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Rousseff, reelegida presidenta de Brasil por un ajustado margen
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, reelegida para un segundo mandato de cuatro años, instó al país a la “unidad” después de que se confirmó su victoria por un ajustado margen de unos tres puntos frente al socialdemócrata Aécio Neves
Como se esperaba fue una final de «foto finish». La disputa más reñida en 25 años de democracia. La presidenta Dilma Rousseff se impuso por tres puntos, tres millones de votos de diferencia. Con el 100% de votos escrutados, la presidenta cuenta con un 51,62% frente al 48,30% del candidato conservador, Aecio Neves. Tras conocerse la victoria, Dilma aparecía sonriente ante su audiencia, de la mano del ex presidente Lula da Silva. «Los resultados apretados nos obligan a realizar cambios más rápidos. Quiero ser una presidenta mucho mejor que lo que fui hasta ahora. Estoy siendo reelegida para hacer las grandes reformas que exige nuestra sociedad. La primera reforma debe ser la política», dijo. «Entiendo sí que estas elecciones movilizaron ideas y emociones a veces contradictorias, pero movidas por un sentimiento común: la búsqueda de un futuro mejor para el país», apuntó Rousseff.
Minutos antes, el candidato derrotado comparecencía en Sao Paulo. «Considero que la mayor de todas las prioridades es unir Brasil en torno a un proyecto honrado que dignifique a todos los brasileños», afirmó.
La economía, la prioridad
Brasil acudió a las urnas con el corazón partido, con una mitad sintiendo que la inclusión social y la protección es lo que más conviene y con la otra creyendo que la estabilidad macroeconómica es lo más importante. Y con una pregunta clave: ¿Se puede reactivar la economía sin dejar de reducir la desigualdad social? «Los brasileños quieren las dos cosas: que el país crezca y que los programas sociales continúen y, de hecho, se expandan», afirma Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano. «No creo que quieran escoger una opción o la otra».
La campaña electoral más sucia
En todo caso, la segunda vuelta electoral será recordada como las más «sucia» y reñida desde el fin de la dictadura militar en 1985. Incluso el día de votaciones, la presidenta se saltó la veda electoral aprovechando una laguna legal con respecto a las redes sociales. La candidata abrió la mesa de votación de Porto Alegre, pero, en realidad, todo comenzó antes. Porque su cuenta de Twitter estuvo muy activa. La candidato del PT subió mensajes de campaña a su perfil. Incluso un video en el que afirma: «Cuento con su voto». Una exclamación impensada en un escenario tradicional. Paradójicamente, tras depositar su papeleta, entonó el mea culpa y dijo que la campaña había tenido «momentos lamentables».
En la misma red social su rival publicó: «Es el día de la liberación». El aspirante opositor definió la campaña como «sórdida» tras depositar su papeleta.
Como ilustraba ayer en tono humorístico una viñeta del diario «O Globo», pareciera que Halloween se adelantó para los brasileños, continuamente amenazados por ambos candidatos sobre los peligros de votar por distintas opciones. Rousseff atacó a su rival con anuncios que pedían a los brasileños que recuerden los «fantasmas del pasado» cuando gobernaba el partido de Neves, con gran parte de la nación sumida en la pobreza, abundante desempleo y consumidores paralizados por la hiperinflación. Por su parte, Neves instó a los votantes a mirar los «monstruos del presente», incluyendo la recesión económica que fluctúa por encima del objetivo del 6,5% del Gobierno, y acusaciones de que el Partido de los Trabajadores estuvo implicado durante una década en una aparente trama de sobornos de miles de millones de dólares en la petrolera estatal Petrobras.
Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, explica que la campaña de la mandataria logro sembrar temor de lo que puede pasar si pierde el Partido de los Trabajadores (PT). «Estar a cargo en la presidencia tiene enormes ventajas. Los recursos que tiene Dilma y la maquinaria del PT son más fuertes que los del PSDB [Partido SocialDemócrata de Brasil]». «La campaña creó el temor de que Aecio retrocedería en muchos programas y tuvo un efecto. Es difícil contrarrestar eso».
Para comprobarlo solo hay que darse una vuelta por Río de Janeiro, una ciudad llena de contrastes, los mismos que definen a Brasil. Ana Paula Marinho toma su primera cerveza a las once de la mañana. «Aquí es normal», asegura, mientras la cubre con un termo rojo para que no se caliente. «Nadie respeta la ley seca pero todos vamos a votar. Hay mucho en juego». Desde su terraza en una precaria casa de la favela Pavao-Pavaozinho, pueden verse los lujosos apartamentos en la playa de Copacabana. «Primero Lula nos concedió la tenencia de los terrenos. Ya habíamos ocupado pero no era nuestro. Luego con Dilma el banco nos concedió un microcrédito y construimos nuestra casa. Por ahora, es puro ladrillo pero pronto la pintaremos». Ana, enfermera de profesión, no tiene dudas: «Voy a votar a Dilma porque el Partido de los Trabajadores ha hecho la vida más fácil. Sigo viviendo en una favela, pero ahora mi casa está llena de cosas bonitas y modernas. Tengo un televisor, un frigorífico y aire acondicionado».
Para Patricia Botelha, que vive en una calle arbolada en el pudiente barrio de Ipanema en Río de Janeiro, la pobre gestión de Rousseff llevó a Brasil a registrar un débil crecimiento y que todos los brasileños pagarán el precio si el país no se recupera pronto. Aunque votó al Partido de los Trabajadores en los tres últimos comicios, este año apoyó al conservador Neves.
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