La Razón del Domingo
De la «hybris» al escrache
El acoso ha formado parte de la política desde la noche de los tiempos. Sólo ha cambiado de nombre
El acoso ha formado parte de la política desde la noche de los tiempos. Sólo ha cambiado de nombre
Para no pocos, la Antigua Grecia constituye el modelo de convivencia política y la cuna de la democracia. La segunda afirmación sólo es cierta en relación a Atenas y otras «poleis» sometidas a su hegemonía; la primera es rotundamente falsa. De hecho, la coacción ejercida sobre el adversario político resultó muy corriente y fue catalogada entre aquellas conductas denominadas «hybris». Los ejemplos de su práctica no resultaron escasos. Por ejemplo, Midias no perdía ocasión de seguir a Demóstenes para amedrentarlo y fue considerado culpable de esa «hybris». Demóstenes acabó recibiendo algún golpe, pero mucho peor fue la coacción que practicaban políticos como Teognis. En Megara, logró crear un grupo de seguidores que adoptaba un atavío reconocible y que se situaba fuera de los domicilios de los adversarios políticos para amedrentarlos y, finalmente, rendirlos a sus intenciones. La fácil identificación de los coaccionadores, su persistencia y el temor a un mal mayor otorgaron ciertamente a Teognis un poder nada desdeñable.
La Antigua Grecia no fue una excepción en ese tipo de prácticas. A decir verdad, Roma fue testigo en innumerables ocasiones de esas conductas hasta el punto de que podría afirmarse que les dio forma canónica. De hecho, los patronos que proporcionaban ayuda y favores a sus clientes también los movilizaban para coaccionar a posibles adversarios políticos. Lépido en el 78 a. de C., Catilina, el de la famosa conjura, en el 66 a. de C., o Celio y Milón en el 47 a. de C. fueron tan sólo algunos de los políticos que utilizaron bandas, generalmente con algún signo exterior, que rodeaban los domicilios de ciertos políticos, los insultaban y dejaban traslucir que podían pasar a mayores si no se aceptaban los deseos del coaccionador. Aunque en todos los casos se apelaba a razones políticas y era habitual esgrimir causas supuestamente nobles como la entrega de tierras o el perdón de deudas, los componentes de estos grupos no solían ser respetables ciudadanos.
«Piquete» de esclavos
Clodio, uno de los romanos expertos en este tipo de acciones, solía valerse de esclavos, gladiadores y libertos obligados hacia sus antiguos señores. En no pocas ocasiones, la finalidad expresa fue la aprobación de leyes que, supuestamente, iban a beneficiar a la plebe aunque la realidad era que sólo pretendían absorber el respaldo de determinados segmentos sociales. Este tipo de coacción tuvo ocasionalmente un éxito nada desdeñable. Por ejemplo, la ley agraria del 133 a. de C., aprobada bajo este tipo de coacciones, dispuso que las propiedades agrarias que excedieran de las 285 hectáreas fueran expropiadas a partir de esa superficie y repartidas a los pobres. De manera semejante, otra ley de 123 a. de C. obligaba a las autoridades romanas a distribuir trigo gratis. Semejantes medidas tuvieron otra consecuencia aún mayor. De hecho, fueron erosionando la república romana hasta arrastrarla a las guerras civiles, primero, y luego a su desaparición en favor de una dictadura con ropajes republicanos.
Grecia y Roma no fueron excepciones. La práctica de la coacción se puede encontrar en la España medieval para amedrentar a judíos y cristianos en Al-Ándalus o a judíos en los reinos del norte. Fue una conducta habitual en la Italia medieval y del Renacimiento en que las partidas servían para aterrar a los que debían tomar decisiones que iban de la aprobación de leyes a la elección de papas.
A inicios del siglo XX, la práctica de la coacción incluyó la «banda de la porra» de un empresario y político amigo del socialista Pablo Iglesias; a los escuadristas de Mussolini y a las SA que, antes de la llegada de Hitler al poder, ya rodeaban los domicilios de judíos e impedían que la gente pudiera llegar hasta sus comercios y despachos. En el último caso, el triunfo electoral acabó derivando hacia medidas de violencia que desembocaron tras cinco años de poder en la «noche de los cristales rotos» y, tras el inicio de la guerra, en el exterminio planificado.
A pesar de las diferencias de atuendo, de énfasis y de proclamas que se perciben, los puntos de contacto resultan innegables y sobrecogedores. En todos y cada uno de los casos, se pretende amedrentar y doblegar la voluntad de personas a las que se contempla como enemigos políticos o de clase y a las que se intenta impedir ejercer con libertad sus funciones o adoptar decisiones. Igualmente, ha sido habitual que los que practican las coacciones cuenten con una identificación externa –pañuelo, camiseta, uniforme– que subraye el aspecto coaccionador.
Por último, siempre se pretende defender causas de carácter populista y demagógico aunque, en realidad, tan sólo se trate de intentar alterar la distribución del poder politico existente. La esencia de estas acciones quizá quedó descrita como nadie por los griegos que, como ya indicamos, la denominaron hybris. El término en cuestión no sólo englobaba a este tipo de coacciones sino también otras conductas como la violación, el sexo anal impuesto a hombres o niños o la paidofilia. Es para reflexionar.
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