Inmigración
La política migratoria y el auge del progresismo antidemocrático
“El problema de la migración ha cambiado los términos del debate político, mostrando una nueva luz a los problemas de justicia y de clase”
“El problema de la migración ha cambiado los términos del debate político, mostrando una nueva luz a los problemas de justicia y de clase”
El problema de la migración ha cambiado los términos del debate político, mostrando una nueva luz a los problemas de justicia y de clase. Pero, sobre todo, el debate sobre la política migratoria parece ser parte de una larga batalla sobre la misma democracia.
Como muchos países de la Unión Europea, Israel tiene ahora una comunidad sustancial de inmigrantes ilegales, sobre todo de África. Como en Europa, los medios israelíes se suelen referir a los migrantes simplemente como refugiados, pero el término solo disimula esta realidad.
La mayoría de estos migrantes se han asentado en los vecindarios del sur de Tel Aviv, con alta demanda de trabajo no cualificado y fácil acceso a transporte público y servicios sociales. Dado el predominio de jóvenes y hombres, no sorprende que las tasas de criminalidad per cápita sean tres o cuatro veces mayores que la media nacional. Aquí se establece otro paralelismo con la situación europea: la policía israelí ha publicado recientemente estas estadísticas después de años de esquivar peticiones de hacerlo, con el miedo de que pudieran aumentar los prejuicios.
En los recientes meses, los barrios del sur de Tel Aviv se han convertido en escenarios recurrentes de peleas callejeras entre bandas rivales de migrantes con armas blancas como cuchillos, piedras, barras, entre otras. Los medios convencionales son reticentes a dar a conocer estos incidentes, dejando que el problema tome vida a través de internet.
El sistema legal israelí, como sus homólogos europeos, no está diseñado para manejar esta actividad criminal a gran escala por individuos cuya indentidad y paradero no son conocidos y que tienen débiles vínculos con la comunidad que los rodea. Cerca de la mitad de acusaciones contra migrantes en 2018 nunca han llegado a juicio porque los sospechosos no han podido ser localizados por la policía.
Muchos israelíes temen que el Estado se convierta en una válvula de escape segura para las crisis humanitarias de un continente largamente afectado por la pobreza como África.
Pero hay más en juego. No es solo una cuestión de decisión política, sino una lucha sobre quién decide. En esto tampoco está solo Israel. En muchos países, la política migratoria se ha vuelto una prueba decisiva para la propia soberanía democrática. Ésta compite con instituciones internacionales y las estructuras políticas supranacionales que promueven la universalidad de los derechos humanos. Esto podría no ser apreciado de forma inmediata, sino que se debe indagar en los detalles.
Las ONG internacionales tienen una presencia excepcionalmente fuerte en Israel, por las particularidades del conflicto palestino-israelí. Así, cuando la inmigración ilegal aparece en la agenda política, pueden luchar por sus políticas preferidas a través del sistema legal. Cargadas de dinero de otros países, estas organizaciones han construido un equipo de abogados preparados para apoyar a los inmigrantes ilegales en infinidad de formas: batallas legales contra las medidas políticas, causas criminales, peticiones de asilo, por nombrar algunas. Las ONG consiguieron bloquear la mayoría de políticas contra la inmigración ilegal.
Pero hay un plan en el que perseveró el Estado: una valla en la frontera con Egipto. Había más iniciativas políticas diseñadas para subrayar el mismo mensaje. Una era el "Fondo de salida"creado por la única ONG que estaba a favor del Estado. La idea era retener una porción de los salarios que se devolverían una vez que abandonaran Israel. Esta política fue parcialmente mermada por los juzgados. La cuestión aún está pendiente.
Después estaba el plan conocido como "deportación a terceros países seguros". Y por un momento parecía que finalmente funcionaba: los deportados recibirían 3.500 dólares, además de la compensación que los gobiernos de esos países recibirían de Israel. Pero entonces el clamor apareció en la prensa. La campaña orquestada culpando a Israel por falta de compasión y racismo se proyectó al exterior a través de los medios de habla inglesa y Uganda y Ruanda, reticentes a aparecer como cooperadores del llamado racismo antiafricano, se retiraron del acuerdo.
