Elecciones en Israel
Opinión: La supervivencia, ¿a qué precio?
Una de las democracias más antiguas acude hoy a votar en sus elecciones legislativas. Entre las casi 200 naciones soberanas del mundo, Israel está décima en el rango como la democracia continua más antigua. Desde que consiguiera la independencia y soberanía, Israel nunca ha tenido una guerra civil, un golpe de Estado militar, o una suspensión de las elecciones. A pesar de las masivas oleadas de migración, múltiples guerras, continuos ataques terroristas, e incluso el asesinato de un primer ministro, la vibrante democracia de Israel ha continuado ininterrumpida. Pero estas elecciones pueden ser la primera vez en la que los votantes se enfrenten a la cruda cuestión sobre elegir entre la supervivencia de Israel y la democracia israelí.
Para los observadores del exterior, estas elecciones parecen ser un referéndum sobre la continuidad del primer ministro Benjamin Netanyahu. Pero Netanyahu como persona no importa tanto como lo que representa para muchos israelíes, que es su misma supervivencia. En los 90 y a principios de los 2000, los israelíes exploraron la posibilidad que podría asegurar su supervivencia al hacer la paz con los palestinos o, al menos, al retirarse de la Franja de Gaza. Netanyahu, quien con sus advertencias sobre una paz con los palestinos y en contra de la retirada de Gaza, amenazando con que experimentaremos misiles en nuestras ciudades, fue visto como un hombre incapaz de albergar esperanza y optimismo, el hombre que rechaza dar a la paz -o al menos a una retirada- una oportunidad.
Pero mientras los cohetes lanzados por Hamas desde Gaza han conseguido cada vez alcances más amplios y mientras los israelíes comienzan a reconocer el sangriento precio que han pagado por sus propuestas de paz, ya que familias enteras han sido voladas por los aires durante sangrientas campañas de atacantes suicidas en autobuses y cafés; las desalentadoras predicciones de Netanyahu se han materializado, y ya no parece un paranoico, sino realista.
Para los israelíes, no importa que Netanyahu no vaya a traerles la paz, porque al menos, no les va a traer violencia sangrienta a sus hogares. La década de Netanyahu en el poder como primer ministro (de 2009 a 2019) ha sido la menos violenta durante la existencia de Israel. El número de israelíes (y árabes) que han muerto por culpa del conflicto violento durante esos años ha estado entre los más bajos durante décadas de conflicto. No es lo que suele gustar a los Premios Nobel de la Paz, pero bajo Netanyahu, los israelíes se despiertan cada mañana y no están muertos, y eso es bastante.
A pesar de este logro sustancial, que también ha contribuido al crecimiento económico, Netanyahu ha tenido que depender cada vez más de los partidos religiosos y de la extrema derecha para mantenerse en el poder. A cambio de ayudarle a ahuyentar varios cargos de corrupción y concentrar su aguante en el poder, Netanyahu ha aumentado el apoyo a los asentamientos en Cisjordania. La cuestión de anexionarse los asentamientos judíos de Cisjordania ha sido repetidamente traída a colación, y justo hace días, de cara a las elecciones, Netanyahu expresó su apoyo a la idea, en una apuesta para asegurarse su victoria y el respaldo de los votantes de derechas.
Mientras que la mayoría de israelíes apoya la anexión de los asentamientos judíos adyacentes a la línea pre-1967, hay un amplio abismo entre aquellos que respaldan la idea -entre los que me encuentro- como un paso hacia la separación política del estado soberano de Israel de los palestinos en Cisjordania, y aquellos en la derecha lo ven como un paso hacia la anexión de todos los asentamientos en Cisjordania, al negar a los palestinos un camino hacia la independencia política. Si la anexión es implementada y se rechaza permanentemente el acceso de los palestino a la participación o independencia política, Israel ya no será una democracia. Si la anexión se implementase con la participación política palestina en la democracia israelí, los judíos se convertirían rápidamente en una minoría dentro de un estado árabe, e Israel como tal dejaría de existir.
Aquellos que apoyan una cuarta consecutiva coalición de Netanyahu evalúan que el riesgo de perder la larga y continua democracia es un precio que merece la pena pagar para mantener en el poder la persona que ellos ven como garante de su supervivencia. Para aquellos que buscan asegurar el carácter israelí como democracia que aún está muy comprometida en nunca cerrar sus puertas a la inmigración judía y expresar la historia judía y su cultura en los espacios públicos, les merece la pena asumir el riesgo y confiar en un líder con menos experiencia, con todo lo que ello supone.
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