Relaciones internacionales
Macron tiende puentes entre Trump y la Unión Europea
El mandatario francés viaja a Washington para convencer al inquilino de la Casa Blanca de que abandone las guerras comerciales y respete el pacto nuclear iraní
El mandatario francés viaja a Washington para convencer al inquilino de la Casa Blanca de que abandone las guerras comerciales y respete el pacto nuclear iraní.
Emmanuel Macron en EE UU. El presidente de Francia viajó ayer a Washington para entrevistarse con Donald Trump. La suya es la primera visita de Estado de un mandatario a EE UU desde que el empresario llegó a la Casa Blanca. Un triunfo diplomático con el que Macron reivindica su condición de líder de una nueva Europa. Un continente que busca tender puentes y fortalecer el diálogo con un presidente que despreció con frecuencia a sus viejos aliados. Nadie mejor para intentarlo que el encantador y carismático Macron, capaz de seducir a Trump cuando éste visitó Francia.
El viaje, desde luego, ha sido diseñado con atención al detalle. Habrá reunión bilateral entre los dos mandatarios y cena de gala. Sin olvidar la histórica alocución del primer ministro francés ante el Congreso de EE UU de mañana, 58 años después de que hiciera lo propio Charles de Gaulle. La intención de esmerilar el prestigio de Macron resulta obvia. Pocos éxitos más resonantes que el que tu nombre figure en las crónicas, y para bien, junto al del héroe de la Francia Libre. Una inyección de ánimo para un presidente necesitado de buenas noticias y, sobre todo, de buena publicidad.
Sin olvidar que también su anfitrión necesita una tregua. Del «Rusiagate» al registro del domicilio y el despacho de su abogado, de las actrices porno que lo acusan de haberlas amenazado a la imparable liquidación de buena parte de su gabinete, Trump busca desesperadamente unos días tranquilos. De presumir de sensatez mientras los medios de comunicación se dedican, por una vez, a tratar asuntos más o menos convencionales. Y no será por falta de temas, todos ellos estratégicos y urgentes.
Para empezar faltan apenas días para agotar la prórroga que exime a las exportaciones europeas de acero y aluminio en Estados Unidos de los aranceles que ya sufren potencias como China. Convencer a Trump de que lo prorrogue o, todavía mejor, de que legisle de forma permanente, se antoja crucial. «No se puede hacer una guerra comercial con tus aliados», comentó Macron en una entrevista previa con la cadena de televisión Fox. «Es demasiado complicado si haces la guerra a todos, la guerra comercial contra China, la guerra comercial contra Europa; la guerra en Siria, la guerra contra Irán, no funciona. Necesitas aliados».
La mención a Siria no parece casual. Pocos gobiernos han demostrado la convicción del francés a la hora de abrazar la tesis estadounidense de que el Ejército de Bachar al Asad gasea a sus propios ciudadanos. Su respaldo al discurso oficial de Estados Unidos y su decisiva implicación en las posteriores acciones militares, fueron propias de un aliado fiel. Mucho más, desde luego, que en tiempos de la guerra de Irak. Algo que no ha sentado muy bien a parte de la opinión pública francesa, siempre sensible a la posibilidad de que su país practique el seguidismo respecto a Washington, pero que generó una profunda satisfacción en la Casa Blanca.
Luego, por supuesto, está el 12 de mayo. Marcado en rojo en el calendario. Ese día vence el plazo para renovar el pacto nuclear con Irán. Fue negociado por seis países, incluidos EE UU y Francia. Hasta el momento parece haber servido con eficacia al objetivo de frenar la carrera nuclear iraní. Al mismo tiempo sirvió para aliviar, siquiera en parte, las enormes tensiones geoestratégicas que sacuden Oriente Medio.
Pero Trump ha criticado ese acuerdo. Resultaría irónico que al mismo tiempo que disminuye el nivel de alarma generado por las belicosas políticas de Corea del Norte, y en vísperas de unas conversaciones ciertamente históricas, Trump apueste por descabezar el complicado y frágil pacto. Por si acaso el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Javad Zarif, ha dicho que «los líderes europeos deberían alentar al presidente Trump no sólo a permanecer en el acuerdo nuclear, sino más importante todavía a comenzar a implementar su parte del acuerdo de buena fe». Las implicaciones de una ruptura provocan vértigo en las cancillerías de todo el mundo. Pero, como siempre, Trump resulta impredecible. Cabe el consuelo de que la escandalosa ausencia de principios que rige su gobierno, que le hace ser tan voluble y azaroso como pragmático, apuntale la posibilidad de que desande sus propios pasos y contradiga sus muy beligerantes posturas.
Respecto al cambio climático y al Acuerdo de París, que EE UU abandonó por orden de Trump, coinciden los analistas en considerar que Macron no será especialmente insistente. Para qué, si muchas de las grandes empresas y buena parte de las principales ciudades de EE UU anunciaron hace tiempo su intención de implementar políticas medioambientales que hagan suyas los requisitos de París, con independencia de lo que diga o haga el gobierno Federal.
Entre medias de una agenda impactante los dos líderes tendrán tiempo para disfrutar de una cena privada en Mount Vernon, lo más parecido que el constitucionalismo de Estados Unidos tiene a un lugar sagrado. Un gesto con el que Trump y su esposa, Melania, devuelven la espectacular cena para cuatro que disfrutaron junto a Emmanuel y Brigitte Macron desde la Torre Eiffel. A ver si al final lo de la química entre ambos era cierto y por ahí empieza a colarse un poco de cordura en el Despacho Oval.
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