Cumbre de Panamá
Sin ningún gesto de Cuba
El acercamiento diplomático entre la Administración Obama y el Gobierno cubano y la consiguiente transformación de las relaciones entre Cuba y Washington han emocionado a ciertos académicos, políticos y politólogos al extremo de defender el uso de las negociaciones por vías clandestinas y el levantamiento de embargos y sanciones diplomáticas con tal de aparentar defender los intereses estadounidenses. Barack Obama y Raúl Castro coincidieron en Panamá en el primer encuentro oficial entre presidentes en más de medio siglo. Igual que la obtención de cualquier acuerdo con Irán tuvo preferencia sobre la seguridad de EE UU, el alivio de las tensiones con Cuba se impone en la agenda oficial de Obama ahora. Para el presidente estadounidense, el encuentro es la oportunidad de poner de manifiesto sus hipotéticos progresos hacia el objetivo expuesto en la primera reunión de líderes latinoamericanos a la que asistió, durante la que habló de «nuevos comienzos» con Cuba a pesar de su ausencia. El asesor de Interior en funciones de Obama y responsable, según algunos iniciados, de lo que está sucediendo, el ultraizquierdista Benjamin J. Rhodes, explica que lejos de aislar a Cuba, el embargo estadounidense estaba aislando a Estados Unidos, y que abrir la puerta al diálogo con Cuba constituye la creación de relaciones potencialmente más constructivas en todo el hemisferio. En los discursos de Rhodes, como es costumbre, brilla por su ausencia cualquier ejemplo tangible de cambio en los corazones y las mentes de los líderes latinoamericanos al aperturismo estadounidense. Como es costumbre en los diálogos diplomáticos de la Administración, Obama habla con una pared y jura que la pared le responde.
En su primera incursión en la Cumbre de las Américas tres meses después de ser investido, Obama fue censurado a causa de la ausencia de Cuba por Argentina, que le acusó de sostener «un bloqueo anacrónico»; fue atacado por Bolivia por comportarse «como una dictadura»; y en el año 2012, fue culpado de la ausencia de una declaración conjunta –producto, según Colombia, del conflicto de Cuba–. Este año Obama llegó a la cumbre decidido a «cambiar la dinámica» y «desactivar un conflicto regional», con una serie de gestos a Cuba encaminados a sanear los resquicios de la Guerra Fría, pero dolorosamente carentes de gestos cubanos recíprocos.
Cierto es que Obama priva a sus vecinos de hemisferio del cebo principal y pretexto invocado por los líderes latinoamericanos como distracción. Pero para hacerlo, pone el acento en la política estadounidense hacia Cuba, no en la trayectoria de Cuba. Esto coloca al Gobierno estadounidense en una posición muy difícil en lo que respecta a su credibilidad para hablar de democracia y derechos humanos. Sí, la intervención estadounidense periódica, las tramas de golpe o las invasiones directas han acompañado y agravado las tensiones regionales, pero no surgieron de la nada. A tenor de los discursos del círculo de Obama, pareciera que Estados Unidos impusiera hace 50 años un bloqueo a Cuba de la noche a la mañana. A las dictaduras comunistas les gusta el dinero. Lo que no les gustan son los capitalistas. Lejos de la cumbre, la Justicia cubana ha condenado al Grupo Tokmakjian bajo cargos de fraude, inventados para decomisar 100 millones de dólares del grupo en Cuba. El empresario canadiense Sarkis Yacoubian fue expulsado en febrero de la isla y luego condenado a nueve años de cárcel en La Condesa, bajo cargos de «actividades para perjudicar la economía». El francés Jean-Louis Autret y el empresario británico Stephen Purvis también pasaron por cárceles cubanas y fueron luego puestos en libertad, previa incautación de su patrimonio por el Ministerio cubano del Interior.
La Justicia es un interés estadounidense que la Administración Obama parece seguir sin interés en satisfacer.
*Ex corresponsal en la Casa Blanca del diario «USA Today»
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