Muro de Berlín
Martin Luther King y el Muro
Al pensar en las grandes intervenciones de Martin Luther King, Berlín no nos viene a la cabeza. Y cuando pensamos en los grandes discursos estadounidenses pronunciados en Berlín, pensamos en John F. Kennedy y en Ronald Reagan; no pensamos en King. Pero hace 50 años, el icono de los derechos civiles pronunció un discurso histórico a los dos lados del Muro. A diferencia de las intervenciones de Kennedy y de Reagan, las de King no se retransmitían. Y él no ofreció ninguna fórmula comparable al «derribe este muro». Quizá sea la razón de que su escala en Berlín haya pasado desapercibida incluso entre los eruditos de la Guerra Fría. Pero estas declaraciones fueron dramáticas y conmovedoras, en una época de fuertes tensiones entre las potencias occidentales y el bloque oriental. Cincuenta años más tarde, merecen otro vistazo, como ejemplo del King que trasladaba un mensaje de derechos civiles y corte estadounidense adaptado a las realidades germanas.
El 13 de septiembre de 1964, King se dirigió a 20.000 alemanes de Berlín occidental en los exteriores del anfiteatro Waldbühne. A continuación atravesó el puesto fronterizo Charlie y pronunció un discurso idéntico (a excepción de unos pasajes clave) frente a 2.000 personas reunidas en la iglesia evangélica Marienkirche del Berlín oriental. El motivo de que se le permitiera el paso, y sin pasaporte nada menos, sigue sin estar claro. Puede que las autoridades comunistas esperaran que su intervención les fuera ideológicamente provechosa, porque King nunca había sido un anticomunista en público.
Sin duda a los propagandistas comunistas les habría gustado sacar tajada de la triste historia de América en cuestión de relaciones raciales. Para Moscú, este racismo venía de perlas para avalar la tesis de que el capitalismo democrático no era en absoluto superior al comunismo; todo lo contrario, insistía Moscú, el sistema americano era moralmente inferior. El pasado racista de América era la cantinela incesante de publicaciones que iban desde el «Pravda» al «Diario Obrero» (en EE UU). El mundo comunista insistía en que en la URSS no existía el racismo. Moscú se retrataba hasta el absurdo como utopía racial, nada que ver con el infierno racial de su rival de la Guerra Fría. «El afroamericano de EE UU es la figura oprimida, y esto pretendía demostrar el mal inamovible de Occidente», explica Alcyone Scott, intérprete de King durante la visita a Berlín. «Estaban encantados de que se denunciara. Era su postura. Y ésa era la posición oficial».
King se abstuvo de pasar revista a las injusticias que sometían a quienes vivían al este del Telón de Acero. Al mismo tiempo, puso a Berlín como «símbolo de las divisiones entre los habitantes de la faz de la Tierra», e incidió en que la reconciliación era la voluntad de Dios. Hizo comparaciones implícitas entre el sufrimiento de la segregación en América y el sufrimiento del Berlín segregado. Comenzó su intervención destacando el vínculo con su audiencia alemana, poniendo de relieve que sus padres le habían puesto el nombre en honor del legendario reformista alemán. «Estoy encantado de traeros recuerdos de vuestros hermanos y hermanas cristianos del Berlín occidental», comenzó. «Desde luego, os traigo saludos de vuestros hermanos y hermanas cristianos de Estados Unidos. Todos somos uno en Jesucristo, no hay oriente ni occidente, norte ni sur». Esa introducción marcó el tono de la intervención. El reverendo había acudido a trasladar, antes que nada, un mensaje cristiano. Después de todo, se trataba de un sermón.
King hizo dos alusiones al Muro, levantado apenas tres años antes. «Porque en cualquiera de los lados del Muro están los hijos de Dios, y ninguna barrera construida por el hombre puede borrar ese hecho», dijo en un momento dado. Y luego: «Donde la reconciliación tenga lugar, donde los hombres ‘‘derriben los muros de hostilidad que les separan’’ de sus hermanos, Cristo seguirá oficiando su ministerio». Se trataba de la afirmación de la dignidad inherente reconocida por Dios a todos los seres humanos, con independencia de que el comunismo desmintiera esa dignidad, desmintiera a Dios o negara la libertad de movimientos del bloque Oriental al lado Occidental.
Aunque King se esforzó por distinguir entre «la lucha» en EE UU y «vuestra tesitura» en Berlín, pasó de uno a otro indistintamente, haciendo evidentes los paralelismos. Durante un pasaje que tendría particular resonancia entre los berlineses del este, con graves desventajas económicas comparados con los habitantes del otro lado del Muro, King advertía los miedos entre los afroamericanos a no poder integrar a los suyos en la sociedad . «Muchos no han tenido la oportunidad de recibir una educación que les prepare para la tierra prometida», dijo. «Muchos tienen hambre y están malnutridos como resultado del viaje. Muchos llevan en sus almas las cicatrices de la hostilidad y el odio». King instaba a la necesidad de superar esos temores. Describió la forma en que el movimiento de los derechos civiles casaba con la ideología de Gandhi y «la tradición cristiana de los negros», y promovía «el amor y el pacifismo». Esta táctica de la no violencia era probablemente el único enfoque que los alemanes del Berlín oriental tenían a su alcance entonces.
Scott, la intérprete, dijo de la audiencia de King en Alemania Oriental: «Todo el mundo en aquel sitio estaba totalmente cautivado por la historia de alguien de quien sabían que representaba la vergüenza de América y su opresión, pero que tuvo el valor de resistirse y pedir a los demás, en su misma situación, que también se resistieran. Era el poder del mensaje, que estaba montado en una terminología cristiana muy clara».
Terminología judeocristiana, en realidad. Cuando King finalizó su intervención, la escolanía de la parroquia interpretó el «Baja, Moisés», que finaliza con la exhortación «¡Deja marchar a los míos!». Esta «impensable actuación», según recuerda Scott, fue el colofón de las alusiones a los judíos que abandonan «el Egipto de la esclavitud» en pos de «la libertad» y de «la tierra prometida». No puedo decir que King eligiera personalmente ese himno, pero fue la despedida hermosamente idónea de una intervención que de alguna manera ha escapado al paso del tiempo.
*Profesor del Grove City College y colaborador del «N. Y. Times» y la cadena Fox
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