Partido Republicano
Rechazo a los inmigrantes que viven del Estado
Los latinos, hartos de la clase política, temen que la llegada de más extranjeros les robe oportunidades
Fueron pocos, realmente muy pocos, los que pusieron en duda la tesis de que la inmensa mayoría de los hispanos votaría por Trump. Se daba por supuesto que, indignados con sus afirmaciones sobre una parte de la inmigración mexicana, otorgarían su confianza en las urnas a Hillary. Semejante circunstancia debía afectar además, de manera especial, a las mujeres. La realidad ha sido muy distinta. De hecho, en Florida, los hispanos –incluidos los puertorriqueños– fueron esenciales para que Trump se quedara con los 29 compromisarios del Estado.
¿Qué razones existieron para esa conducta que ha dejado perplejos a tantos? El caso de Wax Mahiya puede ser revelador. Llegó a Estados Unidos hace 12 años. Acogida a la ley de ajuste que se promulgó para amparar a los refugiados de la dictadura castrista, Wax no sólo recibió la residencia de manera rápida, sino que, por añadidura, hace siete años adquirió la ciudadanía. Desde hace casi un año cuenta con un pequeño negocio que atiende por sí misma. Sus razones para votar a Trump han sido fundamentalmente de tipo económico y social. Está convencida de que la economía no ha logrado recuperarse todo lo deseable durante la presidencia de Obama, y resulta por ello urgente que alguien la reflote y cree nuevos puestos de trabajo. Trump es la persona idónea a su juicio porque no es un político, sino un empresario. Es decir, se trata de alguien que no procede de la política, sino que sabe cómo fundar empresas, cómo crear riqueza y cómo establecer nuevos puestos de trabajo.
Pero Wax tuvo otras razones para votar a Trump. Está convencida, por ejemplo, de que tiene una visión correcta acerca de la inmigración. Para ella, el número de inmigrantes que llega a Estados Unidos es excesivo. Por añadidura, las ayudas públicas que reciben carecen de justificación. Wax insiste en que ese problema es extensible, más que a nadie, a los cubanos del sur de Florida. Si antes arribaban hasta las costas americanas en busca de la libertad que les faltaba en su isla de origen, ahora desembarcan en busca de una vida mejor, pero no basada en su propio esfuerzo, sino en aprovecharse de los beneficios derivados del gasto público. Las ayudas que se les otorga en forma de cupones para comprar comida –que no pocas veces son revendidos–, de subvenciones para el alquiler o del pago de su cuenta telefónica son, según Wax, totalmente inaceptables. De hecho, ese gasto público del que se aprovechan esos inmigrantes lo acaban pagando los que trabajan y lo pagan no sólo en forma de impuestos, sino también por el desvío de unos fondos que podrían emplearse en garantizar unas pensiones mejores o un servicio sanitario más digno.
Al otro extremo del país, en California, vive Bogdan, un venezolano que obtuvo la ciudadanía hace cuatro años y que sostiene su programa de radio en internet trabajando en Uber. Llegado a Estados Unidos en plena crisis y tras haber pasado los dos mandatos de Obama, Bogdan es una persona no sólo bien informada, sino desprovista de prejuicios. Reconoce que Trump no le caía bien, pero que su opinión comenzó a cambiar cuando se impuso en las primarias. Para Bogdan, Trump ha sabido sintonizar con el verdadero americano que trabaja duro y no recibe nada del Gobierno a pesar de pagar impuestos. Además, confía en que no seguirá la política exterior de presidentes como Clinton, que arrasó Yugoslavia valiéndose de argumentos falsos. Al igual que Wax, Bogdan cree que «hay muchos latinos que vienen a vivir a costa del Gobierno, especialmente en Florida y California», aunque señala que «los peores no son los ilegales».
Más sofisticada y meditada, pero no distinta, es la posición de Andrés Alburquerque, una presencia habitual en los medios, que procede de una familia cubana que ya era comunista antes de Castro. Andrés –que es ciudadano desde hace cinco años– se planteó inicialmente no votar. Lo que lo arrastró a cambiar de opinión fue la corrupción de Hillary y de la Fundación Clinton, que considera absolutamente inaceptable. Andrés me felicita cariñosamente –«¡Carajo, chico, fuiste el único que anunció que Trump ganaría!»–, para luego indicar por qué tantos, incluido él, se equivocaron al calibrar las posibilidades del republicano. «Subestimamos el alma verdadera del americano. No nos dimos cuenta de que iba a responder a las verdades que decía Trump sin importarles cómo lo decía. También se nos pasó que el pueblo acabaría simpatizando con alguien que era atacado por todos los ‘‘lobbies’’, por todos los poderosos. Se preguntaron por qué lo golpeaban tanto y acabaron por votarlo».
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