En realidad, si la raza jugase algún un papel en todo esto, ese rol sería en favor de los negros africanos. Los ilegales caucásicos son deportados de Israel rápidamente, sin casi ninguna atención mediática.
Al igual que en cualquier otro lugar, el precio por la magnánima política de inmigración lo pagan los pobres y los trabajadores poco cualificados en sus trabajos. Los servicios sociales están colapsados y los barrios obreros metropolitanos se vuelven países extranjeros para los propios residentes, lo que incrementa radicalmente los crímenes violentos.
Como en cualquier otro sitio, en Israel hay una dimensión sociológica de la controversia ideológica de la inmigración. Es un conflicto entre las élites progresistas, que tratan de imponer su voluntad, y el resto de la ciudadanía, que confía en los partidos políticos. Esto es una especie de lucha de clases, con un claro contenido económico: los ciudadanos más “débiles” pagan el precio de una política que, económicamente, beneficia a las élites; y estas élites, a cambio, usan la retórica demagógica que la promociona.
David Goodhart es quien mejor captó el aspecto sociológico de esta relativamente nueva forma de división, cuando denominó a las dos facciones los “anywhere”, cómodos en varios lugares del mundo globalizado, y se dedican a oficios en los que están en contacto con personas de otros países, y los “somewhere”, atados al mercado local, a los contactos sociales locales y a la lengua local y su poder político es también dependiente de una nación específica.
Debería, por lo tanto, estar claro por qué la política migratoria es clave para esta clase y sobre su lugar en la soberanía: no solo desafía la legitimidad de las fronteras nacionales, también desafía el concepto de ciudadanía, desplegando los Derechos Humanos contra la idea “excluyente” de los derechos civiles, y la soberanía de los ciudadanos.
En cualquier otro contexto, debería estar disfrutando de inmunidad virtual desde círculos progresistas. Pero esto no se aplica al tema candente de la inmigración. Entre el progresismo contemporáneo, quien crea en algún tipo de límite a la inmigración estará ligado a acusaciones de intolerancia, incluso si han pasado su vida luchando por los derechos de las minorías, como es el caso de la activista LGTB de 66 años Shefi Paz, líder del movimiento comunitario contra la inmigración ilegal en Israel.
La característica central del debate en Israel, como en Occidente, es crear la falsa impresión de que un conflicto sobre la inmigración se da entre los defensores de los derechos humanos y los nacionalistas xenófobos.
Hay un exceso de prensa progresista que ha sido totalmente uniforme, llevando la línea del partido, que tiene el poder de suprimir la verdad y diseminar falsedades. Hay ONG fundadas por gobiernos extranjeros y fundaciones progresistas en Europa y Norteamérica influenciando el debate público, así como empujando las batallas legales contra el Estado. Hay académicos que vienen de instituciones ultraprogresistas, dominadas por idénticas políticas y conectadas a una comunidad académica internacional que ceden ante la corrección política.
No importa que a pesar de que muchas sean progresistas en perspectiva, ejercen la jurisdicción sobre las personas que no tienen recíproco control sobre ellas. Un equipo de la élite usan un método fuera del proceso democrático para imponer una política cuyo precio alguien ha tenido que pagar. Es el problema que demuestra, incluso a aquellos que no están informados sobre las teorías de la democracia, que los argumentos progresistas son usados contra la mayoría en diferentes maneras como socavar los propios principios de Gobierno con el consentimiento de los gobernados. La libertad sin participación en la soberanía roba a la gente el más crucial de los derechos con que los estados democráticos les han dotado.
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Gadi Taub es un historiador, autor y columnista en "Haaretz". Es profesor en la Escuela de Política Pública y el Departamento de Comunicación en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es también el guionista y codirector de la aclamada serie israelí "Harem".
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