Italia
«Venían al paraíso y se han topado con una Europa en crisis»
Los ciudadanos de Ventimiglia se vuelcan en ayudar a los inmigrantes
Pasquale necesita una llave inglesa para terminar de ajustar la tubería. Sin camiseta, corre a buscar la herramienta a su coche, donde tiene todo tipo de herramientas. «¡Funciona!», dice con una sonrisa tras apretar bien la guarnición del tubo. «Los inmigrantes ya pueden ducharse. Ahora sólo me falta construir otra ducha para las mujeres». Este agricultor de unos 50 años e indudables habilidades manuales vive cerca de Ventimiglia, el último pueblo italiano antes de llegar a Francia. «Cuando supe que los refugiados estaban durmiendo en la escollera a pocos metros del paso del puente de San Ludovico, porque los franceses les impiden pasar, hablé con varios amigos y decidimos echarles una mano», cuenta mientras sigue trabajando. «Nosotros hemos traído el material. Le pedimos al Ayuntamiento y a Protección Civil que montaran unas duchas, pero no nos hicieron caso. Al final hemos optado por instalarlas nosotros. No tenemos permiso, pero así pueden asearse con agua dulce».
Pasquale es uno más de los muchos ciudadanos italianos y franceses que se han volcado con los más de 500 inmigrantes bloqueados en Ventimiglia. Cada día es mayor la cantidad de ropa y de comida donada por la gente que se acumula en el paso fronterizo del puente de San Ludovico. Incluso algunos voluntarios han instalado un ordenador con internet para que puedan contactar con sus familias en sus países de origen.
El ambiente al caer la tarde es casi de fiesta en este lugar, símbolo de la incapacidad de Europa para hacer frente de forma conjunta a la inmigración. «¡Hay cuscús para todos! Los miembros de la Cruz Roja italiana y francesa que quieran comer con nosotros son bienvenidos», dice Sami Bubaki, imán de la Asociación de la Fraternidad y del Saber, un grupo de Niza que ayuda a los inmigrantes de la escollera. Los alrededor de 170 acampados allí comen con evidente apetito. La mayoría lleva todo el día sin probar bocado, pues alrededor del 80% son musulmanes y celebran el Ramadán, por lo que ayunan durante las horas de sol. Una vez acabada la comida, los inmigrantes se colocan mirando a La Meca y Bubaki dirige la oración.
La imagen del imán es propia de los creyentes más fervientes del islam. Lleva barba y en su frente luce la «zebiba», la marca que supuestamente se hacen los más píos por rozarse con la alfombra al rezar. Calza unas babuchas y viste una chilaba sobre la que porta un chaleco reflectante con el nombre de su asociación. «En nuestro grupo hay sitio para todos, no sólo musulmanes. Trabajamos por el bien de la Humanidad», asegura Bubaki. «Les digo que respeten a la Policía y que den una buena imagen del islam. Espero que les dejen pasar. Muchos quieren ir a otros países europeos porque tienen familia allí. Han venido con un sueño de Europa que no se corresponde con la realidad. Creían que esto es un paraíso, pero se han topado con un continente en crisis».
A Viviana Dumitru se le nota el cansancio de inmediato. Voluntaria de Unicef, ayuda a los niños y a las mujeres desde que comenzaron a agolparse en Ventimiglia. «He perdido la cuenta de los días que llevo trabajando sin parar. Cuando puedo, vuelvo a casa y me echo unas horas, pero enseguida tengo que volver. Tratamos de que los niños se olviden de lo que han sufrido en el viaje. Hacemos espectáculos con payasos, los llevamos de paseo, los vacunamos y controlamos su salud», explica Dumitru. «Los pequeños tienen una mirada muy triste, pero son muy afectuosos con nosotros. Son un amor». La única queja de esta voluntaria de Unicef es la falta de apoyo, pues ha pagado de su bolsillo las medicinas que ha comprado para los niños y para las embarazadas.
Ventimiglia, una localidad que vive en parte del turismo, trata de comenzar la temporada veraniega sin que se note mucho la crisis migratoria. «La situación en la ciudad es más que tranquila, pero nos preocupa toda la atención mediática, que no da una buena imagen», se queja el joven alcalde, Enrico Ioculano. Pese a estas dificultades, la ciudad celebró el solsticio de verano con fiestas y conciertos. «Algunos turistas nos han llamado para saber cómo estaban las cosas, pero nadie ha cancelado una reserva por los inmigrantes», explica Silvana, recepcionista de un hotel frente al paseo marítimo. «No se ha notado ningún impacto negativo. De hecho, tenemos en varias habitaciones a policías y a periodistas». Los agentes forman parte del despliegue especial ordenado por Roma para garantizar el orden público en la frontera.
Pese a la solidaridad con la que la población de Ventimiglia está acogiendo a los indocumentados, hay quien tiene miedo de que transmitan enfermedades y se queja del dinero que gasta el Estado italiano en acogerlos. «Cuidado, cuando vuelva a casa acuérdese de desinfectarse la suela de los zapatos, pues puede contagiarse de sarna o de ébola». La equivocada advertencia es de Piero Spampatti, empresario de un pueblo cercano a Bérgamo que tiene una casa de vacaciones en los alrededores de Ventimiglia. Ha ido a la estación de trenes para curiosear cómo están los inmigrantes que duermen allí y ver si les puede echar una mano. «Tienen mantas y colchones, no están tan mal como dicen por televisión. El problema es que no les podemos echar y que en Italia no hay trabajo para ellos. ¿Por qué no se van con usted a España?».
Renzi y Hollande muestran «sintonía»
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, y el presidente francés, François Hollande, trataron de ocultar ayer en Milán con un abrazo el enfrentamiento que ambos países mantienen desde hace diez días por la decisión gala de impedir que los «sin papeles» crucen la frontera. Sufren el bloqueo los más de 500 inmigrantes que esperan en la ciudad italiana de Ventimiglia para poder continuar su viaje hacia el norte de Europa. Más de 150 de estos prófugos llevan todo este tiempo acampados en una escollera en territorio italiano a pocos metros del paso fronterizo con Francia. Renzi trató de mostrar una sintonía total con Hollande, ofreciendo una versión de los hechos que se ajusta poco a la realidad. «No ha habido ninguna tensión entre Italia y Francia sobre Ventimiglia», llegó a decir. Aseguró que la cuestión migratoria no afecta sólo a Roma o a París, sino que se trata de un problema de toda la UE que deberá ser afrontado en el Consejo Europeo del jueves. Si en esa cumbre los líderes de los Veintiocho no se comprometen a compartir el peso de la inmigración, Italia adoptará un «plan B», reiteró Renzi, sin dar más detalles de cuáles son las decisiones extraordinarias que tomará.
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