Guerra en Siria

Siria entra en su octavo año de guerra sin final a la vista

Un niña mira desde un autobús durante la evacuación de civiles en la ciudad siria de Duma
Un niña mira desde un autobús durante la evacuación de civiles en la ciudad siria de Dumalarazon

Ni los esfuerzos diplomáticos para que se cumpla la tregua humanitaria ni las cumbres de paz han logrado reducir la violencia en Siria. Rusia, Irán y Turquía firmaron en la capital kazaja de Astaná a mediados de 2017 un acuerdo para crear zonas de distensión, que supuestamente estaba destinado a reducir la violencia, proteger a los civiles y garantizar el acceso de ayuda humanitaria a las ciudades sitiadas. Sin embargo, los últimos meses de 2017 y los tres primeros de 2018 han muerto decenas de miles de civiles en Idlib, Guta oriental, zonas rurales de Homs que junto con Deraa y Quneitra forman las áreas de desescalada. La agencia de la ONU para la Infancia, Unicef, denunció ayer que 2017 ha sido el año con el mayor número de muertes de niños desde el inicio de la guerra, con al menos 910 menores fallecidos.

Ahora que los yihadistas del Estado Islámico ya no son una amenaza para la estabilidad de Siria, las fuerzas gubernamentales están empleando toda su artillería pesada contra los dos bastiones rebeldes que todavía resisten después de siete años de guerra. «Tan pronto como las fuerzas prosirias se retiraron de los combates en el noreste, el Gobierno reactivó las líneas del frente en Idlib, Hama y Guta oriental», explica a LA RAZÓN Hashem Samir, de la Universidad Libanesa American. «Con el despliegue de fuerzas rusas, turcas e iraníes en los focos más conflictivos de Siria, el Gobierno tiene bajo control la situación y decide cuando comenzar una batalla o cuando reducir los combates», señala el analista.

La intensidad de los bombardeos de las últimas semanas en Guta oriental fueron el preludio de la ofensiva final de las tropas sirias sobre el feudo islamista al este de Damasco. Las fuerzas gubernamentales han avanzado posiciones en los suburbios de Damasco y han conseguido dividir en dos el enclave rebelde. La ofensiva que comenzó el 18 de febrero pasado se ha cobrado hasta la fecha 1.100 muertos. Naciones Unidas ha denunciado el uso de armas químicas, especialmente de gas cloro en los bombardeos del régimen en Guta.

En el norte de Siria, las tropas turcas y los rebeldes del Ejercito libre de Siria (ELS), aliados de Turquía, se encuentran a las afueras del cantón kurdo de Afrin. La inminente entrada de las fuerzas turcas en el enclave sirio-kurdo ha provocado la huida de miles de civiles.

El sur de Siria, otra de las zonas de reducción de la violencia patrocinada por Moscú, Washington y Amman tampoco se ha salvado. Las fuerzas del régimen y milicianos proiraníes se estarían preparando para un asalto inminente para recuperar el sur, lo que pone de manifiesto la poca durabilidad del pacto en la única zona bajo vigilancia de EE UU. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, aviones de combate del régimen de Asad atacaron este lunes la provincia de Deraa, en el suroeste del país. Se trataría del primer ataque aéreo desde el acuerdo de desescalada pactado entre Rusia y EE UU.

Además de las cientos de muertes que se cuentan cada semana desde hace siete años, millones de sirios siguen sufriendo fuera del país. El Líbano, con un millón y medio de sirios, es el país de acogida que cuenta con más refugiados per cápita. Con el paso de los años, la situación de los refugiados que viven confinados en el país del Cedro ha ido empeorando. Desde 2014, las autoridades libanesas han endurecido las leyes para los refugiados obligándoles a tener un permiso de residencia y de trabajo. Aquellos que viven sólo de las ayudas de Naciones Unidas se enfrentan ahora a un recorte de la ayuda humanitaria.

Varados en un país que no han elegido, sin oportunidades de rehacer sus vidas, y sin esperanzas de volver en un futuro próximo, los refugiados son recuerdo de cómo las malas políticas e intereses regionales e internacionales han permitido que se desangre Siria.