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Sturgeon se erige en árbitro de la política británica

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Los nacionalistas escoceses, que se perfilan como el tercer partido en Westminster, exigen formar parte del futuro Gobierno.

El líder de la oposición, Ed Miliband, advirtió un día de que preferiría renunciar a ser primer ministro antes que pactar con los independentistas escoceses (SNP). Ahora Nicola Sturgeon le ha devuelto la pelota poniendo en duda la «legitimidad» de un Gobierno que no incluya «las voces» del norte de la frontera. La líder del SNP va a presionar todo lo que pueda al laborista y, en cuanto se conozcan los resultados electorales, quiere que se una a la alianza «antitory» para sacar a David Cameron de Downing Street. «Cualquier Gobierno debe reflejar el conjunto de Reino Unido y no puede estar formado sólo por el partido más votado en Inglaterra», recalcó ayer.

Las palabras de los nacionalistas escoceses tienen más peso que nunca en estos comicios. Debido al complejo sistema electoral, a pesar de ser una formación regional, mañana podrían convertirse en la tercera fuerza en Westminster. Según los últimos sondeos, el SNP puede obtener los 59 asientos reservados a Escocia, frente a los seis de 2010. A sólo 24 horas de la cita con las urnas, laboristas y conservadores siguen empatados en las encuestas. Ninguno tiene posibilidades de conseguir la mayoría de 326 escaños. Por lo tanto, si finalmente deciden formar Gobierno en minoría, las formaciones pequeñas serán clave para apoyar su programa. En este sentido, los independentistas ya han adelantado que echarán atrás cualquier ley propuesta por los «tories».

La evolución del SNP ha sorprendido a todos los politólogos. En septiembre, perdieron el referéndum de independencia por el que habían hecho campaña y su entonces líder, Alex Salmond, dimitió. Pero desde entonces sus afiliados han pasado de 25.000 a más de 104.000 y su popularidad no para de crecer. Aunque Escocia siempre había sido feudo laborista, ahora candidatos políticamente inexpertos del SNP se postulan como favoritos ante diputados con carreras consolidadas. En la circunscripción de Paisley y Renfrewshire South, por ejemplo, Mhairi Blanck, con 20 años, divide su tiempo entre los exámenes finales de la universidad y la lucha contra el que es el director de la campaña nacional de los laboristas, Douglas Alexander. «Para una parte importante del electorado, el SNP se ha convertido en la mejor opción para mantener los intereses de Escocia en la agenda de Westminster», explica James Mitchell, profesor de Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Edimburgo. «El referéndum ya permitió a muchos votantes tradicionales laboristas apoyar la independencia, es decir, votar en contra de la política del partido», matiza.

Los nacionalistas habían ido incrementando su popularidad en los comicios regionales. Pero, hasta ahora, en las elecciones nacionales los escoceses volvían a los laboristas o liberal demócratas. Ahora Escocia experimenta un cambio social que ha socavado la hegemonía de la oposición. La base del movimiento que se creó entre los trabajadores de la industria pesada y la minería de los 80 es ya casi inexistente. Simultáneamente, el SNP ha completado con éxito su tránsito hacia una izquierda moderada. Con todo, existe ahora un miedo generalizado a que su protagonismo lleve implícita una futura secesión. Sturgeon ha ofrecido a Reino Unido «la mano de la amistad» y ha prometido utilizar su influencia para conseguir cambios «progresistas» que beneficien «a todos». Ha repetido por activa y por pasiva que votar por el SNP para las generales no significará votar por la independencia. Pero el objetivo de la formación siempre ha sido claro y sí ha reconocido que en las regionales de 2016 quiere incluir un nuevo plebiscito en su manifiesto.

En el último debate televisado, cuando el presentador le recordó que el propio Salmond había dicho que «no volvería a haber un referéndum en una generación», Sturgeon se mostró de lo más esquiva: «Si la gente de Escocia no vota al partido que promete un referéndum, entonces no habrá un referéndum». Tras la respuesta, el público la abucheó ante las cámaras. Neal Ascherson, columnista de «The Guardian», advierte del «síndrome de Quebec». «Cuando un movimiento independentista se consagra, las personas coinciden en que nadie más puede representarlos. Pero cuando ese movimiento lleva a cabo un referéndum sobre la independencia, el electorado retrocede: un paso demasiado grande a lo desconocido. El partido se repone de su derrota y es reelegido con más del mismo entusiasmo. Pero vuelve a perder el plebiscito, por poco margen. Para un movimiento nacionalista, éste es el comienzo de una espiral hacia la desesperación».