Elecciones en Francia

La última bala contra el populismo

Los franceses han elegido a un presidente sin saber si es de izquierdas o de derechas, ni cómo con 39 años va a gobernar un país más dividido y radicalizado de lo que se pensaba

Ciudadanos franceses hacen cola para ejercer su derecho de voto ayer en un centro electoral en París
Ciudadanos franceses hacen cola para ejercer su derecho de voto ayer en un centro electoral en Paríslarazon

Los franceses han elegido a un presidente sin saber si es de izquierdas o de derechas, ni cómo con 39 años va a gobernar un país más dividido y radicalizado de lo que se pensaba

Es una situación sin precedentes. Después de meses de una campaña increíble, donde nada de lo previsto ha ocurrido, los franceses han escogido a un presidente sin saber si es de derechas o de izquierdas, ni cómo este joven de 39 años va a gobernar un país que se ha mostrado aún más dividido y más radicalizado de lo que se pensaba.

Hay un sentimiento de alivio evidente. Este lunes podría haber sido mucho peor. Imagínense lo que sería despertarse con Marine Le Pen a la cabeza de Francia... La Unión Europea tal como la conocemos no habría sobrevivido.

Pero también está presente una fuerte inquietud. Las razones profundas que han llevado Francia a tales extremos no han desaparecido de la noche a la mañana. Nada está solucionado. ¿Será capaz Emmanuel Macron de resistir a aquellas fuerzas ocultas y no tan ocultas para orientar el país hacia una dirección más sana?

Para el presidente electo ahora empieza lo verdaderamente difícil. Va a tener que inventarlo todo sobre las ruinas de un sistema donde se han hundido los dos pilares, el socialista y el conservador neo-gaullista, que se han turnado en los últimos 30 años para gobernar el país. Llega Macron al poder supremo después de una operación de limpieza general que se ha llevado por delante a casi toda una generación de políticos fracasados, de Sarkozy a Hollande pasando por todos los que les han apoyado.

Es hora de que Francia se renueve. Pero no bastará que cambien las caras y que aparezcan personajes más jóvenes, si es para hacer lo mismo que se ha estado haciendo a lo largo de las últimas décadas. La tarea de modernizar un país donde el desempleo es ya estructural, donde la burocracia es enorme y el gasto público representa el 57% del PIB es tan inmensa que resulta imposible quitarse la duda. Sarkozy lo intentó en 2007. Su agitación permanente le perdió. En 2012, Hollande ni siquiera pudo intentarlo. Las divisiones de la izquierda lo paralizaron de entrada. ¿Qué podrá hacer este octavo presidente?

Emmanuel Macron se ha resistido a ser muy específico en su programa. Es un liberal en economía, quiere hacer reformas, está a favor de Europa. ¿Pero qué pretende llevar a cabo para que las cosas cambien realmente? No se sabe muy bien. Aunque es un hombre nuevo, es un puro producto de las élites tradicionales francesas, un ex alumno de la Escuela Nacional de Administración (ENA), ex banquero de la Banca Rothschild. El voto a su favor ha sido más un voto de resignación, de rechazo a las demás opciones, que un voto de adhesión a un proyecto definido. Los que se imaginan que lo tiene fácil porque ha triunfado sobre una candidata de extrema derecha se van a decepcionar más adelante.

La incógnita que representa la tiene que despejar muy rápidamente si quiere conseguir una mayoría parlamentaria en las elecciones a la Asamblea Nacional, los día 11 y 18 de junio. Su movimiento político apenas tiene un año de existencia y si los franceses acostumbran a confirmar su voto presidencial en las elecciones legislativas, esta vez todo está por ver. ¿Bastarán la juventud de Macron y la novedad que aporta para contrarrestar la experiencia y las viejas recetas de los políticos tradicionales enraizados en sus distritos?

Su mejor opción es abrir el gobierno hacia la derecha para intentar reunir el mayor número de electores, formar un grupo parlamentario fuerte y aportar una alternativa convincente a aquellos que forman parte del 40% de votantes que han preferido sufragar a los radicales de los dos extremos en la primera vuelta celebrada el 23 de abril.

No solamente se trata de aprovechar la crisis profunda que atraviesan tanto el Partido Socialista como Los Republicanos, sino también de prepararse para un «otoño social» en el cual se espera que los sindicatos se echen a la calle, apoyados por una extrema izquierda más fuerte que nunca, para combatir las reformas que Emmanuel Macron tiene previstas en materias como la ley del trabajo o las pensiones.

Francia sale de estas elecciones un poco mareada, como si se hubiera librado, de milagro, de una catástrofe, sin saber muy bien lo que le espera, pero más consciente que antes de la gravedad de los problemas que tiene por delante. Hasta ahora, Macron se ha mostrado prudente, se ha resistido a caer en el populismo y se ha atrevido a defender la Unión Europea en un país cada vez más escéptico.

Ahora tiene una responsabilidad histórica. Veremos si se muestra a la altura de las circunstancias. Más allá de su propia persona, tendrá que imponer su estilo de hacer política para movilizar al país, recobrar el tiempo perdido y modernizarlo de una vez. En las semanas y los meses próximos se verá si Francia puede recobrar el sitio que es suyo en Europa e impulsar una salida de la crisis que atormenta al continente. Si no es ahora, no será nunca.