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La guerra fría, un conflicto librado en los despachos que se calienta de nuevo

En la conferencia de Potsdam, que se celebró el 2 de agosto de 1945, se vieron las diferencias entre EE UU y la URSS
En la conferencia de Potsdam, que se celebró el 2 de agosto de 1945, se vieron las diferencias entre EE UU y la URSSlarazon

Estados Unidos y la Unión Soviética dirimieron sus diferencias, que venían desde la revolución bolchevique, en una escalada de armamento y una serie de conflictos que siempre se resolvieron en otros países.

El expansionismo ruso por Europa ha alarmado a Occidente. La anexión de Crimea ordenada por Putin y la guerra en el Este de Ucrania parecen anunciar nuevos movimientos, ahora cerca del Báltico. En consecuencia, Estados Unidos ha reforzado su presencia en Europa central y oriental. Obama ha ordenado el envío de carros de combate, obuses y vehículos de infantería para su instalación en los Estados bálticos, Bulgaria, Polonia, Rumanía y Alemania. Parece un episodio de la vieja Guerra Fría.

El conflicto entre las dos potencias viene de lejos. La revolución bolchevique rompió la cordialidad relativa. Lenin creó la III Internacional, el komintern, para que los trabajadores, también los norteamericanos, tomaran el poder y derrocaran el régimen capitalista. El presidente Woodrow Wilson, por su parte, apoyó al ejército blanco en la guerra civil rusa, y no reconoció al gobierno de los sóviets, al considerarlo una amenaza para un orden internacional basado en Estados nacionales con una economía libre de mercado.

Roosevelt reconoció a la URSS en 1933, pero Stalin no pagó la vieja deuda con EE UU, y ordenó que el komintern reiniciara allí sus actividades. La tensión aumentó con el pacto Ribbentrop-Mólotov de agosto de 1939, que permitió a los soviéticos invadir los estados bálticos y el Este polaco. Los norteamericanos incluyeron a Stalin y a los rusos en su lista de enemigos. El año 1941 lo cambió todo. El 22 de junio el ejército alemán inició la Operación Barbarroja para invadir Rusia; y el 7 de diciembre, los japoneses destrozaban el grueso de la flota norteamericana en Pearl Harbor. Ambos ataques por sorpresa aniquilaron sus sistemas defensivos, traumatizaron a sus sociedades, y obligaron a sus gobiernos a salir del ostracismo internacional. Este «síndrome de 1941» generó la obsesión por tener un sistema de defensa capaz de evitar otra derrota igual. La primera consecuencia del «síndrome» fue pensar la paz antes de derrotar a los nazis. La reunión de Teherán, en el mes noviembre de 1943, entre Roosevelt, Stalin y Churchill, dejó claro que primaría el criterio militar: el territorio ocupado se convertiría en zona de influencia. De esta manera, la ubicación del desembarco aliado de 1944 (Normandía) marcó que el Oeste sería para los angloamericanos, y el Este para los soviéticos. Comenzó entonces la «carrera por Berlín»: asegurar la región y hacerse con la «intelligentsia» germana. La táctica quedó fijada en Yalta, en febrero de 1945, en un lugar de la destruida Crimea exigido por Stalin, que obligó a un enfermo Roosevelt a hacer más de cien kilómetros en coche. La preocupación norteamericana era la contribución rusa al fin del poderío japonés, y la construcción de las Naciones Unidas. En lo demás se limitaron a reconocer el dominio sobre los territorios ya liberados, y en acordar la división alemana. En Potsdam, encuentro celebrado del 17 de julio al 2 de agosto de 1945, Truman, Stalin y el primer ministro Attlee acordaron la repartición de Alemania en cuatro zonas y la creación del Tribunal de Núremberg. La competencia entre las dos potencias se vio incluso en la creación de las Naciones Unidas.

Un conflicto global

El deterioro de las relaciones entre EEUU y la URSS desde 1947 fue denominado por Bernard Baruch, consejero de Roosevelt, como «guerra fría»; un término popularizado por Walter Lippmann. Era un conflicto global y continuo. Truman, fundado en la idea de contener el avance del comunismo universal, se comprometió a la defensa de Taiwán, Tailandia, la Indonesia francesa, y Corea del Sur, y selló alianzas con Japón, Australia y Nueva Zelanda. A esto se sumó el Plan Marshall destinado a promover el desarrollo en países minados por el comunismo, como Francia e Italia. Stalin aseguró que toleraría gobiernos representativos en su zona de influencia, como Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, pero los acabó reventando para imponer dictaduras comunistas satélites de Moscú. En marzo de 1948 los occidentales unieron sus zonas alemanas. En respuesta, Stalin bloqueó Berlín en junio. Truman estableció entonces un puente aéreo que hizo inútil la maniobra rusa, y en abril del año siguiente fundó la OTAN.

