La Razón del Domingo
El hombre que derribó la URSS
En los primeros 80, la URSS tenía gran influencia en África y América Latina. Poco después, ese poder cayó. ¿Cuáles fueron los motivos?
Los analistas de la caída de la URSS suelen referirse, por regla general, a dos factores. En primer lugar, la inoperancia del sistema y, en segundo, la alianza entre Ronald Reagan, Margaret Thatcher e incluso Juan Pablo II. La realidad fue muy diferente. En 1981, un coronel del servicio de espionaje industrial de la KGB llamado Vetrov abordó a un francés que realizaba negocios en Moscú. Su intención era entregarle el listado de los agentes soviéticos en Occidente. Tras las lógicas suspicacias (¿por qué a ellos y no a los americanos?, ¿por qué Vetrov no aceptaba dinero?), los franceses empezaron a recibir los documentos que Vetrov les entregaba, por regla general en un supermercado de Moscú. Entre 1981 y 1982, Vetrov, conocido en clave como «Farewell», pasó a los franceses unos tres mil documentos, así como el nombre de más de cuatrocientos agentes soviéticos. La magnitud de la información era tan impresionante que Mitterrand, a la sazón presidente francés, encargó el trabajo a uno de los servicios secretos más pequeños y vinculado al interior de Francia para evitar filtraciones. El momento de mayor satisfacción para Mitterrand, seguramente, tuvo lugar cuando, al ser presionado por Reagan para que expulsara a los ministros comunistas de su Gobierno, entregó al presidente norteamericano una amplia relación de miembros de su equipo que trabajaban para los soviéticos.
La acción de Vetrov dejó inoperante a la KGB en un momento especialmente delicado. En palabras del director de la KGB a Gorbachov, la KGB había quedado ciega y necesitaría no menos de una década para recuperarse. Fue precisamente en esos momentos cuando Reagan, sabedor de la impotencia de la inteligencia soviética, lanzó uno de los mayores faroles de la Historia, el proyecto de la «guerra de las galaxias». En el curso de 1983, los agentes soviéticos no pudieron proporcionar al Kremlin más datos de los que daba la Prensa. Desde esa situación de seguridad, el mismo Juan Pablo II –que había sido partidario de desarrollar una política de entendimiento con la URSS, según su correspondencia con el primado de Polonia– cambió radicalmente de postura y Thatcher, siempre anticomunista, acentuó sus posiciones. Ante un enemigo ciego, Reagan pudo imponer condiciones cada vez más exigentes que Gorbachov se vio obligado a aceptar para intentar superar la brecha tecnológica y que llevaron en unos años al desplome de la URSS. Vetrov no llegó a verlo. Humano, a fin de cuentas, en 1982 intentó apuñalar a una amante, causó la muerte de un policía que iba a detenerlo en un parque y fue ejecutado. Quizá no llegó a saber cómo había sido decisivo a la hora de hundir un sistema que odiaba.
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