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Trump se plantea indultarse a sí mismo

El presidente asegura que puede concederse el perdón, pero no lo cree necesario «porque no hice nada malo», dice sobre la supuesta interferencia rusa en las elecciones

Donald Trump asiste a una ceremonia de la Guardia Costera el pasado fin de semana / Ap
Donald Trump asiste a una ceremonia de la Guardia Costera el pasado fin de semana / Aplarazon

El presidente asegura que puede concederse el perdón, pero no lo cree necesario «porque no hice nada malo», dice sobre la supuesta interferencia rusa en las elecciones.

«Me puedo indultar a mí mismo», comentó ayer Donald Trump. Unas horas más tarde celebró sus primeros 500 días en la Presidencia con un «muchos creen que he logrado más que ningún otro presidente». Nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta que, en su opinión –opinión y no datos–, su inauguración reunió la mayor muchedumbre de la historia. Nada sorprendente al recordar que alcanzó la Casa Blanca prometiendo que sería el mejor presidente de la historia. «Recortes masivos en impuestos», añadió en Twitter, «militares y veteranos, descensos en el crimen e inmigración ilegal, fronteras fuertes, jueces, la mejor economía y trabajos...».

Nada nuevo en año y medio de continuas polémicas, pero realzada con un tuit absolutamente memorable: «Como han afirmado numerosos expertos en derecho, tengo el derecho absoluto de indultarme, pero ¿por qué iba a hacerlo si no hice nada malo? Mientras tanto, la interminable ''caza de la brujas'', liderada por 13 demócratas muy enfadados y parciales (¡y otros!) sigue hasta las elecciones!».

De fondo, dos cuestiones. Por un lado, la creciente sospecha de que el fiscal especial, Robert Mueller, podría estar cerca de llamar a declarar al presidente, posiblemente en el mes de julio. Aunque Trump podría negarse, y no cabe duda de que eso es lo que le están aconsejando sus abogados, y entre ellos Rudolph Giuliani, tampoco pueden hacerse demasiadas ilusiones. Mueller tiene a varios ex miembros de la campaña de Trump enrolados en calidad de testigos, aportando datos a cambio de posibles acuerdos con la Fiscalía. Aunque parece improbable que el «Rusiagate» acabe por generarle consecuencias penales al inquilino de la Casa Blanca, no es menos cierto que las elecciones del próximo otoño sí presentan un escenario inédito. La posibilidad, en absoluto descabellada, de que el Partido Demócrata recupere una de las dos Cámaras. Eso abriría las puertas de un posible «impeachment».

Asunto distinto es que nunca en la historia de Estados Unidos haya fructificado uno. Se ha intentado dos veces, la última contra Bill Clinton, pero si bien en ambas ocasiones el Congreso pasó la moción, para lo que sólo se requiere una mayoría simple, acabó por naufragar en el Senado, donde es imprescindible contar al menos con dos tercios de la Cámara.

Parece muy dudoso, en fin, que el Partido Republicano, por bronco que evolucione el panorama político, acabe transigiendo con la defenestración de un presidente de su partido. Aunque el hoy vicepresidente, Mike Pence, se haría con la Presidencia y agotaría la legislatura, se trataría de un suceso catastrófico. El trauma sería enorme.

Del otro lado pocos dudan de que Trump, con tuits así, se comporta con modos cesaristas. Tal y como escribió ayer Harry Litman en «The New York Times», «Trump se cree que es un rey». Litman, profesor de Derecho y vicefiscal general con Bill Clinton, opina, a partir del memorándum que los asesores de Trump enviaron a Robert Mueller, que el presidente cree hallarse por encima de la ley.

Se basa en el hecho de que, al decir de sus abogados, el presidente no puede haber influido en la investigación del «Rusiagate» (recuérdese el despido del anterior director del FBI) por cuanto tiene el poder constitucional de liquidar la citada investigación cuando quiera y, en el peor escenario, de indultarse a sí mismo. Esto es, por qué iba a malmeter Trump con los investigadores, y qué fruto podría obtener de una supuesta injerencia, si está en su mano guillotinar cualquier pesquisa y/o salir airoso de éstas sean cuales sean las conclusiones de los fiscales y/o el dictamen de los jueces (suponiendo que el fiscal Mueller decidiera acudir a la vía penal).

Ajeno a todo, e imbuido de nada, el presidente mantiene ufano el ritmo de sus comunicaciones. Centralizadas, así en los meses previos a su toma de posesión como a los 500 días de llegar al Despacho Oval, en una cuenta de Twitter con 52,4 millones de seguidores.

Su último tuit a la hora de escribir esta crónica, un comentario en el que tacha el nombramiento del fiscal especial Robert Mueller de anticonstitucional. «Pero», dice Trump, «no hicimos nada por seguirles el juego y porque yo, al contrario de los demócratas, no he hecho nada malo». Lo habitual en una Presidencia que ha hecho de las grandes acrobacias y las declaraciones altisonantes, una forma de vida. A la espera de cómo avancen las conversaciones con Corea del Norte, y mientras presume, con justificado orgullo, de unos números de empleo absolutamente espectaculares.