Pinto
Venezuela, el imperio de los traficantes
La galopante escasez hace que los vendedores de comida y medicinas del mercado negro sean la única alternativa para la empobrecida población.
La galopante escasez hace que los vendedores de comida y medicinas del mercado negro sean la única alternativa para la empobrecida población.
La situación en Caracas se ha vuelto insostenible, «un infierno» para muchos ante la imposibilidad de conseguir comida y medicamentos para los enfermos. Venezuela es el país donde encontramos a gente dispuesta a hacer cualquier cosa por alimentos. Sus testimonios son los relatos más impactantes de la crítica situación que atraviesa su gente.
En el barrio popular del Petare la gente está bajando de los cerros. Esta vez los alzamientos no forman parte de la resistencia sino de los «guairemberos», gente de escasos recursos con la cara cubierta que a veces también saquea. En esta favela, donde residen un millón de personas y donde el índice de homicidios es el más alto del planeta (297 en los últimos tres meses), vive Alonso, un bachaquero o traficante. Se dedica principalmente al tráfico de víveres. Tiene aceite de girasol, atún, sardinas y leche, que muestra a cara descubierta. No parece tener miedo. Todos los productos son de contrabando, pertenecen a los almacenes del Gobierno, insumos que en teoría deberían repartirse entre la gente más pobre pero que, al final, acaban manejados por los colectivos, grupos armados afines al Gobierno. «Estos alimentos están subvencionados, algunos pertenecen a los comités locales de abastecimiento y producción que deberían repartirse casa por casa, pero al final, acaban siendo revendidos al mejor postor», asegura Alonso.
LA RAZÓN estuvo de noche en el centro de Caracas con uno de los pocos colectivos mixtos –hombres y mujeres– llamado Ave Fénix. Alrededor del palacio presidencial de Miraflores se ha instalado una especie de vigilia, un cordón de seguridad amenizado con conciertos donde se proyecta la imagen del presidente Maduro. El rugir de las motos es constante. Laura nos lleva en la suya, una vieja reliquia de chapa roja y caucho gastado. Aseguran que no son «violentos» pero portan armas de bajo calibre. El almacén está repleto. Cuando paran de patrullar unos 30 comensales –todos del mismo grupo–, disfrutan de una buena comida con fideos y pollo, bañada en ron, algo que se ha vuelto un lujo para muchos. «El Gobierno confía en nosotros para el reparto y otras tareas propias de las misiones (programas relacionados con la salud, educación o enseñanza)», afirma. «Pero a veces, las cosas se quedan en el camino», añade.
Lo mismo ocurre con las medicinas. En Antimano, otro de los cerros más humildes, Yesman nos atiende, esta vez con la cara tapada. Cuesta entender lo que dice. «Estos son para los vómitos», explica mientras nos muestra un arsenal de cápsulas y ampollas. «Los antibióticos rondan los 20 dólares», dice.
A pocas calles, María nos enseña sus análisis. Tiene cáncer terminal. «No consigo nada desde hace diez meses. Lo mismo pasa con uno de los trasplantes que me hicieron de riñón, necesito unos medicamentos para que mi cuerpo no rechace el órgano, en teoría podrían quedarme poco tiempo. Por ahora aguanto».
En la misma casa, Mariela sostiene a su hijo, que padece un soplo en el corazón. La misma historia: «Tiene dificultad para respirar, dolor en el pecho, palpitaciones, astenia. Estoy buscando diogina pero no encuentro ni siquiera en el mercado negro con los piratas, los bachaqueros».
El tráfico de alimentos, el desabastecimiento, más la inflación, que el FMI sitúa en torno al 10.000.000%, han llevado a muchos venezolanos a realizar casi cualquier cosa por comida. La cifra da escalofríos y la conclusión a la que llegaron los expertos resume un panorama de emergencia humanitaria. En el país con las mayores reservas de petróleo casi no hay un venezolano que no sea pobre. En promedio, los ciudadanos perdieron 11 kilos de peso en un año.
La Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela, realizada por las principales universidades del país, revela que la pobreza extrema aumentó del 23,6% al 61,2% en cuatro años y casi diez puntos tan solo entre 2016 y 2017.
Volvemos al barrio de Pinto, donde Adela duerme todas las noches en la Plaza Andrés Bello, debajo de un columpio para niños. Lleva en las calles desde los 13 años. Ha fumado piedra «crack». Su mirada es borrosa, su paso lento, la voz suave, amable. Se prostituye por comida. «Lo prefiero, porque no suelen pagar mucho, la verdad. Otras veces me dan diez dólares y con eso, puedo ir a un hotel y ducharme» nos cuenta. Según las previsiones, y con un posible bloqueo de EE UU, es posible que la situación se recrudezca aún más. Caracas se ha convertido en un territorio hostil, donde se libra una guerra de hambre y medicinas.
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