Tiroteos en Estados Unidos
Un asesino en el pupitre de al lado
De alumno acosado a «justiciero». Al tímido Dimitrios sólo le faltó el coraje de suicidarse para completar su plan
De alumno acosado a «justiciero». Al tímido Dimitrios sólo le faltó el coraje de suicidarse para completar su plan.
Los niños y adolescentes en Estados Unidos ensayan con las luces apagadas y encerrados en los armarios la hipótesis del asesino en clase. Aprenden a esconderse desde pequeños. De ahí que cuando Paige Curry le dijo ayer a la emisora local KPRC, asociada a la CNN, que «ha estado sucediendo en todas partes, siempre pensé que tarde o temprano ocurriría aquí», no sorprendió a nadie. Tampoco llamó la atención que Dimitrios Pagourtzis, el homicida que este viernes mató a un profesor y nueve alumnos en un instituto de Santa Fe, tuviera 17 años. O que su padre fuera propietario de un revólver del calibre 38 y una escopeta. Sí, como explicó el gobernador de Texas, Greg Abott, que no hubiera despertado sospechas. «Tenemos lo que a menudo clasificamos como señales de alarma [«red-flag warnings», en inglés] y en este caso fueron inexistentes o casi imperceptibles». Pero las señales existieron, de hecho comentó en redes sociales que quería asesinar a gente y después suicidarse, pero le faltó coraje.
¿Qué sabemos de Pagourtzis, más allá de que se ha acogido a su derecho a no hablar y ha limitado su testimonio a una declaración escrita de la que apenas si ha trascendido que admite los crímenes? Abundan las elucubraciones en torno a un músico que parecía gustarle, James Kent, alias «Perturbartor», parisino, hijo de críticos de rock, autor de discos de techno gótico e industrial, que por lo visto encanta en determinados sótanos de la «alt-right» (derecha alternativa) estadounidense. El pobre Kent se ha visto obligado a emitir un comunicado en el dice que «lo que sucedió en Santa Fe es atroz y todos mis pensamientos están con las víctimas y las familias».
El hijo de Antonios Pagourtzis y Rose Maria Kosmetatos gritó «¡sorpresa!» nada más entrar en la clase de arte y acto seguido disparó a quemarropa. A una chica, según contó un testigo, la remató en el suelo varias veces. También perdonó a otros. Dicen los investigadores que han accedido a su declaración que «no disparó a los estudiantes que apreciaba para que pudieran contar su historia».
De momento nadie sabe si se trata de un admirador de algún grupúsculo supremacista o si las fotografías que colgaba en Facebook eran más bien estúpidas exhibiciones de adolescencia mal curadas. El pasado 30 de abril, en una de esas imágenes, mostró una camiseta con la inscripción «Born to kill», nacido para matar. Al parecer, la misma que llevaba la mañana del crimen. En otra prenda se distingue la Cruz de Hierro nazi y una estrella roja con la hoz y el martillo.
En las aulas, según sus compañeros, Pagourtzis acostumbraba a llevar gabardinas oscuras, incongruentes para el Golfo de México. Lo recuerdan como un chico reservado, jugador del equipo de fútbol americano. Valerie Martin, una de sus profesoras, explicó a «The New York Times» que Pagourtzis tiene una hermana que también estudió allí y que, como él, podría haber sido acosada en clase.
Como sucede cada vez que alguien empuña un rifle de asalto o una pistola y arranca a asesinar peatones, la gran obsesión nacional consiste en averiguar por qué actuó así y cuáles las taras emocionales y afectivas del «killer». Una forma como otra cualquiera de derivar el asunto a los especialistas médicos correspondientes al tiempo que se rechaza preguntar sobre los arsenales en manos del público.
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