La Razón del Domingo
Kennedy, la primera «estrella» política
Antonio Garrigues Walker e Inocencio Arias, dos grandes conocedores de la política de EE UU, valoran el legado personal y político de Kennedy
E n la agencia de publicidad Sterling& Cooper, en la avenida Madison de la Gran Manzana, la noticia hizo llorar a las mujeres. Los hombres se fumaron hasta los dedos y se bebieron el agua de los floreros. Walter Cronkite les dio la mala noticia en blanco y negro en la CBS, con el histérico ruido de fondo de los teléfonos (hasta que dejaron de sonar por el colapso de las líneas). En los hogares, las amas de casa se retorcían las manos pegadas a la tele, consoladas por las mucamas negras, y en las habitaciones de hotel, las parejas interrumpieron sus «affaires». Esta secuencia, del capítulo de la serie «Mad Men» titulado «The Grown-Ups» (Adultos), refleja a la perfección cómo fue el día en que EE UU cumplió la mayoría de edad.
Todo el mundo recuerda qué estaba haciendo. Junto con el 11-S, es de los pocos acontecimientos planetarios de nuestra era.
En Londres, un veinteañero Inocencio Arias se enteró del magnicidio por un amigo americano. Entonces andaba estudiando inglés para convertirse en diplomático, una función que cumpliría durante siete años en Nueva York como representante de España ante la ONU. Recuerda la conmoción generalizada que golpeó a Europa. Su amigo le arrancó de las manos el periódico al inglés que estaba sentado a su lado en el metro al ver el titular. Nadie daba crédito.
Pero, ¿cuál es la razón para que la muerte de un presidente americano vistiera al mundo de luto? Apenas había cumplido su tercer año de mandato, no era el primer inquilino de la Casa Blanca en ser asesinado y tenía un hermano a su lado, Bobby, que muchos consideraban el verdadero cerebro.
El jurista Antonio Garrigues Walker, hijo del que fuera embajador en Washington en la era Kennedy, cree que nadie lo ha igualado. Su padre, Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, lo conoció bien y sentía fascinación por el personaje. Era de los pocos diplomáticos que paseaba libremente por la Casa Blanca. «Tuvieron una relación muy natural, de vez en cuando pasaba a verle y mantenían conversaciones sobre filosofía, política... Sentía una admiración total por él», explica.
Desde luego, Kennedy supo construir y y mantener su mito. «Es muy difícil encontrar una foto que no sea buena. Cuidaba todos los detalles. Sus imágenes en la playa, o con su familia, estaban pensadas para provocar un efecto. Aunque a veces la reacción no era positiva y esta imagen de alguien guapo, millonario, católico, provocaba rechazo», explica Garrigues Walker. El mérito fue doble porque, pese a la luz que irradiaba, JFK era un persona físicamente débil, con múltiples enfermedades. Bajo el amparo de los medios, a los que tenía de su lado, se cuidó mucho de que su debilidad trascendiera. Cuentan, por ejemplo, que acudió completamente medicado a su primer cara a cara en Viena con el presidente soviético, Nikita Kruschev. Nadie notó nada.
Arias cree que JFK fue el primer político que dominó la televisión. «Era bien parecido, joven, sabía reírse de sí mismo. Presentaba muy bien los temas, era más culto que el resto, héroe militar... Pero sus logros no fueron tantos, sobre todo en política exterior», concluye. Garrigues sí considera al personaje a la altura del mito. De su corta Presidencia destaca la protección de las minorías, la lucha contra la desigualdad y un patriotismo comprometido. Tres valores que ve reencarnados en su heredero político, el actual presidente de EE UU. «Obama es su heredero indiscutible. Kennedy hizo posible la llegada de un negro a la Casa Blanca, algo impensable por entonces», sentencia.
Sin embargo, en cierto sentido, la decepción que muchos sienten por Obama es la que el juicio de la Historia le ha hecho al único presidente católico. Algunos incluso no se atreven aún a dar su veredicto, pese al medio siglo transcurrido, porque los destellos de su atractivo, junto a la forma en que murió, continúan siendo cegadores. Es lo que le ocurre a la directora del «New York Times», Jill Abramson, quien en su semblanza titulada «El presidente escurridizo» duda de si se trató de un buen presidente o «de la primera de nuestras celebridades en jefe».
La tentación de establecer un paralelismo entre Obama y Kennedy continúa con sus familias. Casados con mujeres fuertes, con tanto o más «charme» que ellos. «Jackie tenía su propio carisma y ''sex appeal''», asegura Garrigues, quien pudo saludarla dos veces, igual que al propio Kennedy. El padre del jurista mantuvo con ella lo que su hijo ha llamado, al estilo francés, «una amistad amorosa». Jackie nunca quiso estar lejos del poder, y desde luego lo logró tras su cuestionado matrimonio con Onassis.
Garrigues Walker ve otra clara semejanza en su capacidad oratoria. Los dos presidentes pronunciaron discursos míticos en Berlín. El último, el único que JFK no llegó a pronunciar, terminaba con una cita bíblica, como muchas otras veces: «Si el señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes». La muerte lo encontró antes.
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