Bruselas
Merkel abraza las ideas de Macron para la futura UE
La canciller alemana considera el discurso del líder francés en la Sorbona un buen punto de partida para impulsar el eje franco-alemán pese a la incertidumbre política en su país. La situación en Cataluña obliga a Rajoy a ausentarse de la cumbre informal.
La canciller alemana considera el discurso del líder francés en la Sorbona un buen punto de partida para impulsar el eje franco-alemán pese a la incertidumbre política en su país. La situación en Cataluña obliga a Rajoy a ausentarse de la cumbre informal.
Hace aproximadamente un año, los Veintisiete se citaron en Bratislava(Eslovaquia) con el propósito de sentarse en el diván para hacer terapia de grupo ante la crisis existencial derivada del portazo británico. Este noble propósito de reflexión fue bautizado como «espíritu de Bratislava» con el fin de que, tras las elecciones alemanas, pudiera cristalizar en un ambicioso plan de acción doce meses después. Los líderes europeos volvieron a reunirse ayer con carácter extraordinario en una cena informal en Tallin convocados por la Presidencia estonia de la UE en una cumbre que concluirá hoy y bajo las incertidumbre política en Berlín tras unos resultados electorales que obligarán a Merkel a negociar un difícil e inédito tripartito con verdes y liberales.
En un intento de despejar estas dudas, la canciller aseguró ayer a su llegada a Tallin que las ideas del presidente francés, Emmanuel Macron, sobre el futuro de Europa suponen un buen punto de partida para intensificar el eje franco-alemán. «Existe un gran nivel de acuerdo entre Alemania y Francia. Debemos todavía discutir los detalles, pero soy de la firma convicción de que Europa no debe pararse, sino que debe seguir desarrollándose», aseguró Merkel en lo que es su primera reacción a las palabras del presidente francés en la Sorbona. Ambos líderes habrán tenido oportunidad de discutir estas ideas con sus homólogos durante la cena de anoche.
La agenda oficial está dedicada a la digitalización, donde el país báltico es puntero. Como gran elefante en la habitación, la ausencia de Mariano Rajoy por el desafío separatista catalán. Un tema que no está en la agenda, pero que puede acabar acaparando titulares de la Prensa. En su nombre, el secretario de Estado para la Unión Europea, Jorge Toledo, y el representante permanente, Pablo García Berdoy.
A pesar del motivo oficial, fuentes diplomáticas reconocen que el objetivo de esta cumbre reside en recoger el testigo de Bratislava. El momento de la convocatoria, hace meses, parecía el más propicio y nada podía fallar: La Unión Europea había conseguido sortear los mayores peligros tras el fracaso en las urnas de los eurófobos en Francia y Países Bajos y el motor franco-alemán parecía dar signos de volver a ponerse en marcha después de que Merkel fuera reelegida.
Pero «el espíritu de Bratislava» parece haber mutado. Hace un año, los organizadores del encuentro facilitaron las metáforas a los cronistas más perezosos y decidieron embarcar a los líderes en un crucero por el Danubio. Para que no hubiese dudas del sentido del rito, varios dirigentes europeos proclamaron «estar en el mismo barco». Pero dentro de una alegoría maldita, el navío tuvo que volver a tierra ante la falta de caudal. Esta vez todo indicaba que el agua iba a ser suficiente.
La preocupación sobre el nuevo Gobierno alemán no sólo radica en los tiempos, sino también en los contenidos. La necesidad de pactar con los liberales, reticentes a mecanismos de solidaridad en la zona euro, augura un período gris. Los primeros signos ya han llegado. El todopoderoso ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha sido sacrificado a favor de un candidato liberal, un partido con una visión incluso más ortodoxa de la austeridad de Schäuble. La alianza con Los Verdes también puede hace prever tensiones a la hora de seguir avanzando en una política de defensa común y el auge de la extrema derecha hace peligrar que se puedan dar pasos hacía una política de asilo común. También se desconoce si una coalición tan heterogénea y sin precedentes en su propio país no quedará sumida en la ineficacia.
Nadie esperaba estas nuevas dificultades para avanzar en el proyecto europeo. El 13 de septiembre, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, sorprendió con un discurso ante el Parlamento Europeo ambicioso y de claro aroma federal. Emmanuel Macron, sólo dos días después de las elecciones germanas, había programado un discurso en la Universidad de la Sorbona. A pesar de los rumores que apuntaban a una menor ambición de sus propuestas, el líder francés acabó defendiendo la necesidad de una Europa fuerte equiparable a unos Estados Unidos de Europa. Macron presentó un plan de «refundación» de la UE mediante el cual pretende construir «una Europa soberana, unida y democrática» que estreche lazos en diversos ámbitos como el militar o el migratorio, pero también en los siempre polémicos fiscal y monetario.
La estrategia parecía incontestable: Francia cedía en hacer las reformas económicas que Bruselas y Berlín le habían pedido desde hace tiempo a cambio de que Alemania diera pasos hacía mayores mecanismos de solidaridad en la zona euro que puedan derivar en un Fondo Monetario europeo, un presupuesto para los países de la zona euro que proteja a países en apuros, eurobonos e incluso un Tesoro Común.
Dentro de este espíritu optimista, el presidente del Consejo, Donald Tusk, en su misiva enviada a los líderes europeos como invitación a la cena celebrada ayer (redactada antes de las elecciones alemanas) apostaba por discutir sin papeles ni esquemas preconcebidos sobre los grandes retos que afronta el proyecto de integración. Como nueva cita para marcar en el calendario, una nueva cumbre extraordinaria en diciembre para impulsar la reforma de la zona euro. Al cierre de esta edición, no había trascendido apenas información de la cena de anoche. Pero todo indica que la UE, una vez más, vuelve a esperar a que la locomotora alemana se ponga en marcha. La dirección sigue sin estar completamente clara.
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