Racionamiento en Venezuela
Venezuela: Cuando comer dos veces al día e ir al colegio es un lujo
Con una inflación prevista de 1.100% para este 2017, el régimen de Maduro pretende paliar la miseria que azota a familias enteras con «paquetes de ayuda» de 1,6 euros mensuales.
Entre cinco y seis niños mueren a la semana por desnutrición mientras el chavismo niega la crisis social y económica que ahoga al país.
Una parte de Venezuela muere de inanición. La falta de alimentos es una realidad de la que se lleva mucho tiempo hablando, pero la situación ha llegado a un punto crítico. Los índices extraoficiales (el Gobierno de Nicolás Maduro no ofrece cifras oficiales) son alarmantes y las historias personales desgarradoras. Por eso, crece la desesperación de familias enteras en busca de alimentos y medicinas, lo que unido a la inflación que no para de aumentar (el FMI calcula que cerrará 2017 en torno al 1.100%, la más alta del mundo) convierte a Venezuela en uno de los lugares más hostiles para vivir. Este año, en muchos hogares, las Navidades y el Año Nuevo no han sido días de felicidad. No hay dinero para regalos, ya que la mayoría de la clase media no tiene ni para cubrir sus necesidades básicas. En la lista de deseos, los niños no escriben juguetes, sino su plato de comida favorita. Una generación, la de los niños que nacieron bajo el chavismo, a los que además de un futuro incierto les espera hambre y escasez.
Sobrevivir gracias a la comida del hospital
Wilmely Mendoza tiene ocho años y desde que nació sufre un problema renal crónico. Para ella, los lunes, miércoles y viernes tienen un solo significado: diálisis. Y a pesar de que la mayor parte del tiempo lo pasa en tratamiento, reconoce que para ella es un lujo poder degustar de vez en cuando un plato de pollo a la plancha, arroz y ensalada de cebolla, tomate y lechuga. Wilmely es la mayor de los dos hijos de Yolimar Montezuma, de 40 años. Ella es madre soltera, desempleada y dependiente del programa gubernamental «Hogares de la Patria», del que reciben 180.000 bolívares (1,6 euros) mensuales. Una «ayuda» destinada a las familias más pobres con la que se supone que deberían poder hacer la compra, pagar el transporte y los medicamentos. Por descontado, la ayuda gubernamental es ridícula.
Los Mendoza Montezuma viven en la pobreza extrema en el Estado de Vargas, al norte de Caracas. Para comer dependen de la caja de alimentos que vende el Gobierno, pero también de la comida ya elaborada que reparten a los pacientes del hospital de niños o el José Manuel de los Ríos. Una parte la comen en las sesiones de diálisis y otra se la llevan a casa «para poder seguir alimentándose el resto de días», revela la madre a LA RAZÓN. «Me gusta la arepa con queso, pero lo que más es el arroz con pollo a la plancha y ensalada. Ayer nos dieron de comer arepa con sardinas y eso me gusta. Prefiero los dulces, pero ya no recuerdo cuándo los comí por última vez», afirma Wilmely justo antes de entrar a una de sus sesiones de diálisis. Con un catéter en el cuello y los pies hinchados de retener líquido, la pequeña ingiere una mandarina y un zumo antes de someterse al proceso que limpiará su sangre. Su madre no oculta su desesperación y todavía espera la vivienda social que le prometió hace años el Gobierno de Hugo Chávez. Además, en la casa de Yolimar se necesitan cosas tan elementales como un tensiómetro para vigilar la presión arterial de su hija, un ventilador para evitar el calor y un colchón, porque el que tienen está roto.
Meses sin probar un bocado de carne
Yeiber, de once años, Yeiner, de diez, Yennifer, de ocho años, y Dariángel, de diez meses, son hermanos. Los cuatro padecen desnutrición, según el último reconocimiento médico al que les sometieron los médicos y trabajadores sociales del barrio Las Minas de Baruta, en el estado de Miranda. Los mayores pedían comida en la calle, mientras que la mediana sólo comía lo que había en casa, o sea nada, y por ello es la que más evidencias de la desnutrición presenta. La madre de estos pequeños, Yenireé Cardoza, acaba de cumplir 27 años y fue abandonada por su marido. Ella trabajaba en el Ejército, pero fue expulsada cuando se quedó embarazada. Todos ellos fueron remitidos al comedor popular «Alimenta la Solidaridad» que impulsó el ex gobernador de Miranda Henrique Capriles Radonski. Antes hacían una o ninguna comida diaria. Ahora se sienten afortunados de ingerir alimentos dos veces al día. En el comedor comen y en casa cenan «con lo que hay», dice la madre, en referencia a los paquetes de comida que distribuye el Gobierno y que apenas trae carbohidratos como pasta, arroz y harina. No reciben proteínas, y según confiesa a LA RAZÓN Yennifer, la niña de ocho años, lleva varios meses sin probar pollo, salchichas o carne. La madre se muestra avergonzada y afligida, mientras amamanta a la más pequeña de sus hijos.
