Crítica de libros

De profesión, extremista

De profesión, extremista
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En momentos crispados y de sacrificios, como los que ahora vivimos, prospera una figura ideológica muy clásica del siglo pasado: el extremista. Puesto que parece que vamos a cosechar unos cuantos en la presente temporada, vale la pena dedicarles unas palabras. El extremista tiene siempre una flaqueza: la de encontrarse situado en una posición muy cercana a la del populista y el demagogo. Es curioso detectar que, al igual que estos últimos, el extremista muestra habitualmente una entusiasta tendencia hacia la profesionalización. Una tendencia de convertir su protesta en un modo de llevar el pan, no a la mesa de todos, sino a su mesa particular. Su munición de pensamiento se halla en los eslóganes, no entre los razonamientos complejos, seguramente porque lo que busca es una comunicación rápida y efectiva. El eslogan del extremista suele ser de una brevedad eyaculatoria en la medida de que suele contener fugazmente lo esencial. Sabe que la ambigüedad es antipática para los fieles, los militantes y los tertulianos, pero olvida que, puesto que hay muchas cosas en la vida que son ambiguas, la indefinición cauta siempre termina resultando más rentable en votos cuando las condiciones son normales. Por eso el hábitat favorable para el extremista suelen ser los tiempos de crisis.

Hay, sin embargo, otro punto flaco en el extremista, por mucho entusiasmo que le ponga: un problema básico de insinceridad. Indignarnos haciéndonos creer a nosotros mismos que sabemos lo que hay que hacer es una falta de sinceridad. Es engañarnos a nosotros mismos y a los demás, negándonos a reconocer que las cosas son muy complejas. La legítima indignación de la gente, que ahora nos rodea por todas partes, será estéril si se enfoca por ese lado, porque es posible soslayar la mentira y, sin embargo, no decir la verdad.