La tensión se desplazó de Europa a Oriente Próximo y a Asia. Los incidentes entre los dos gobiernos coreanos dieron lugar a un conflicto que se convirtió en ejemplo de la Guerra Fría: el enfrentamiento indirecto entre las dos potencias. Eisenhower siguió la Doctrina Truman: detener al comunismo en cualquier sitio. Envió marines al Líbano, apoyó al rey Hussein de Jordania, y firmó alianzas con Pakistán; y en Asia con Vietnam del Sur, Laos y Camboya. Jruschov no se quedó corto: creó el Pacto de Varsovia, inició la «diplomacia de los cohetes», y prometió la liberación de los países del Tercer Mundo en el proceso de descolonización, defendiendo el derecho de autodeterminación. El objetivo era contrarrestar a Estados Unidos y la creciente influencia de la China de Mao Zedong. Es más; encauzó la revolución de Cuba hacia el comunismo, convirtiendo la Isla en un satélite de la URSS, como ya lo eran Vietnam, Siria y Egipto.

Con la amenaza tan cerca, Kennedy, recién elegido presidente, aprobó el plan de la CIA para derrocar a Castro. El fracaso de Bahía de Cochinos provocó la crisis de los misiles en octubre de 1962, el momento más complicado de la Guerra Fría. Superado el problema, Kennedy amplió el compromiso militar con Vietnam del Sur, que pusieron en práctica sus sucesores, Johnson y Nixon.

Conflictos satélite

La guerra de Vietnam rompió el consenso norteamericano sobre el papel de EE UU, y dio la victoria al demócrata Carter en las presidenciales en 1977. Carter intentó reactivar la distensión con la URSS con el acuerdo SALT II, pero fue contradictorio con la normalización de las relaciones con China a espaldas de los soviéticos, y su exclusión del proceso de paz de Oriente Próximo. Por su parte, Leónidas Breznev ordenó la invasión de Afganistán y aumentó la injerencia en África, lo que agotó las fuerzas del imperio rojo.

El gran cambio lo dio Ronald Reagan, que inició la segunda fase de la Guerra Fría en 1980. Conectó bien con el pensamiento de la mayoría de norteamericanos: no servía de nada la política de juego limpio con los soviéticos. Conocía y creía en el poder de la comunicación, las relaciones públicas y la publicidad. Prometió el renacimiento de EE UU como gran potencia, y la necesidad de acabar con el «imperio del mal». Mientras a un enfermo y drogodependiente Breznev le sustituía en 1982 Andropov, el envejecido jefe de la KGB, y tras su muerte, el enfermo Chernenko, que no duró un año, Reagan ordenaba la Iniciativa de Defensa Estratégica, la «guerra de las galaxias». Una vez finalizada la Guerra Fría, se supo que dicho sistema había sido un «bluff» destinado a amedrentar a los soviéticos para que aumentaran agónicamente su gasto militar. Al tiempo, desplegó por Europa misiles crucero y Pershing II. La maniobra quedó completa cuando no alteró su plan por las multitudinarias manifestaciones pacifistas y antiamericanas, que le sirvieron para mostrar su decisión de hacer frente a la URSS.

La presión económica y el desgaste político y social de un sistema, el soviético, que no daba para más, motivó la elección de Gorbachov en 1985. En el XXVII Congreso del PCUS habló de la glasnot (transparencia) para la perestroika, o reconstrucción. El plan de Gorbachov era reducir el gasto militar, para lo cual promovió una reducción de las armas estratégicas, y ordenó la retirada de Afganistán y de Europa Oriental. La rebelión de los países europeos contra las dictaduras comunistas tenía vía libre, como ocurrió en 1989.

La colaboración sustituyó entonces a la tensión. Bush ayudó política y económicamente a la URSS de Gorbachov, en gran parte para evitar el ascenso de los «duros» y facilitar la disolución del inviable imperio soviético. La prueba fue la Guerra del Golfo, en 1990, en la que los rusos no participaron, pero que se hizo con su consentimiento a cambio de que no se derrocara a Sadam Hussein, socio económico de la URSS. El fracaso del golpe de agosto de 1991, y la disolución de la URSS en diciembre, acercaron a EE UU y Rusia. La buena sintonía entre Clinton y Yeltsin parecía abrir una nueva etapa, que se ha visto truncada desde el ascenso al poder del nacionalista y autoritario Putin, que nos ha devuelto a los malos tiempos de la Guerra Fría.