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Un rey para unir a los belgas

Felipe jura mantener la integridad territorial. «La riqueza de nuestro país y de nuestro sistema institucional reside en nuestra diversidad», aseguró el monarca en la ceremonia

La Reina Fabiola, la princesa Eleonore, la Reina Mathilde, el príncipe Gabriel, el Rey Felipe, la princesa Elisabeth, el principe Emmanuel, el Rey Alberto II y la Reina Paola saludan desde el balcón del Palacio Real.
La Reina Fabiola, la princesa Eleonore, la Reina Mathilde, el príncipe Gabriel, el Rey Felipe, la princesa Elisabeth, el principe Emmanuel, el Rey Alberto II y la Reina Paola saludan desde el balcón del Palacio Real.larazon

Ayer los belgas se levantaron con un rey, y se acostaron con otro. Coincidiendo con el día de la fiesta nacional, la monarquía vivió un día histórico. El rey Alberto II abdicó en su hijo Felipe, en una jugada nunca vista en la historia de este pequeño país de monarquía joven. Y lo hicieron como suelen hacer las cosas en Bélgica, sin aspavientos. No se vieron grandes pamelas, ni suntuosas joyas sobre la alfombra roja de la catedral de Santa Gúdula, que acogió el «Te Deum» que abrió esta jornada, ni tampoco sobre el parqué del Palacio Real donde tras 20 años Alberto dijo adiós a su pueblo por razones de salud. Era un «asunto nacional», así que tampoco se vio a los miembros de las demás familias reales y sólo el cuerpo diplomático asistió.

Los comentaristas televisivos bromeaban con que, aunque no estaba previsto código de vestimenta, nadie apareció con camiseta de tirantes, pese al ambiente tórrido del día, inusual en este país. No obstante, sí se vieron sandalias, mangas de camisa y alguna que otra túnica colorida, que restaron brillo al evento.

Aun así, el día deparó diversas imágenes interesantes y, una vez más, Matilde, la nueva reina, impuso su estilo a lo Jackie Kennedy –con un tocado «pillbox» y un cuello de barco y media manga– al conjunto de la familia real. Felipe, por su parte, se estrenó en el cargo con galones militares, aire sereno y concentrado para abordar durante su discurso el punto candente de este país, la integridad territorial: «Juro observar la Constitución y las leyes del pueblo belga, mantener la independencia nacional y la integridad del territorio», dijo Felipe en francés, neerlandés y alemán, los tres idiomas oficiales del país.

«La riqueza de nuestro país y de nuestro sistema institucional reside especialmente en el hecho de que hacemos de nuestra diversidad una fuerza. Encontramos cada vez el equilibrio entre unidad y diversidad. La fuerza de Bélgica es justamente dar un sentido a nuestra diversidad», manifestó en un claro mensaje a la comunidad flamenca. Precisamente, en la ceremonia faltaron los representantes del partido independentista flamenco Vlams Belang, y aunque sí estaban presentes los de otra formación nacionalista, el N-VA, su delegación no aplaudió al nuevo rey, y su líder, el alcalde de Amberes, Bart De Wever, no asistió, tal como había anunciado.

El solemne juramento se celebró en el Parlamento federal, con las dos cámaras reunidas y con la presencia del Gobierno en pleno, que dirige el primer ministro el socialista Elio Di Rupo, al igual que los altos representantes de los poderes Legislativo y Judicial a nivel federal, regional y local. «Acabo de prestar el juramento constitucional y soy consciente de la responsabilidad que me impone. Es una promesa solemne», dijo Felipe que también recordó que pronto se cumplirán 200 años desde que se estableciera la confianza entre el rey y el pueblo belga, tras la independencia de Holanda en 1831.

A pesar de todo, la jornada se centró más en lo emotivo que en lo político. Así, el rey Alberto II se mostró especialmente cariñoso con su hijo: «Felipe, tienes todas las calidades de corazón e inteligencia para servir bien a nuestro país en estas nuevas responsabilidades», le dijo al firmar el acta de su abdicación. Y con su esposa, la reina Paola, a la que envió un «gros (gran, en francés) kiss (beso, en inglés)», provocando la sonrisa de muchos y la emoción de la mujer. Pero también el nuevo monarca ensalzó a su esposa. «Querida Matilde, desde hace años estás comprometida de todo corazón con numerosas actividades. Tienes un sentido innato para el contacto humano», manifestó.

El cariño entre las parejas reales pudo verse con claridad en el balcón del Palacio Real, donde Felipe y Matilde aparecieron de la mano y se besaron, uniéndose a continuación a Alberto y Paola, y a sus cuatro hijos, la princesa heredera, Isabel, y sus hermanos Gabriel, Emmanuel y Leonor. Las niñas, vestidas de rojo, y los niños, con traje y corbata, en una postal perfecta. También destacó la reina Fabiola, quien con sus 85 años eligió para la ocasión un llamativo traje fucsia, sin importarle las miradas sobre ella por el escándalo que ha generado su fundación, supuestamente benéfica, pero que principalmente beneficia a su familia.

En la memoria de este día quedará grabado para los belgas el recorrido realizado por los nuevos monarcas por el centro de la ciudad en un coche descapotable, rodeados de ciudadanos anónimos saludando al paso del convoy. Entre la muchedumbre muchos portaban coronas de cartón con un mensaje para el rey saliente Alberto II: «Merçi» (Gracias).

Padre e hijo, pero dos estilos muy distintos

Felipe se enfrenta a su nuevo papel de rey de manera diferente a la que lo hizo su padre, Alberto II. El anterior monarca era el hijo pequeño del rey Leopoldo III y de la reina Astrid y recibió una educación de príncipe, ya que no estaba llamado a gobernar hasta que su hermano mayor, el rey Balduino, falleció. Su hijo ha recibido una formación muy distinta. El primer ministro Elio Di Rupo ha afirmado en numerosas ocasiones que «está muy bien preparado para ser rey». Además, uno de los retos a los que se enfrenta Felipe es a su carácter tímido, que se ha traducido en muchas ocasiones en tiranteces con la Prensa y que choca con el de su padre, mucho más expresivo que él.