Nueva York
Putin vuelve a escena
El presidente norteamericano, Barack Obama, participó ayer en los actos de conmemoración del duodécimo aniversario de los atentados del 11 de Septiembre que tuvieron lugar en la Casa Blanca y en el Pentágono. Sin embargo, fue la crisis siria la que acaparó la atención de los medios de comunicación. El Kremlin hizo ayer entrega de su plan para poner el arsenal químico de Siria a disposición de la comunidad internacional. La Administración Obama estudió durante todo el día el contenido, de cara a la reunión que hoy mantendrán en Ginebra el jefe de la diplomacia norteamericana, John Kerry, y el de la rusa, Sergei Lavrov. Pero nada se filtró a los medios de comunicación.
En Ginebra, Kerry y Lavrov deberán elaborar un calendario realista, con fechas concretas, para que Siria entregue las armas de destrucción masiva. Una vez que los responsables de la diplomacia de ambas potencias se sienten a negociar, surgirán más preguntas: ¿podrán ir los inspectores de la ONU? Si es así, ¿cuándo y en qué condiciones?, ¿qué harán los rebeldes, enemigos de Damasco y Moscú? Esta reunión es determinante. Es una de las pocas veces en las que los cancilleres de ambos países se encuentran cara a cara para solucionar una crisis de este calibre. Y de lo que se decida hoy y mañana dependerá lo que se negocie después. Las conversaciones deberían prolongarse dos días y en el caso de que se alcance un acuerdo, será trasladado a la ONU en Nueva York.
Esto no significa que Obama tenga o pueda olvidarse de los legisladores del Congreso, al que debe seguir «cortejando». A pesar de que les ha pedido que retrasen la votación de la autorización de intervención militar, la diplomacia puede fracasar. Y Obama lo sabe. No es menos cierto que a día de hoy el presidente norteamericano tampoco obtendría el aval del Congreso para atacar el país árabe. El líder de Estados Unidos se encuentra en un callejón sin salida. Quizás por esta circunstancia, las muchas veces irritable lentitud de Naciones Unidas puede beneficiar en algo a Obama.
Con este frenesí diplomático ayer dio la sensación de que el discurso en «prime time» del martes (la madrugada en España) pertenecía a un pasado lejano. A nadie se le escapa que probablemente el mismo Obama lo habría cancelado después del cambio de dinámica imprimido por los rusos. La intervención en Siria había causado una fractura grave en el seno de su Administración e, incluso, en su propia familia. Colaboradores del presidente aseguran que su esposa, Michelle Obama, era contraria a bombardear Siria. No obstante, durante su intervención televisiva, el presidente norteamericano regaló un par de titulares cuando indicó que «voy a pedir a los líderes del Congreso que pospongan el voto de la autorización militar». El presidente estadounidense da así una oportunidad a la salida negociada, mientras trata de ganar adeptos para la causa militar, si la diplomacia falla. La opinión pública todavía le da la espalda. Tradicionalmente, en caso de diferencias entre los legisladores y el presidente, la población suele confiar en el inquilino de la Casa Blanca. Pero no, esta vez no ha sido así. Los norteamericanos, sin embargo, sí respaldan el giro de su presidente. De acuerdo con el sondeo difundido ayer por la CNN, el 61% de los estadounidenses ve con buenos ojos la negociación con Rusia.
Tras su discurso del martes, Obama cedió el protagonismo a Moscú al comprometerse a trabajar en la propuesta del Kremlin y a aplazar la solución militar. Con este golpe de timón, Obama también asume numerables riesgos. El senador republicano John McCain tachó de «táctica dilatoria» la propuesta rusa y denunció que «la masacre continúa». Los partidarios de la intervención critican que dé credibilidad a su ex rival del Kremlin. Pocos ven con optimismo el papel mediador de la potencia rusa, sobre todo después de sus continuos bloqueos de las resoluciones en la ONU contra el régimen de Bachar al Asad, un estrecho aliado suyo.
El presidente ruso, Vladimir Putin, tampoco ha ocultado su inclinación a favor de que Asad gane la guerra. De momento, Putin empezó el martes por la tarde a enseñar su músculo a Barack Obama cuando obligó a Australia, presidente de turno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a cancelar unas consultas que él mismo había pedido para empezar a trabajar en una resolución en la ONU. No dudó en cambiar de opinión cuando su representante en Naciones Unidas, Vitaly Churkin, le notificó la imposición de los diplomáticos de Estados Unidos de incluir en el texto de resolución la amenaza del uso de la fuerza contra Siria en caso de incumplimiento y hacer responsable al «rais» sirio del ataque con armas químicas del pasado 21 de agosto. Ayer se volvió a informar de una nueva convocatoria de reunión de la comunidad internacional. Pero, esta vez sólo a los «P-5», que es como se refieren en Naciones Unidas a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido y China). En esta ocasión, los periodistas, ávidos de un titular que arrojase luz sobre el desenlace de esta crisis, controlaron su entusiasmo tras la experiencia del día anterior. Solamente el tiempo dirá si Obama hubiese tenido más oportunidades de solucionar este conflicto jugando con Putin a la ruleta rusa en vez de confiar en él como intermediario. Los analistas consideran que si el ataque no se produjo en caliente, es más difícil que se vaya a acometer ahora en frío.
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