Guerra en Ucrania
«No nos odiamos, pero sabemos que ha empezado una guerra»
Los ucranianos han comenzado a matarse los unos a los otros. Ya no son grupos aislados en manifestaciones. Ni siquiera la lucha por el poder político, ni la influencia extranjera en esta disputada nación. No. Son ucranianos contra ucranianos separados por una idea: ser fiel a Kiev o a Rusia. Todo empezó hace más de tres meses cuando se derrocó a Viktor Yanukovich, dictador en el oeste, presidente en el este. En el bastión porruso, el nuevo gobierno interino de Ucrania molesta, es considerado como una «junta golpista». Con la sangre derramada en Odesa, Ucrania empieza a desconfiar de sí misma. Desde hace meses los medios rusos y occidentales hablan de peligro de «guerra civil», una amenaza que tras los más de cuarenta muertos de Odesa parece estar más cerca. En febrero se hablaba de la peor crisis internacional desde la Guerra Fría, mientras que sobre el terreno los ciudadanos, a pesar de las fuertes protestas y la presencia de las milicias prorrusas, mantenían la serenidad en el este de Ucrania. Pero el incendio de la sede sindical de la ciudad sureña lo ha cambiado todo. La guerra es un hecho. «Veía en la televisión cómo varias personas agonizaban. Fue terrible. Tengo un hijo. Mi marido es ucraniano y yo rusa. No nos odiamos, pero ahora sabemos que ha empezado una guerra, aunque no me lo creeré hasta que sucesos como los de Odesa lleguen a Donetsk», lamentaba Tatiana, informática de 28 años. Entre la incredulidad y el miedo, para muchos es difícil ver cómo su país se está rompiendo. «Nunca quise que la gente se matara. Siempre hemos sido hermanos. Hablo ruso y soy ucraniano, no sé por qué ahora tenemos que odiarnos», se lamenta Igor, estudiante de Farmacia, que vive con temor lo que ocurre en su patria.
Hay pueblos en la zona suroriental del país donde el sentimiento prorruso ha calado con más fuerza. Slaviansk es ejemplo de ello. La población de este bastión rusófilo salió a las calles desde el primer día para apoyar a las milicias o «grupos de autodefensa». Se enfrentó con valentía a los blindados ucranianos sin armas y con velas. Para esta ciudad, la madre patria Rusia es la salvación, porque para ellos Kiev es tan sólo «un grupo de terroristas de extrema derecha». «Nunca nos han tenido en cuenta. Votamos a un presidente y con un golpe de estado lo derrocaron. ¿Tenemos que aceptarlo?», protesta Olga mientras prepara la comida en medio de una barricada para alimentar a los guerrilleros. Sin embargo, en Slaviansk, aunque pocos, también hay gente que sigue escuchando el himno ucraniano mientras conduce su coche. Es el caso de Vladimir, un taxista de 32 años. «Que la gente sepa que aunque mis padres son rusos yo quiero una Ucrania unida. ¿Quién está detrás de este deseo de separatismo? La propaganda rusa. No hay más que ver la televisión», afirma. Y es que los medios, tanto rusos como ucranianos, han utilizado su poder de comunicación para, como en cualquier guerra, hacer campaña de sus proezas y debilitar a su rival. Kiev ha prohibido los canales de Moscú y la zona este del país, lo contrario. Las milicias separatistas han saboteado en varias ocasiones torres de televisión e incluso LA RAZÓN ha sido testigo de conversaciones entre ucranianos en las que se hablaba del miedo a que «golpistas» de Kiev vinieran a prohibirles hablar su lengua y su identidad, ya que lo habían escuchado en la televisión. «Han dicho en la radio que compremos agua porque igual Kiev corta el suministro», comenta Alexander, minero retirado, que fue directo al supermercado a comprar 20 litros de agua. Como él, había más gente que había escuchado lo mismo y que por miedo acudió a hacer acopio de alimentos de primera necesidad. No había colas en los establecimientos ni pánico entre los clientes, pero el miedo ahí estaba.
Añoranza soviética
Algo parecido pero en mayor escala ocurría en la sitiada de Slavianks, donde se ha impuesto un toque de queda ante la escalada de violencia. Allí, los ciudadanos acudían para intentar comprar comida y productos básicos. La «operación antiterrorista» de Kiev podría volver a bloquear la ciudad con ellos dentro, así que se formaron importante colas en todos los establecimientos de la localidad para estar prevenidos en caso de incomunicación.
Ante esta situación bélica que amenaza su supervivencia, en la mente de algunos ucranianos del este ya ronda la idea de abandonar el país por su seguridad. «Me duele pensarlo, pero si la guerra llega aquí, cogeré a mi mujer e hijos y nos iremos a Rusia, donde vive mi familia», se lamenta Anna, que no entiende por qué ahora tiene tantos problemas para viajar a Kiev con su pasaporte ruso. La joven se lamenta recordando con añoranza los años de la antigua URSS y espera que Moscú venga a su rescate. «Que pase lo que tenga que pasar siempre que acabemos cerca de nuestros hermanos rusos», reclama Valentina, una doctora rusa que lleva 30 años viviendo en Donetsk. La oleada de violencia que azota las zonas fronterizas con Rusia parece ser sólo el principio de un serio conflicto que podría alargarse, todavía más, en el tiempo.
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