Adiós a Mandela
La herida abierta de Suráfrica
La desigualdad se agrava con la aparición de una élite corrupta cercana al CNA
La desigualdad se agrava con la aparición de una élite corrupta cercana al CNA
El siglo de África –del que cada vez se habla con más fuerza– no puede entenderse sin el peso y la importancia de Suráfrica. Sin embargo, a día de hoy, esa joven democracia que sorprendió al mundo en 1994 de la mano de Nelson Mandela, no sólo ha perdido a su héroe. En el último año y medio, el país se ha enfrentado a los peores disturbios desde el final del contestado «apartheid». Se han entremezclado huelgas salvajes con violentas respuestas policiales y una engorrosa lucha por el liderazgo dentro del gobernante y omnipotente Congreso Nacional Africano (CNA).
Durante los 27 años en los que Mandela estuvo encerrado –paradójicamente un periodo del que no se tienen ni imágenes ni palabras suyas– adquirió tal notoriedad que la oposicion surafricanana –encarnada principalmente por el Congreso Nacional Africano– supo sacarle todo el provecho. Atrajo la empatía de casi todo el mundo, y el movimiento contra el «apartheid» se convirtió en el movimiento social más importante del siglo XX y, probablemente, en el más global.
Ese enorme «atractivo» sirvió a Mandela después de su liberación para lanzarse al mundo, como gran diplomático y principal imagen del país, para decirle que Suráfrica tendría éxito gracias a la reconciliación y el consenso –las claves de su presidencia– pero sin olvidar el comercio, las inversiones y el turismo. Y lo consiguió: sacó a su país del férreo aislamiento en el que estuvo durante décadas y le llevó a sumergirse en la economía de mercado y a codearse con los BRIC. Sin embargo, lo que los sudafricanos llamaron la Nación del Arcoiris –como la describió en 1994 tras las primeras elecciones el clérigo y pacifista Desmond Tutu– no llegó a materializarse. Mandela fue el primero en darse cuenta que cinco años –lo que duró su presidencia– no eran suficientes para cicatrizar todos las heridas y desigualdades sociales. Y a día de hoy esas divisiones –cada vez más patentes entre clases que entre razas– persisten y evolucionan con la aparición de una nueva élite corrupta y adinerada que se mueve en las inmediaciones de la clase política gobernante. Que Suráfrica se haya convertido en una democracia de un solo partido –sin alternancia politica– tiene sus consecuencias, y las vemos hoy más que nunca.
La pérdida de un referente moral como Nelson Mandela debe abrir en Suráfrica un nuevo debate sobre las desigualdades, la pobreza, la corrupción, el crimen y la xenofobia que se expanden peligrosamente por todo el país. Un debate que, sin embargo, no debería mirar hacia atrás para analizar el legado de «Madiba», sino que debería centrarse en los retos y en los peligros del futuro.
Las elecciones de 2014
El primero y más determinante serán las próximas elecciones presidenciales de 2014. Nadie duda del uso y maluso que se hará de la imagen de Mandela durante la campaña electoral, sobre todo por la creciente insatisfacción de la ciudadanía con su clase política gobernante. Y el resultado en las urnas puede ser demoledor, algo que, por otra parte, ni los surafricanos, ni el continente se lo pueden permitir. Suráfrica sigue siendo una joven democracia que va a cumplir veinte años, y necesita urgentemente una nueva dirección.
Y si los surafricanos quieren de verdad honrar la memoria de su gran conciliador, de su líder carismático, de su mentor, deberán empezar a mirar hacia adelante, hacia el siglo XXI, hacia el siglo de África.
*Investigadora del Real Instituto Elcano
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