Estados Unidos

Semana horribilis para Donald Trump

La dimisión del consejero de Seguridad Nacional, el “Ucraniagate” y los reveses judiciales agitan la Casa Blanca

Donald Trump en el avión presidencial/Ap
Donald Trump en el avión presidencial/Aplarazon

La dimisión del consejero de Seguridad Nacional, el “Ucraniagate” y los reveses judiciales agitan la Casa Blanca

La dimisión de Kevin McCaleenan lacró un viernes para olvidar en la Casa Blanca. El secretario interino de Seguridad Nacional abandonó su cargo exhausto por las batallas políticas. Convencido de que su singladura no daba para nuevos provechos. Alguien próximo le había explicado a CNN que alimentaba el sentimiento de haber llegado a un callejón sin salida. Una certeza relacionada con el número de inmigrantes ilegales que han sido apresados en la frontera, en caída libre durante los últimos cuatro meses. También contaría la certidumbre de que no existe ninguna posibilidad de alcanzar un acuerdos bipartidistas sobre inmigración. No, al menos, hasta pasadas las elecciones de 2020.

Desde luego, si uno atiende al mensaje de Donald Trump, la dimisión de McCaleenan forma parte del flujo natural de las cosas. Y en parte es cierto: se trata del cuarto secretario de Seguridad Nacional en tres años. «Kevin McAleenan ha hecho un trabajo excepcional como secretario interino de Seguridad Nacional», escribió Trump en Twitter. «Hemos trabajado bien juntos en el cruce de la frontera. Kevin, después de muchos años en el gobierno, quiere pasar más tiempo con su familia e irse al sector privado».

Tras darle la enhorabuena por un «trabajo bien hecho» confirmó que anunciará al sucesor de McCaleenan la próxima semana y alardeó que dispone de «¡Muchos candidatos maravillosos!». Más sobrio, el vicepresidente Pence alabó la dedicación y el servicio del secretario saliente, del que destacó su «gran trabajo para asegurar nuestra frontera».

En realidad la salida de McCaleenan marca unos días de implacable fuego cruzado para la Casa Blanca. De escándalos, reveses judiciales y revelaciones dañinas. Los pusilánimes, quienes aspiren a una imposible equidistancia, acaso digan que ha sido una semana más o menos difícil para el Gobierno.

Lo cierto es que cuesta enjuagar el golpe que había supuesto el testimonio de la ex embajadora de EE UU en Ucrania, Marie Yovanovitch, ante los comités del Congreso que investigan las supuestas presiones de Trump al presidente de Ucrania para que investigase al hijo de Joe Biden, favorito para disputarle la Casa Blanca en 2020.

A Yovanovitch, como a el resto de sus colegas en el departamento de Estado, la Casa Blanca le había ordenado que no cooperase en el proceso que podría derivar en el “impeachment”. Pero la diplomática recibió una citación oficial. Si desobedecía a los comités arriesgaba acciones penales. Por no hablar de que tiene cuentas pendientes con un Gobierno que la había destituido el pasado verano... por consejo y mediación de Rudolph Giuliani.

Y precisamente el abogado privado de Trump ha protagonizado uno de los más sonoros sufridos por el gobierno en las últimas horas. De verdadera catástrofe para el Ejecutivo puede calificarse la detención, el pasado jueves, dos colaboradores de el ex alcalde Nueva York, Igor Fruman y Lev Parnas. Se sospecha que podrían haber recaudado fondos de origen extranjero de forma fraudulenta, amparados en el paraguas de los fundaciones para alimentar la campaña electoral de Trump en 2020. Todavía más inquietante, el dinero habría sido usado para sufragar las actividades de Giuliani en Ucrania. Esto es, para investigar a un rival político del presidente.

La debacle llega al punto de que el mismísimo Giuliani podría estar siendo investigado. Si se confirma su suerte estaría echada. Algo que, por otra parte, vienen solicitando no pocos asesores del presidente desde hace semanas, crecientemente incómodos con las hiperventiladas exhibiciones dialécticas del siempre histriónico Rudy.

De momento, eso sí, Trump le apoya: «Así que ahora están detrás del legendario “cazador de criminales” y el mejor alcalde de la historia de Nueva York, Rudy Giuliani. A veces puede parecer un poco rudo, pero también es un gran tipo y un abogado maravilloso. Esto es una caza de brujas unidireccional. En Estados Unidos. Las cloacas del Estado. ¡Vergonzoso!».

Pero el frente judicial no acaba en Giuliani. De hecho, apenas comienza: en cuestión de horas no menos de tres jueces, en Nueva York, California y Washington, fallaron el viernes contra las limitaciones establecidas por la Casa Blanca a la solicitudes de refugio, y en especial a las nuevas e inéditas exigencias que el gobierno quiere exigir a los inmigrantes que aspiran a establecerse en EE UU. El temor más evidente es que el veto a conceder tarjetas a quienes solicitan algún tiempo de asistencia social provoque que los destinatarios de la ayuda opten por evitarla mientras se resuelven sus expedientes de inmigración. Con el consiguiente perjuicio que esto podría causar a los más débiles, y sobre todo a los niños. Un cuarto juez, en Texas, declaró ilegal el desvío de millones de dólares del Pentágono para la construcción del muro en la frontera.

Casi al mismo tiempo Trump perdió su apelación ante un tribunal federal para no tener que mostrar sus declaraciones de impuestos al Congreso. Para Victor Marrero, que había tumbado un recurso previo de los abogados del presidente, la pretensión de que este es inmune a cualquier investigación supondría una inaceptable «extralimitación del poder ejecutivo».

Si la semana fue dura la próxima tampoco parece fácil: Gordon Sondland, embajador de Estados Unidos ante la UE, ya ha dicho que piensa comparecer el jueces ante los comités del Congreso. Y no será el único. También está previsto que acudan Iona Hill, que aconsejaba sobre Rusia, y dos altos cargos del Departamento de Estado, George Kent y Ulrich Brechbuhlel. Ahora bien, concluir de todo esto que peligra la popularidad de Trump, y sus posibilidades de cara a 2020, equivale a desconocer por completo su asombrosa capacidad de resiliencia, fundamentada, en no poca medida, por su absoluta desconexión con las cualidades y exigencias propias de los políticos tradicionales.