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Trump abre otra brecha con la industria y el Ejército

Provoca una nueva oleada de críticas al defender las estatuas de los defensores de la esclavitud retiradas por los ayuntamientos. Grandes empresas de Silicon Valley empiezan a vetar las páginas supremacistas y las Fuerzas Armadas condenan en bloque el racismo

Unos empleados trasladan el monumento a la mujer confederada de Maryland después de que fuera derribado
Unos empleados trasladan el monumento a la mujer confederada de Maryland después de que fuera derribadolarazon

Provoca una nueva oleada de críticas al defender las estatuas de los defensores de la esclavitud retiradas por los ayuntamientos. Grandes empresas de Silicon Valley empiezan a vetar las páginas supremacistas y las Fuerzas Armadas condenan en bloque el racismo.

La ensalada de mensajes erráticos y esvásticas en estampida amenaza con descarrillar los últimos muelles de cordura en la Administración Trump. La penúltima salva ha llegado vía Twitter, donde el presidente encadenó ayer tres mensajes para regar el fuego con gasolina. Puestos uno detrás de otro sus tuits rezan que «es triste ver cómo la historia y la cultura de nuestro gran país es destrozada con la eliminación de nuestras hermosas estatuas y monumentos... No puedes cambiar la historia, pero sí aprender de ella. Robert E Lee, Stonewall Jackson... ¿Quién es el siguiente, Washington, Jefferson? ¡Qué estupidez! Aparte... ¡La belleza que están borrando de nuestras ciudades y parques será muy extrañada y nunca podrá reemplazarse!». El problema no es tanto si existen razones para discutir la retirada de determinados monumentos a personajes confederados como la desastrosa gestión de los tiempos. Sin olvidar su incapacidad para asumir que en política a veces conviene rectificar.

Incapaz de callarse, decidido a aporrear todas las puertas de la corrección política, Trump cabalga su enésima cruzada. Una que no puede ganar, como corresponde a una figura tan absolutamente kamikaze, pero que al mismo tiempo le generará importantes réditos electorales entre quienes desprecian la política convencional y alientan la idea de que existe una conjura entre Washington, Wall Street, las élites intelectuales de las dos costas, la Prensa, la comunidad científica y Hollywood.

Menos de una semana después de los incidentes en Charlottesville, saldados con el asesinato de una joven a manos de un neonazi, no hay quien detenga el follón político. Varios ayuntamientos han decidido retirar los monumentos confederados, mientras que en otros lugares han sido directamente derribados. La polémica también llegó a la Cámara de Representantes, donde la líder de la minoría demócrata, Nancy Pelosi, se sumó a las crecientes peticiones de sus colegas de partido para pedir la retirada de las estatuas con simbología confederada del Capitolio. Pelosi instó al presidente de la Cámara Baja, Paul Ryan, y a otros líderes republicanos a apoyar un esfuerzo conjunto para sacar del edificio las estatuas de líderes que defendieron la esclavitud. La oficina de Ryan respondió que son los estados los que deciden qué estatuas deben estar para representarlos en el Capitolio, donde al menos están inmortalizados nueve líderes confederados.

Con un Trump incapaz de estarse quieto, que el miércoles escribía para reforzar su comparecencia del martes, que a su vez desdecía su comunicado del lunes, redactado para salvarle de su desastrosa rueda de prensa del sábado. Normal que el martes el general John Kelly, fichado para embridar el caos que asola la Casa Blanca, barriera el suelo con la mirada. Bien sabía que las palabras de su comandante en jefe provocarían un terremoto.

Las primeras llamaradas llegaron desde Silicon Valley. De GoDaddy a Facebook y Apple, muchos de los buques insignia de las tecnológicas han pasado al ataque. Tanto Google como GoDaddy han expulsado de sus dominios a «The Daily Stormer», la web neonazi relacionada con las manifestaciones del sábado. Acusados una y otra vez de aprovechar el auge de las páginas que cocinan noticias falsas y de ignorar la munición gruesa, en forma de insultos y amenazas, los gigantes californianos comienzan a tomar medidas.

Aun más espectacular, aunque también discreta, fue la réplica de los militares. Los generales de la Fuerza Aérea, la Marina, el Ejército, la Guardia Nacional y los marines firmaron sendos comunicados en los que condenan el racismo. Tal y como explican Michael D. Shear, Glenn Thrush y Maggie Haberman en «The New York Times», «no mencionaron a Trump, pero sus mensajes suponen una contestación altamente inusual». A su réplica hay que añadir la demolición de los consejos empresariales que el propio Trump había creado al poco de acceder a la presidencia. Una demolición de la que ayer se supieron nuevos detalles. Si durante los meses previos ya habían presentado su baja los consejeros delegados de Tesla, Disney y Uber, la cascada de bajas fue imparable tras las declaraciones sobre Charlottesville.

El presidente, que acababa de escribir en Twitter que «por cada consejero delegado que dimite tengo a un montón para reemplazarle», se vio obligado a disolver los consejos. Lo hizo con un tuit magnánimo: «Mejor que meter presión a los empresarios del Consejo de Fabricantes Estadounidenses y del Foro de Estrategia y Política, voy a cerrarlos. ¡Gracias a todos!». En realidad no le quedó otra salida. Apenas había concluido su desmadrada rueda de prensa del miércoles, Steve Schwarzman, consejero delegado de Blackstone y presidente del Foro de Estrategia y Política, comenzó a llamar a sus socios con el objetivo de disolverlo. Según CNN Money, Schwarzman apenas necesitó insistir. Muchos de los ejecutivos, y entre ellos los pesos pesados de JP Morgan, General Motors y General Electric, ya habían decidido desvincularse.

Todo el lío, la polémica, los descalabros, nacen de Trump para concluir que quizá no estuvo muy acertado cuando explicó que en Charlottesville«había gente muy buena en ambos lados». ¿Quiso decir que entre los supremacistas blancos y admiradores del apartheid, nenonazis y miembros del KKK también hay tipos virtuosos, dignos de empatía y cariño? Posiblemente, no. Pero le está costando carísima su necesidad de liarse a tiros (retóricos) en cuanto alguien le contradice.