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Obama al cuadrado

La Razón
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Obama-2 pretende ser Obama al cuadrado. Los números uno suelen experimentar un proceso de deificación, bien estudiado en psicología, que habría que considerar un caso especial y extremo el hecho de que a todos se nos suben a la cabeza los éxitos, sin exceptuar –o incluso en especial– los puramente imaginarios. La celeridad con la que se produce el fenómeno depende de personalidades y circunstancias. Obama ganó sus primeras elecciones inmerso en embriagadora obamalatría, tras un campaña de exaltación en el país y en el mundo, que inmediatamente le valió la corona de un premio Nobel, solamente por las implicaciones pacifistas de sus presupuestos ideológicos. Se hizo cargo del poder con el proceso ya completado en su cerebro. Su objetivo no era un buen gobierno basado en unas mejoras aquí y unas soluciones allá, sino la radical transformación de la política y la sociedad americana y del orden internacional de acuerdo con las genialidades que pueblan su mente, en plena coincidencia con los más rabiosos dogmas progres al uso. Detener el crecimiento de los océanos fue una de sus promesas, representativa de la grandiosidad de sus ambiciones. De momento tuvo que conformarse con una reforma de la sanidad, el «Obamacare», que hubo de quedarse un poco por debajo de su ideal de plena estatalización.

Cuando inicia su segundo mandato y ya no tiene que pasar por una nueva elección, siente que todos los frenos han desaparecido y sólo le queda el pedal del acelerador que está dispuesto a pisar hasta el fondo, como ya ha empezado a mostrar en su intransigencia en la negociación del llamado «precipicio fiscal» y en su disposición a arrebatarle al Congreso la capacidad de fijar el límite de la deuda federal, que aumentó en más de un tercio en su primer mandato, en lo que quiere abundar en el segundo. El periodo que ha precedido a su nueva toma de posesión ha sido pródigo en zahirientes invectivas contra sus rivales que cuentan con la mayoría en la Cámara de Representantes. Sus actitudes inflexibles no sólo corresponden a su personalidad. En contra del estilo tradicional de la política americana, él no es un negociador sino un tenaz maestro que sólo pretenden sacar de su error a los que no comparten su criterio y se toma muy a mal la cerrazón de los que no se allanan a sus argumentos. Ahora, esas actitudes tienen un fin estratégico: pulverizar al Partido Republicano.