Irán

Nerviosismo saudí ante el auge iraní

La Razón
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Resulta muy difícil imaginar que Arabia Saudí no sabía que su decisión de ejecutar al clérigo chií Nimr al Nimr causaría un gran revuelo en la región y supondría una presión adicional en sus relaciones ya tensas con Irán. El incendio inexcusable de la Embajada saudí en Irán proporciona a Riad el pretexto perfecto para cortar las relaciones diplomáticas con Teherán y socava, al mismo tiempo, la diplomacia regional liderada por Estados Unidos para poner fin a los conflictos de Siria y Yemen. Arabia Saudí se ha opuesto desde el principio a la vía diplomática, ya sea en Siria o en el dossier nuclear, en los que el régimen iraní sí ha participado asumiendo el riesgo que conlleva su papel regional. Anteriormente, Riad se había asegurado con éxito la exclusión de Teherán de las conversaciones sobre Siria en Ginebra con la amenaza de boicotear las negociaciones si Irán estaba presente. De hecho, el presidente Obama tuvo que llamar personalmente al rey Salman para obligar a los saudíes a participar en las conversaciones de Viena sobre Siria el otoño pasado. Ahora, los saudíes tienen la excusa ideal para ralentizar, desviar y posiblemente sabotear las negociaciones lideradas por Estados Unidos sobre las crisis abiertas en la región.

Desde la perspectiva saudí, las tendencias geopolíticas de la región han ido en contra de sus intereses durante más de una década, y el ascenso de Irán, sobre todo impulsado por el compromiso alcanzado con el Grupo 5+1 sobre su programa nuclear, no ha servido sino para aumentar el pánico de Riad ante el fortalecimiento de su tradicional enemigo. Los cálculos del rey Salman con la provocación de ejecutar al clérigo Nimr al Nimr podrían ir orientados a fabricar una crisis –incluso la guerra– a través de la cual cambie la trayectoria geopolítica de la región y devuelva las ventaja a Arabia Saudí en detrimento de Irán.

Desde la perspectiva americana, las actividades desestabilizadoras de Riad suponen una reivindicación del acuerdo nuclear alcanzado con Irán en 2015. Un beneficio fundamental de ese acuerdo, que no ha sido reconocido públicamente por la Administración Obama, es que ayudará a reducir la dependencia de Estados Unidos de Arabia Saudí. Al resolver la disputa nuclear y retomar el diálogo con Teherán, Washington ha aumentado sus opciones en la región.

Consciente de la manera deliberada en que Riad condue a la región hacia una crisis de calado –motivada en parte por el deseo de que EE UU forme parte de esa enemistad de Arabia Saudí contra Irán– Washington tiene la capacidad de jugar un papel clave para equilibrar las fuerzas entre Riad y Teherán en lugar de sentirse obligado a apoyar plenamente las aventuras regionales de los saudíes. La pregunta sería ahora si el deseo de Washington de mantenerse al margen de esta lucha es sostenible. Desde la Administración Obama ya han expresado su preocupación por cómo esta crisis provocada por Arabia Saudí afectará a la lucha contra el Estado Islámico y a los esfuerzos diplomáticos en Siria. Si la prioridad de Washington es la derrota del EI, una posición equidistante entre un Irán que se opone al EI y una Arabia Saudí que ha desempeñado un papel innegable en el cultivo de extremistas wahabíes, no puede ser la respuesta correcta.

*Fundador y presidente de Consejo Nacional Americano Iraní