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¿Quién los escucha a ellos?, por César Vidal

El escándalo de las escuchas ordenadas por la Casa Blanca ha puesto de actualidad una de las cuestiones más delicadas del poder: la posibilidad de violar la intimidad de los ciudadanos

Nixon utilizó las escuchas telefónicas, tanto dentro de la Casa Blanca como contra sus adversarios, en el «caso Watergate», que acabó con su carrera
Nixon utilizó las escuchas telefónicas, tanto dentro de la Casa Blanca como contra sus adversarios, en el «caso Watergate», que acabó con su carreralarazon

Cuando Alexander Solzhenitsyn, el Nobel de Literatura, quiso relatar la perversión de la ciencia a las órdenes de Stalin, escogió un tema bien revelador: las escuchas practicadas sobre los ciudadanos. Los reclusos en «El primer círculo», que daba título a la novela sobre el Gulag, debían fabricar una máquina que pudiera revelar la identidad de los que hablaban por teléfono incluso si para sus comunicaciones se valían de una cabina pública. Por supuesto, no fue Stalin el único dictador que se valió de escuchas para sus propósitos. Hitler las utilizó con profusión y así era sabido. Ramón Serrano Suñer narraría, por ejemplo, en sus memorias cómo al visitar Alemania para establecer la relación entre España y el III Reich se cuidó de no hablar con sus subordinados cuestiones delicadas en la convicción de que sus habitaciones estaban sujetas a escuchas de la inteligencia alemana.

Precisamente esas mismas escuchas serían utilizadas por los aliados en contra de los alemanes. Durante la segunda mitad de la Segunda Guerra Mundial, el servicio secreto británico –SIS– llevó a cabo la grabación de nada menos que 64.427 conversaciones mantenidas por generales y otros oficiales de alta graduación que habían caído prisioneros. Las informaciones obtenidas de esta manera dejaron de manifiesto que la Wehrmacht no fue en absoluto inocente en los crímenes perpetrados por el nacionalsocialismo.

Para bien o para mal

El destino terrible de judíos, eslavos o enfermos mentales era conocido por los mandos militares que abordaban el tema en sus conversaciones con notable sinceridad. De manera bien significativa, la mayoría de los militares fueron capturados en el norte de África, Italia y Francia, pero conocían a la perfección las atrocidades cometidas en el este de Europa sin excluir el asesinato en masa de mujeres y niños judíos. Hasta Von Choltitz, el general alemán que se ganó una reputación de bondad por haberse negado a quemar París obedeciendo las órdenes del Führer, aparecía como culpable de haber asesinado judíos en Crimea –36.000 tan sólo en Sebastopol– durante los años 1941 y 1942.

De las escuchas se desprendía igualmente que Hitler se mantenía al corriente de todo lo que acontecía y, según el testimonio de distintos mandos como el general Von Thoma, estaba encantado con los crímenes.

Sin embargo, la documentación obtenida por los británicos fue retenida en la idea de que Alemania sería indispensable para frenar a la Unión Soviética durante la guerra fría. Como no podía ser menos, esta especial tecnología comenzó paulatinamente a ser utilizada por las policías de todo el mundo en su lucha contra el crimen. Sin embargo, el mal uso de las escuchas se ha producido incluso en el curso de las investigaciones judiciales. Por supuesto, Stalin utilizó falsas grabaciones para desembarazarse de sus compañeros de partido, pero no escasean los casos en que determinadas escuchas que, supuestamente, establecían la culpabilidad de una persona no fueron sino una burda argucia desmontada con posterioridad.

Ejemplos al respecto son los del caso del asesinato del Pizza Hut (1988) –que concluyó con la puesta en libertad de los supuestos culpables– o el de Michael Crowe. El deseo de salvaguardar a los ciudadanos de esos abusos explica los límites legales de cualquier escucha y pone de manifiesto la enorme gravedad de las acciones del juez Garzón al ordenar una acción de este tipo para grabar las conversaciones entre un abogado y su cliente, un acto que sólo puede ser calificado como gravísima violación de un derecho humano fundamental. Con todo, no cabe engañarse. Incluso en las democracias, los poderes políticos se han valido de las escuchas con finalidades poco limpias.

Con seguridad, el caso más conocido fue el de las escuchas ilegales que se llevaban a cabo en la Casa Blanca y que resultaron descubiertas en la época de Nixon aunque comenzaron bajo Administración demócrata. El abuso de poder acabó con la carrera presidencial de Nixon. Nada excluye que, en caso de confirmarse la responsabilidad de la Casa Blanca en las escuchas a periodistas, pueda suceder lo mismo con Obama.