Política

Turquía

Los «indignados» turcos exigen el cese de los mandos policiales

Cientos de jóvenes turcos trasladan piedras para levantar una barricada en la plaza de Taksim, anoche, en Estambul
Cientos de jóvenes turcos trasladan piedras para levantar una barricada en la plaza de Taksim, anoche, en Estambullarazon

Ahora que los gases lacrimógenos ya no hacen el ambiente irrespirable, éste se ha vuelto festivo y familiar en la plaza Taksim y el parque Gezi de Estambul, donde comenzaron las protestas hace más de una semana y que desembocaron en violentos choques el pasado fin de semana. Ayer reinaba la calma en este gran espacio público ocupado por los manifestantes antigubernamentales, apoyados por miles de personas que acudieron a mostrar su solidaridad con los jóvenes que se enfrentaron con la Policía hasta conseguir ocupar la plaza, donde ahora ya no queda rastro de las autoridades. «Los jóvenes han hecho su revolución, porque saben lo que quieren: han dicho no a la dictadura islamista», explica a LA RAZÓN Umut Kilic, un hombre de mediana edad que paseaba tomando fotos junto a dos compañeros de trabajo ayer por la tarde.

Kilic, uno de los muchos turcos que han acudido a la plaza, dice que ellos no podrán volver mañana, pero que hay que seguir luchando porque lo que está en juego es «el futuro de las nuevas generaciones, de nuestros hijos».

En el parque Gezi, esos «hijos» ya han creado un gran campamento organizado, desde que el pasado sábado le ganaron la batalla callejera a la Policía. Ahora hay cientos de tiendas de campaña para dormir, un puesto de información y muchos otros representando los diferentes movimientos y grupos que integran este homogéneo movimiento que comparte su rabia y hartazgo hacia el Gobierno del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. Ece, una joven manifestante que no ha abandonado el parque desde el pasado viernes, explica a este periódico que existe un sentimiento de victoria ahora mismo, pero nadie sabe hasta dónde llegarán ni qué podrán conseguir. «Hemos ganado terreno y tenemos que mantenerlo, pero es imposible hacerlo de forma indefinida», admite. Aun así, Ece se muestra confiada en que, independientemente de los logros, las protestas de las que está siendo testigo Turquía, marcan un antes y un después para el país y para el Gobierno.

Que dimita Erdogan

Las demandas de los jóvenes van desde la dimisión de Erdogan –un gran cartel en medio del parque Gezi reza precisamente «Istifa»– a la de los mandos policiales que están detrás de la brutal represión de los pasados días. En su reunión ayer con el viceprimer ministro turco, Bulent Arinc, el grupo de Solidaridad con Taksim tuvo la oportunidad de exponer sus demandas. «Lo que vemos hoy es la mentalidad del Gobierno, simbolizada por la intervención en el parque Gezi, y que se percibe desde el pueblo turco como un desprecio a su estilo de vida y sus creencias. Y ha habido una gran reacción social contra esta mentalidad desde todos los grupos sociales, hombres, mujeres, jóvenes y mayores. Dicen: existimos, estamos aquí y tenemos nuestras peticiones», aseguró Eyup Muhcu, portavoz del grupo.

Ayer fallecía la tercera víctima de esta «revuelta», Ethem Sarsülük, que resultó herido en los enfrentamientos de Ankara días atrás, según informó el diario local «Hurriyet», citando a la Asociación Médica Turca. En la plaza Taksim son aún visibles los restos de la batalla campal entre los manifestantes y la Policía, convertidos ahora en atracciones turísticas para aquellos que se acercan por simpatía o por simple curiosidad a ver el lugar donde se fraguó y donde late este nuevo fenómeno. A Taksim también se dirigen todos los colectivos que quieren manifestarse por diferentes motivos, como los farmacéuticos, que ayer por la tarde inundaban la plaza con sus batas blancas para mostrar solidaridad con la protesta y visitar el hospital de campaña donde se han estado atendiendo a los heridos. Un joven farmacéutico, que no había participado en las manifestaciones antes pedía que los poderes de la Policía sean recortados y que Erdogan se disculpe y asuma su parte de responsabilidad. Asimismo, admitía a este periódico que no sabe cuánto durará esta «revuelta», pero que espera que el Gobierno aprenda la lección: «No puede seguir diciéndonos que podemos y no podemos hacer».

En el variopinto espacio de la plaza Taksim todo tiene cabida, desde las familias con niños hasta los grupos anarquistas, desde las mujeres (sin velo islámico, la gran mayoría) hasta aquellos que buscan hacer su agosto vendiendo sandías frescas y rojas, pepinos e, incluso, mejillones. La imagen omnipresente y más explotada por los vendedores ambulantes es sin duda la de Mustafa Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna, de corte laico, que es la que ahora reivindica sus derechos en las calles del país.

Por ahora, nadie parece preocupado por el hecho de que el Ejército, guardián tradicional del laicismo turco, pueda decidir tomar partido en esta disputa y dar el enésimo golpe de Estado, como ya hizo en varias ocasiones durante la segunda mitad del siglo XX. Estos miedos quedan, de momento, ocultados por el entusiasmo, la utopía y también la ingenuidad de unos manifestantes que jamás pensaron llegar tan lejos.