Argentina
Populismo indígena sin indígenas
Durante el viaje que narré en mi libro «Diario de un Nómada» recorrí Sudamérica. La aventura consistió en un viaje en moto siguiendo las huellas de los exploradores españoles del siglo XVI. Tuve ocasión de conocer las sociedades latinoamericanas, desde las grandes ciudades hasta las aldeas más remotas. Viví de cerca sus conflictos, sus valores y también el modo en que se aproximan política y culturalmente al proceso histórico de la colonización.
Uno de los países que más me sorprendió por su beligerancia institucional hacia ese pasado fue Argentina. En la Plaza de Mayo de Buenos Aires, donde se alza la Casa Rosada, debíamos de haber encontrado el altísimo monumento a Colón. Pero allí sólo estaba el vacío. Una estatua de 26 metros y 600 toneladas, inaugurada en 1910, había desaparecido del paisaje. Cristina Kirchner había puesto en su lugar la estatua de una líder independentista boliviana. Evo Morales había donado un millón de dólares para facilitar el trueque. Nada le importó a la presidenta violentar a una parte importante de su propia sociedad ni saltarse las competencias del alcalde, contrario al derribo.
La asunción de dogmas indigenistas sorprende porque en Argentina apenas hay indígenas. De eso se encargaron los argentinos al lograr la independencia. La Conquista del Desierto, llevada a cabo entre 1883 y 1885 por los generales Rosas y Roca, anexionó las regiones más alejadas a la nueva República, y según consta en las actas del Congreso pretendía «Exterminar a los indios salvajes y bárbaros de Pampa y Patagonia». La principal víctima de estas políticas populistas en realidad es la propia sociedad argentina. El régimen se apoya en las clases populares mediante generosos programas de ayudas y subsidios, extraídos de las cada vez más asfixiadas a impuestos clases medias.
Las restricciones al cambio de divisas han creado un desajuste entre el dólar oficial y el dólar «blue» o paralelo, que se paga casi un 30% más caro. Los argentinos no confían en su moneda por la inflación. Intentan conservar el valor de los salarios invirtiendo en monedas refugio. Eso hace que la demanda de dólares suba.
Para impedir la descapitalización de las reservas bancarias de divisas, el Gobierno argentino limita la cantidad que los ciudadanos pueden comprar, impone un cambio oficial en las transacciones bancarias y en los pagos con tarjeta. ¿Y quién cambia el dólar «blue»? Cualquiera. Viví situaciones surrealistas pero también dramáticas. Me alojaba en un pueblo de la Pampa. Las dueñas del Hotel me dijeron que una amiga suya me cambiaría mis euros. Encontré una señora de mediana edad y de exquisita educación. Sacó de su bolso un montón de pesos. Luego del trueque tomó un sorbo de su té y me contó que era profesora. Todos los meses cambiaba el 50% de su sueldo en divisas.
—No se puede invertir—dijo resignada—, ni comprar o vender un inmueble. El precio acordado no vale al mes siguiente. En lo que se terminan de hacerse las escrituras, el dinero ha perdido parte de su valor.
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