Manhattan
La tierra de las utopías
Brasil ha sido la tierra del futuro, y no sólo por motivos económicos sino, sobre todo, políticos. Brasil era, y es, la tierra de los refugiados
Brasil ha sido la tierra del futuro, y no sólo por motivos económicos sino, sobre todo, políticos. Brasil era, y es, la tierra de los refugiados
Corría el año 1654 cuando veintitrés judíos abandonaron la localidad de Recife, en Brasil, para dirigirse a un enclave situado al norte del continente y conocido como Nueva Ámsterdam. Hasta entonces, los judíos habían disfrutado en tierras brasileñas de una tolerancia que, por ejemplo, había resultado imposible en España tras la expulsión de 1492. Un viento de intolerancia los obligaba ahora a abandonar aquel refugio para establecerse en lo que ahora se conoce como la isla de Manhattan o, si se prefiere, Nueva York. Con altibajos como el suyo, a lo largo de la historia, decenas de millares de personas contemplarían el Brasil como una tierra de futuro no tanto por razones económicas como relacionadas con la libertad o la mera supervivencia. Esa apertura del Brasil fue paralela no pocas a veces a una corriente totalmente opuesta vivida por otras naciones. Por ejemplo, en junio de 1935, cuando las naciones del globo se cerraban ante la posibilidad de recibir exiliados judíos, la Administración brasileña decidió abrirles los brazos. Se puede argüir que en esa ocasión concreta la labor de Horacio Lafer, un brillante economista y miembro judío del Parlamento, contribuyó mucho a la generosidad del Gobierno brasileño, pero la realidad es que incluso naciones como Estados Unidos, con una población judía mayor y más influyente, resultaron formalmente mucho menos generosas que el Brasil. Las razones no estaban sólo relacionadas con la ideología, sino también con la Gran Depresión. De hecho, Roberto Ortiz en Argentina, Cárdenas en México, Alessandri en Chile o Batista en Cuba se apoyaron en sentimientos contrarios a la inmigración para fortalecer su base política. Brasil no sólo recibió a judíos por esa época. De hecho, aceptó a millares de refugiados procedentes de territorios controlados por Finlandia y Alemania, incluidos católicos a los que los nazis habían clasificado como «no arios». La recepción, sin embargo, no significaba la dicha. Al respecto, el caso más claro fue el del escritor austriaco Stefan Zweig. Quizá el autor más leído de su época, Zweig sufrió de manera especialmente dolorosa la desaparición de lo que denominó «el mundo de ayer», es decir, el existente con anterioridad a la Primera Guerra Mundial.
El ascenso del nacionalsocialismo alemán acabó convenciendo a Zweig para buscar refugio fuera de Austria. Tras residir en Inglaterra y Estados Unidos, el 22 de agosto de 1940, Zweig se desplazó con su segunda esposa, Lotte, a la ciudad de Petrópolis, no lejos de Río de Janeiro. Zweig escribió un libro que tenía el título significativo de «Brasil, tierra del futuro», donde realizaba un canto del país y una de las mejores descripciones que del mismo se han llevado a cabo. Sin embargo, Zweig terminó desilusionado del sueño. El 23 de febrero de 1942, mientras las fuerzas de Hitler avanzaban imparables por las llanuras de la Unión Soviética, Zweig y su esposa se tomaron de la mano y se suicidaron consumiendo una sobredosis de barbitúricos. Así, al igual que otras naciones de Hispanoamérica, Brasil acogió también a antiguos seguidores del Führer al acabar el conflicto. En el año 2003, Brasil incluso decidió recibir a un número no escaso de palestinos que habían decidido alejarse de Oriente Próximo. En fecha tan cercana como 2010, distintos organismos internacionales alababan la legislación brasileña de acogida de inmigrantes y refugiados. Para ellos, como para tantos otros, Brasil era la tierra del mañana, una afirmación que, como señaló irónciamente en su día Andrés Oppenheimer, por desgracia era verdad, ya que el hoy no resultaba tan halagüeño.
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