Venezuela

La generación perdida de Venezuela

Brizuela asegura que la violencia social le ha obligado a salir del país
Brizuela asegura que la violencia social le ha obligado a salir del paíslarazon

Estudiar para ellos supone un lujo porque los ingresos no les llegan ni para hacer tres comidas al día. Los jóvenes venezolanos emigran ante la falta de expectativas e inseguridad que impera en el país .

Freddy Sánchez, 20 años. Estudiante de Bellas Artes. «He visto cómo matan a la gente en la calle. Yo no puedo seguir aquí»

«Quiero vivir. Vivir y no subsistir como ocurre aquí en Venezuela». Así de tajante se muestra el joven Freddy Sánchez para, a continuación, asegurar que en unos días se instalará en Perú. Para este estudiante de artes plásticas y trabajador de un «call center», Google se ha convertido en su principal aliado en la búsqueda de todo lo necesario para emprender un viaje en autobús hacia su nueva vida. Su hermana emigró hace dos años y hasta hace poco fue quien le ayudó con sus estudios. Ahora lo que le ha pagado es el billete para salir del país. «Desde pequeño siempre quise independizarme y veo que aquí hay personas que después de los 30 siguen viviendo con sus padres, ya que no tienen cómo comprar una vivienda y eso me impulsó a irme. No será fácil, pero ya me da igual», asegura a LA RAZÓN. También dice que no quiere ser el próximo en la lista de los casi 28.000 asesinados al año pasado en Venezuela por la inseguridad y la violencia. Varios episodios desagradables de inseguridad entre sus conocidos y amigos fueron lo que le llevaron finalmente a decidirse. «He visto cómo matan a gente. Cómo roban a personas en la calle. Yo salgo muy temprano de casa y regreso en la noche. Eso me da temor. Son tantas cosas las que pasan en las calles que pienso que algún día me podría pasar algo a mí», lamenta. Sus objetivos ahora son trabajar y reunir el dinero suficiente para continuar estudiando fuera y al mismo tiempo poder ayudar a su familia que se queda en el país, en un momento en el que la situación social y económica es insostenible y la dictadura chavista no deja lugar a aquellos que opinan diferente.

Lucila Gainza, 21 años. «Mi padre perdió la pierna por falta de medicamentos»

Tuvo que dejar sus estudios porque el dinero no le llegaba. Con 21 años de edad, Lucila Gainza es madre de un niño de tres años y se vio obligada a salir de su Barinas natal en busca de una mejor vida para ella y su pequeño, ya que el padre del niño está ausente. Abandonó su carrera de Ingeniería Mecánica en la Universidad de las Fuerzas Armadas (UNEFA) y hasta ahora trabajaba de dependienta, empleo que compaginaba con la venta nocturna de perritos calientes. Estos días prepara las maletas para migrar a Colombia. «Lo que gano no me llega para vivir, es muy duro todo lo que pasa en Venezuela. Mi familia me apoya, pero nadie quiere que sus seres queridos estén lejos, y menos sin saber qué les va a esperar. Pero la situación en mi casa es insostenible. Mi padre se quedó sin empleo tras cerrar el taller mecánico donde trabajaba. Luego le amputaron una pierna por no conseguir los medicamentos para la diabetes. No hay ingresos y la nevera está vacía igual que el estante de medicinas», explica Lucila.

Pese al dolor, la joven tomó esta decisión el día en que se encontró a su madre llorando «porque no tenía dinero para comprar el uniforme de su hermano pequeño y la ropa que llevaba estaba destrozada», dice. «Fue un momento crítico, así que opté por marcharme del país, agrega. Eligió Colombia, Cúcuta concretamente, por la cercanía con Venezuela y porque ha sido, a su juicio, uno de los países que más sensibilidad ha mostrado con lo que nos está ocurriendo por culpa del chavismo. «Mi madre pidió dinero prestado para pagar el pasaje y para que tuviese una pequeña bolsa de ahorros con la que subsistir los primeros días. Fue muy duro porque mis padres y mis hermanos tampoco pueden quedarse sin nada», lamenta.

Jorli Brizuela, 23 años, estudiante de periodismo. «Mi madre llora y me pide que no me vaya, pero es que no tengo ni para comer»

El sueño de Jorli Brizuela, de 23 años, es estudiar expresión corporal o artes escénicas en la meca del espectáculo: Broadway. Pero la realidad es que en unos días cogerá un autobús desde Caracas hacia Perú. La travesía incluye unos tres o cuatro días en varios autocares, duchas en baños de gasolineras y comida de carretera. Dejó a medias la carrera de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello y su trabajo como comunnity manager. «Voy a hacer el viaje de Caracas a San Cristóbal (Estado de Táchira), de San Cristóbal a Cúcuta (Colombia), de Cúcuta a Ecuador y de allí a Perú. Decidí irme porque aquí la situación es insostenible. No hay ni comida», explica. «Hace un par de años pesaba 100 kilos y en pocos meses bajé diez. Ahora no llego a los 85. He pasado mucha hambre. A veces cenábamos un vaso de leche, otras avena sin leche. No podíamos comprar pollo, ni carne, ni pescado ni huevos y la bolsa de comida no llega porque nos la roban», relata con tristeza. Así que ahora ha optado por sacrificar lo que tenía, especialmente el amor de su familia. Además, la violencia que se vive en las calles también le ha ayudado en su decisión. Jorli tuvo que dejar sus dos trabajos, las clases en la universidad eran irregulares y se le hacía cuesta arriba costear la matrícula. En Perú, espera poder trabajar para pagarse sus estudios y poder comer. El dinero para pagar el pasaje en autobús se lo prestó alguien desde el exterior y tendrá que pagárselo con sus primeras ganancias. Su madre no está de acuerdo con la decisión que tomó. «Llora, me dice que no entiende por qué tengo que irme de nuestra casa», asevera.