El plato preferido de Yeiber es el pabellón criollo, el de Yeiner los perritos calientes, y a Yennifer le vuelve loca la pizza y la cachapa, pero ninguno de ellos recuerda cuándo fue la última vez que comió este manjar. Scarlet González es vecina de la familia, pero su caso es, si cabe, más extremo. Tiene ocho años, no pesa más de 17 kilos, se le despigmentó el cabello por falta de nutrientes, las pupilas le bailan, tiene la piel áspera y presenta lesiones y el llamado «escapulario de la desnutrición» que expone sus huesos de la clavícula. Va sola al comedor popular porque el resto de sus nueve hermanos prefieren pedir en la calle. «Sólo como una vez al día», explica a este diario. Los niños que acuden al comedor popular son parte de los 9,6 millones de venezolanos que come dos o menos veces al día con la frecuente ausencia de proteínas en sus platos, según la más reciente Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi).
Alimentar a siete hijos con seis euros
En un rancho de zinc y tablas, al borde de la quebrada Santa Isabel, en la Pastora, Caracas, viven Hani, de 25 años; Keiber, de 21; Yonder de quince; Chantal, de siete; Yosniel, de seis; Gregory, de cinco; y Kelsy, de uno. Su madre, Keila García, de 40, se encarga del cuidado de todos ellos. Ella trabaja limpiando una casa, por lo que cobra 700.000 bolívares al mes (6,2 euros). No llega para alimentar a todos. «Yo nunca he comido arroz con pollo y quiero ser grande para poder comprar pan», sentencia Yosniel. Su hermana Chantal lo interrumpe para decir que a ella le gusta el arroz con lentejas y el pan de guayaba. Mientras que Gregory se queda callado y los demás responden por él que le gusta la arepa con jamón y queso. Keila dice que en casa se alimentan de lo que el Gobierno envía a su barrio cada dos meses. «No es suficiente. Por cada comida que tenemos que hacer se me va un kilo de harina o un paquete de arroz. Lo que me pagan por día se va en comida. Cobro y compro. A veces comemos dos veces al día y porque a ellos (los niños) les dan el almuerzo en la escuela», apunta. A esta lamentable situación se suma que dos de los niños padecen de asma y no les alcanza para comprar las bombas nebulizadoras.
Pese a estas dramáticas historias, que suponen una mínima parte de las que ocurren en Venezuela, el Gobierno sigue negando la existencia de una crisis humanitaria. Sin embargo, las ONG aseguran que cada semana mueren por desnutrición entre cinco o seis niños. En 2018, según Cáritas, al menos 280.000 niños podrían morir por esta causa.
Pillaje y disturbios en busca de alimentos
Las fechas navideñas no han significado ni mucho menos un paréntesis en la desesperación de los venezolanos. Los actos de pillaje se suceden a diario, y los más graves tuvieron lugar el día de Navidad en Ciudad Bolívar, al sur del país, después de que varios saqueos obligaran a las Fuerzas de Seguridad a desplegarse. Según informó el periódico «El Nacional», la Policía de Bolívar recurrió a gases lacrimógenos para dispersar a la multitud en una tienda de bebidas alcohólicas, y varios asaltantes respondieron con piedras. Los incidentes se repitieron por toda la ciudad, lo que obligó al Ejército y la Policía a utilizar blindados para mantener el orden.
La situación se ha agravado porque en los días previos a las fiestas las ayudas prometidas por el Gobierno no han llegado a las familias más necesitadas, y además Maduro ha obligado a reducir algunos precios hasta un 50% en medio de una escasez cada vez mayor de gasolina en el país con más reservas del mundo.
Pese a la crisis y estas dificultades son cientos de venezolanos los que deciden ayudar a quienes menos tienen. La solidaridad se ha activado aún más en estas fechas y las pequeñas iniciativas se multiplican. «Un juguete: una buena noticia» logró recolectar esta semana a través de donaciones cien juguetes para niños en situación de riesgo en las calles de Caracas. También la Fundación Una Mano Amiga (UMA) lleva años trabajando por los menores, ancianos e indigentes y en estos días han salido a la calle con su «Comedor de la Esperanza». Con él ofrecen un plato con hallaca, ensalada de pollo, pernil y pan de jamón a los más necesitados.
Cada diciembre en Caracas hay otro movimiento de solidaridad que lleva comida, juguetes y ropa agente sin hogar. «Santa en las calles» reúne a decenas «duendes voluntarias» que reciben, clasifican y reparten las donaciones. Santa Claus y sus ayudantes salen por la noche y ayudan a los más necesitados.
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