favoritos eran los Jardins de Can Miralletes, a menos de 20 metros de su casa.
Iban a menudo a este medio centro comercial medio mercado, pero su pescadería favorita era otra. El establecimiento se llama «Loli» y está en la calle Córcega. La propietaria y única dependienta, Loli Navarro, habla con LA RAZÓN mientras atiende a unas clientas. Rápidamente se nota que conocía bastante al matrimonio fallecido. «Unas personas muy cercanas que te trataban de tú a tú», cuenta.
Explica que iban dos veces por semana a esta tienda, y, de nuevo, que les gustaba mucho caminar e ir a la montaña. Loli no está segura de que el crucero con parada en Túnez fuera el primer viaje importante en la vida de Antoni y Dolors, aunque todo parece indicar que así fue. El crucero fue un regalo de sus hijos, por las bodas de oro que celebraban sus padres, que terminaron de forma trágica. Fueron tiroteados por terroristas del Estado Islámico, y sus cuerpos ya fueron repatriados en un avión fletado por el Gobierno.
Loli cuenta que el matrimonio estaba muy ilusionado con el viaje, «especialmente ella, incluso más que él». Explica también que Antoni disfrutaba especialmente de sus excursiones a la montaña para disfrutar de sus aficiones favoritas, la pesca y la caza. En este sentido, dedicaba especial atención a cazar perdices. Estas actividades cobraron importancia al jubilarse Antoni, después de haber trabajado como químico en la antigua empresa cervecera Moritz. Da la sensación de que más a dos clientes, Loli ha perdido a dos personas muy cercanas a ella y a su comercio.
«Eran muy queridos»
A escasos metros del domicilio se encuentra un herbolario al que la pareja de jubilados acudía con bastante frecuencia. Después de atender a un cliente, la propietaria responde con un tajante «no quiero decir nada» cuando se le pregunta por el matrimonio. Se le pregunta el motivo, pero no presenta ninguno, quizá harta de preguntas de periodistas. Sin embargo, su hija, Sonia Prado, que también trabaja en el establecimiento, sí que contó, con tristeza, que «cada semana me hacían un encargo, y antes de ir a Túnez me dijeron que esa semana no vendrían». Fue una de sus últimas visitas a alguna de las tiendas del barrio.
Más reacios a hablar son los vecinos. Ninguno quiere decir nada e, incluso, un hombre mayor, espera en el portal hasta que el fotógrafo haya desaparecido de su vista. Todos están muy apenados por la muerte de sus amigos. Lo poco que ha trascendido estos días de declaraciones de los residentes en el mismo bloque no va más allá de los tópicos. «Eran muy queridos y conocidos en el barrio», dijo una vecina. La mayoría opta por no decir nada, «por respeto a la familia». No obstante, en el aire permanece una especie de mezcla entre conmoción y estupor, al llevar el matrimonio viviendo tantos años en el inmueble. Algunos recuerdan al matrimonio preocupado, por el accidente de su perra en el ascensor.
El matrimonio fallecido también acudía a una conocida casa de apuestas, situada muy cerca de su domicilio. El dependiente explica que él normalmente no está al frente del establecimiento, tarea a cargo de su mujer, que sí que conocía a los fallecidos, y también a sus hijos. Ellos los conocían bien. Uno de ellos, Agustí, trabaja como aparejador municipal en el Ayuntamiento de Alcanar (Tarragona).
✕
Accede a tu cuenta para comentar