Estados Unidos
Un presidente acechado por la corrupción
Jacob Zuma tomó hoy posesión como presidente de Sudáfrica para iniciar su segundo y último mandato tras ganar las elecciones generales del 7 de mayo, donde su partido se impuso pese a los escándalos de corrupción que han minado su popularidad.
La mejora de los servicios públicos, la creación de empleo y el crecimiento económico serán -además de limpiar un expediente manchado por casos de supuesto abuso de poder- los principales retos de su nuevo mandato.
A sus 72 años, Zuma, conocido en el pasado como el "presidente del pueblo", fue designado esta semana por el Parlamento para regir durante otros cinco años los destinos del país austral.
Para la reelección en las urnas, Zuma contó con el capital del partido que lidera, el gubernamental Congreso Nacional Africano (CNA), que guió a Sudáfrica hacia la liberación del régimen racista del apartheid y a la democracia, que el pasado abril cumplió veinte años.
En el poder sin interrupción desde 1994, el CNA se ha impuesto desde 1999 en todos los comicios con más del 65 por ciento de los votos, una robusta mayoría que se redujo al 62,15 por ciento en los últimos comicios, en gran medida por la mala imagen de Zuma, según muchos analistas.
Ninguno de los numerosos escándalos del presidente ha dañado tanto su reputación como la reforma de su residencia privada en su pueblo natal de Nkandla, en la provincia oriental de KwaZulu-Natal, que fue financiada con dinero público bajo el argumento de que Zuma necesitaba aumentar la seguridad del complejo.
En un esperado informe hecho público este mes de marzo, la Defensora del Pueblo, Thuli Madonsela, cifró en más de 15 millones de euros el gasto de las obras, y pidió a Zuma que devolviera al Estado el dinero destinado a construir infraestructuras no relacionadas con la seguridad en la residencia de NKandla.
Entre ellas, el documento citaba un establo para vacas, un corral para pollos, una piscina y un anfiteatro.
Las conclusiones del "informe Madonsela"-filtradas a la prensa meses antes de su publicación- han provocado recientemente sonoras pitadas en las cada vez más controladas apariciones públicas del jefe de Estado.
La más humillante, para un hombre hecho a sí mismo que nunca fue a la escuela y disfruta como pocos de los baños de masas, se produjo el pasado mes de diciembre, durante el servicio religioso por el fallecido expresidente Nelson Mandela en el estadio FNB de Johannesburgo.
Allí, ante el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y jefes de Estado de todo el mundo, miles de personas enfundadas con camisetas del CNA -que también lideró Mandela- le abuchearon cada vez que apareció en las pantallas o tomó la palabra.
En respuesta al "Informe Madonsela", el mandatario ha encargado un segundo análisis de la polémica reforma a la Unidad de Investigaciones Especiales (SIU), que ya ha comenzado a investigar por posible conducta impropia a 15 funcionarios públicos.
Considerada por muchos una maniobra para ignorar las recomendaciones de Madonsela, la reacción de Zuma recuerda a su actitud ante el otro gran escándalo de la legislatura: el aterrizaje en el aeropuerto militar de Waterkloof (Pretoria) de un avión privado con 200 invitados a una boda de los Gupta, una familia de multimillonarios de origen indio muy ligada a los Zuma.
Pese a que miembros del Ejército acusaron al presidente de haber ordenado autorizar el aterrizaje del avión de los Gupta en un lugar reservado a jefes de Estado, la investigación gubernamental se cerró con el procesamiento de cuatro cuadros militares menores.
En el terreno político, los primeros cinco años de Zuma en el poder han estado marcados por las constantes huelgas en el sector minero y las protestas violentas en las zonas más deprimidas de ciudades de todo el país por la falta de servicios públicos.
La represión de estas protestas por parte de la Policía se ha saldado a menudo con la muerte de manifestantes, por lo que el Gobierno ha recibido acusaciones de brutalidad.
Pero el mayor capítulo de brutalidad policial de la "era Zuma"y de la historia reciente de Sudáfrica se vivió en agosto de 2012 en la mina de Marikana, cuando la Policía mató a tiros a 34 mineros que participaban en una huelga ilegal.
Consciente de la falta de logros en los últimos cinco años, Zuma centró su campaña electoral en subrayar los innegables avances sociales que el CNA ha traído a Sudáfrica durante sus veinte años en el poder.
Casado con cuatro esposas, divorciado de otras dos mujeres (una de ellas es Nkosazana Dlamini-Zuma, presidenta de la Comisión de la Unión Africana) y padre de 21 hijos, el presidente es un seguidor convencido de la tradición zulú, partidaria de la poligamia.
Sin embargo, el carisma natural de Zuma, acusado en el pasado de corrupción y también de una violación, ha dejado de ser el primer activo del presidente, que se refugió en el peso histórico y sentimental de las siglas del CNA -en el que ingresó a la edad de 17 años- para obtener un segundo mandato.
Cada vez más voces dentro del partido le reprochan no estar a la altura de antecesores como el propio Nelson Mandela o el expresidente Thabo Mbeki.
Algunos correligionarios también le acusan de haber traicionado una lucha por la democracia y la igualdad que a él mismo le costó diez años en las cárceles del apartheid, donde levantaba la moral de los presos del CNA con canciones y actuaciones teatrales.
Ese carácter cómico le hizo granjearse el cariño del hombre de la calle en su carrera por alcanzar la Jefatura del Estado en 2009, aunque su fama de "presidente del pueblo"sea cada día más, y aún desde la Presidencia, un lejano recuerdo.
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