Ensayo nuclear Corea del Norte

La retaguardia de Kim Jong Un

El régimen norcoreano intenta mantener la normalidad en la frontera con China ya que es la vía de entrada de sus suministros. Sin embargo, en la zona de paso con Corea del Sur se intensifica la escalada de tensión y la economía de Seúl empieza a resentirse

Soldados surcoreanos se preparan ayer para sus ejercicios militares en la frontera entre las dos Coreas
Soldados surcoreanos se preparan ayer para sus ejercicios militares en la frontera entre las dos Coreaslarazon

Parejas cogidas de la mano, vendedores de algodón de azúcar, niños correteando, pandillas de solteros con una copa de más, un grupo de chicas posando para una foto... El paseo fluvial del río Yalu, el que separa China de Corea del Norte a la altura de la ciudad de Dandong, era ayer lo opuesto a la retaguardia de una batalla inminente. El «puente de la amistad» y el resto de vías que comunican ambos países siguen abiertos: las mercancías los atraviesan en camión y los turistas en tren, ajenos a la tensión y al presunto holocausto nuclear anunciado por Kim Jong Un. Quienes van y vienen del «país ermitaño» por negocios insisten en ello: no han visto movimiento de tropas, maniobras, ni estado de emergencia alguno. Y nada parece haber cambiado en los últimos días más allá de la propaganda que emite la televisión, que simplemente es algo más repetitiva de lo habitual. Al caer la tarde, el puente sobre el Yalu se ilumina y los vendedores de souvenirs recogen los puestecillos donde durante todo el día han vendido billetes con la cara del «Gran Líder» Kim Il Sung, sellos con imágenes de viejas batallas, tabaco marca «Pyongyang», juguetes fabricados con cascotes de balas y lapiceros de colores «made in North Korea».

Los restaurantes gestionados por el régimen norcoreano en el lado chino de la frontera para conseguir divisas también permanecen abiertos y sus camareras, enroladas a cambio de tres comidas al día y un sitio para dormir, sirven las mesas ataviadas con el típico traje coreano («el hanbok»). Como suele suceder con las crisis de la península coreana, la sensación de que algo está a punto de pasar disminuye a medida que uno se acerca al lugar de los hechos. Corea del Norte, cuyo territorio se ve con claridad desde el paseo fluvial a pesar de la niebla, no ofrece signos anómalos de actividad. Las cuatro naves industriales y las casuchas que despuntan en el horizonte contrastan, eso sí, con los rascacielos y neones de Dandong. Los treinta años de apertura y reformas del comunismo chino han conseguido deslumbrar literalmente a sus «primos» pobres. A las ocho de la tarde, la costa norcoreana desaparece: se vuelve invisible. No es que no haya nadie al otro lado, sino que en el «país ermitaño» el suministro eléctrico ni siquiera alcanza para hacer funcionar las fábricas y la noche cae como un manto de oscuridad total. Hay informes que indican que China ha disminuido el tráfico comercial ligeramente en los últimos meses como medida de presión para aplacar a Kim Jong Un, pero los locales en Dandong no parecen verlo así. «Las cosas son como eran antes. Este año tenemos menos turistas pero es por el mal tiempo», comenta uno de los guías que se dedican a llevar visitantes de todas las nacionalidades de excursión a Pyonyang.

Mientras amenaza a diario a sus enemigos, la dictadura estalinista hace lo que puede para mantener la normalidad en la frontera con China, por donde entran todos los suministros que necesita el régimen para seguir funcionando, por ejemplo el escaso petróleo que puede permitirse pagar. El comercio se está fomentando además con nuevas infraestructuras (líneas férreas y carreteras) y con inyecciones de crédito por la parte china. Si Pekín lo interrumpiese de golpe, como sugieren que se haga algunas voces cualificadas desde Europa y Estados Unidos, la situación se volvería insostenible para el régimen Kim Jong Un en muy pocos días.

Resulta curioso cómo el juego propagandístico que ha desplegado Corea del Norte en las últimas semanas ha conseguido proyectar una amenaza inminente hacia su frontera sur (sobre Seúl y sus aliados) y, al mismo tiempo, transmite normalidad y calma hacia el norte, hacia China. Así, mientras los intercambios comerciales de su economía de subsistencia no parecen verse demasiado afectados, las finanzas de su vecino y principal enemigo sí se han empezado a resentir por la escalada de tensión. «Corea del Norte está usando la propaganda de una manera extrema para afectar la inversión directa en Corea del Sur», interpretaba el jueves Tom Coyner, presidente de la Cámara de Comercio Americana en Corea, en una entrevista con el diario «The New York Times». Sucede que la estridencia de Kim Jong Un, amplificada por los medios de comunicación de todo el mundo y agravada por acciones como el cierre del polígono industrial de Kaesong, ya está afectando a las bolsas de Seúl. Incluso a pesar del escepticismo con el que los inversores suelen reaccionar ante las bravuconadas de Pyongyang.

«En este sentido (Kim Jong Un) está ganando una guerra psicológica asimétrica, atacando la fortaleza económica de Corea del Sur, que es la gran prioridad de ese país», concretaba Coyner. Así, pese a haber permanecido casi inmutables durante toda la crisis, las bolsas surcoreanas cayeron ayer un 1,64. Las bajadas fueron arrastradas por la venta de acciones de inversores extranjeros, asustados por el clima de tensión. El impacto económico preocupa ya a muchos surcoreanos más que las propias amenazas que repite cada día Kim Jong Un.