Venezuela

Venezuela, en el realismo fantástico

La Razón
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Las elecciones venezolanas de hoy son a la Asamblea Nacional y los pronósticos apuntan a que la galaxia de la oposición le sacará 30 puntos al oficialista PSUV (Partido Socialista Unificado de Venezuela). Si así fueran las cosas se acercarían a un plebiscito contrario al chavismo, o socialismo del Siglo XXI, hijo del Foro de São Paulo impulsado por Fidel Castro y financiado por el brasilero Lula para rescatar los restos del naufragio de la Unión Soviética y el llamado socialismo real. En una buena práctica política, perder la Asamblea en un sistema presidencialista no es una catástrofe. El presidente Barack Obama no cuenta con la Cámara de Representantes y el Senado, y el electo Mauricio Macri en Argentina tiene en contra a diputados y senadores. Los buenos presidentes se crecen en minoría parlamentaria y desarrollan el arte de negociar. El presidente Maduro tiene mandato hasta 2019 pero se ha tomado estos comicios como una cuestión apocalíptica, a vida o muerte. Chaves tenía un programa televisivo en cadena «¡Aló Presidente¡», inacabable y objeto de chanzas nacionales e internacionales. Maduro, siguiendo sus pasos, emite durante cinco horas «En contacto con Maduro», donde afirmó la semana pasada que «...la paz depende de mi triunfo», además de tildar de «basurita» al presidente español Mariano Rajoy por desear la democracia a los venezolanos.

Hay incluso opositores que añoran el chavismo porque la grosería mental de Maduro supera a la de su mentor. Además de por sus circunstancias personales, Maduro tiene razones para la inseguridad y hasta un cierto complejo de inferioridad porque en las últimas presidenciales sólo obtuvo un punto por encima de su rival Henrique Capriles. El PSUV se impone mediante la demagogia y el amedrentamiento, pero la sociedad está partida en dos. El fallecido Hugo Chaves decía que los dos hombres que poseían mejor información de Iberoamérica eran Fidel Castro y Felipe González. Pues este último estima que bajo el Estado de sitio de Pinochet se respetaban más los derechos humanos que bajo la «prosperidad» de Nicolás Maduro. La delincuencia endémica y generalizada que sufre el país sirve de capa para emboscar asesinatos políticos o, simplemente, sembrar el miedo entre quienes quieren expresarse libremente o en los contados medios de comunicación independientes que sobreviven gracias a la autocensura. Sacar de su despacho con gran parafernalia policial y encerrar en la cárcel al alcalde de Caracas, egresado de las urnas, sólo es explicable para el chavismo bolivariano que sólo respeta las elecciones cuando las gana. El despropósito sólo es equiparable a que un juez de la Audiencia Nacional metiera sin juicio ni mayor trámite a Manuela Carmena en Alcalá-Meco. Eso es el telón de fondo de las elecciones venezolanas. Maduro está poniendo agresividad a las vísperas electorales. Al alcalde de Sucre, Carlos Ocaña, le tilda de vago y conspirador por viajar frecuentemente a Miami junto a su hijo enfermo de leucemia. Lilian Tintori es la voz de su marido, Leopoldo López, condenado a 13 años por ser un líder de la oposición, y la dama revela que está aislado en una torre con 38 celdas vacías excepto la suya. En la Venezuela chavista el pensamiento sí delinque y desde la oposición no se puede pretender derribar legalmente al Gobierno. Es el literario realismo fantástico trasladado a la política. Contradiciendo la tesis de que es más fácil que una mujer muera de próstata a que un militar venezolano muera en combate, Hugo Chaves mostró sus hechuras debutando con una asonada sangrienta. Pero al menos era teniente coronel y había recibido una formación castrense, aunque a los paracaidistas como él no se les selecciona por su cociente intelectual sino por el nivel de testosterona.

Los antecedentes de Maduro son más inquietantes. No acabó la secundaria porque no quiso estudiar, no por precariedad. Le despidieron de autobusero, digno y responsable oficio, por saltarse los semáforos en rojo con el bus lleno de pasajeros, aunque él aduce que le represaliaron por sindicalista. Le desasnaron cuadros cubanos, pero su maestra es su esposa Cilia Flores, abogada, ex procuradora general y ex presidenta de la Asamblea, radical y nepotista con 42 parientes contabilizados empleados por su dedo en instituciones públicas. El Rasputín femenino de la República. Ante una severa derrota del PSUV el régimen se endurecerá y los l03 partidos del país (incluido el socialista Podemos) tendrán que unirse en una plataforma para contrarrestar un delirio que ha dejado a los venezolanos sin papel higiénico ni tampax.