Moda
Ágatha Ruiz de la Prada: «Vivo una etapa de mimos y alegrías»
La veterana diseñadora, la más reconocible de nuestra escena por su universo personal, basado en el color y un cuidado desenfado, recibe el Premio Nacional de la Moda en una época que define como «positiva»
La veterana diseñadora, la más reconocible de nuestra escena por su universo personal, basado en el color y un cuidado desenfado, recibe el Premio Nacional de la Moda en una época que define como «positiva».
Curiosamente, su premio le ha pillado fuera de España. La diseñadora estaba ayer en Bruselas, ciudad en la que impartía una conferencia a adolescentes con problemas: «Justo me han llamado cuando iba a entrar a una charla», nos contaba por teléfono desde la capital belga. «Miré el móvil y vi un número desconocido. Del estudio me mandaron un mensaje para decirme que cogiera el teléfono. No tenía ni idea de que el jurado del Premio Nacional de Diseño de Moda se reunía. Ha sido toda una sorpresa». Según reza la tradición del galardón, el jurado se reúne y propone sus candidatos. No hay una preselección previa. Todos están «en el mismo bombo». Una vez tomada la decisión, nadie puede salir de la sala hasta que se contacte con el ganador. Agatha ya sabe lo que es esa sensación porque fue jurado, como ella misma recordaba, de la primera edición de este galardón: «Se lo dimos a Pertegaz. Recuerdo que le llamaban a casa desde el Ministerio y no se quería poner. Y nosotros mientras tanto esperando en la salita porque no podíamos comunicárselo a nadie». Ahora ella está en ese papel por el que también han pasado otros grandes nombres como Josep Font, Amaya Arzuaga, Elio Berhanyer o, el año pasado, Davidelfín, que lo obtuvo pocos meses antes de fallecer. En el caso de Agatha, ella reconoce que este año está siendo muy especial: «Estoy feliz. La verdad es que me hace mucha ilusión, es el premio que me faltaba y está muy valorado. Además, al Ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, le quiero un montón».
Un universo único
El jurado afirma en el fallo su «reconocimiento a sus más de treinta años de trayectoria». Han valorado «su capacidad de vincular su trabajo en moda con otras manifestaciones de las artes, el diseño y la industria». Nadie puede negar que es una creadora que ha pasado fronteras, y no solo geográficas. Ha sido capaz, en su carrera, de crear un universo personal, único y reconocible en todo el mundo donde el color es el rey y en el que las influencias surgen de cualquier parte, ya sea de una pastelería, como este invierno, o del genial Balenciaga. Sus diseños, más que prendas para llevar, pueden ser consideradas obras de arte, esculturas en movimiento que han llamado la atención de Milán, París o Kioto, y de personalidades tan influyentes como las cantantes Miley Cyrus y Katie Perry, a las que la creadora ha vestido recientemente para varios de sus eventos. En la mente de todos está también el vestido rojo con estrellas que creó para Esperanza Aguirre o el de arcoiris con el que la cantante Lydia nos representó en Eurovisión en el año 1999. Y hasta un símbolo de una ciudad como Bruselas (donde se encontraba ayer) también ha vestido de Agatha: creó un vestido de pelotas para el famoso Manneken-Pis. Nada se le resiste, ni los museos ni las salas de exposiciones, donde no es extraño encontrar sus piezas. Recientemente lo hemos visto en la ciudad de Évora, donde el Palacio Cadaval exhibió algunos de sus últimos diseños bajo el título «Espectacular». Incluso han llegado a compartir espacio con obras de Jorge Oteiza y Bosco Sodi, como sucedió en el Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Y no solo eso, además, la creatividad de Agatha se plasma en un sinfín de elementos, lo que la ha convertido en una de las creadoras más populares de nuestro país. Y es que son pocos los españoles (si es que hay alguno) que no ha tenido en sus manos varias de las piezas de De la Prada, ya sea en forma de vaselina para los labios, colonia o camiseta. Es la más versátil de nuestros creadores actuales y, sin lugar a dudas, la más democrática.
La diseñadora, además, confiesa estar en una nueva fase: «Es una etapa de mimos, de alegrías, de portadas de revistas. Todo el mundo me quiere, es una monada de época. Vosotros, en LA RAZÓN, me estáis cuidando mucho», aseguraba esta incansable creadora que ya está pensando en su próximo desfile, del que ya tiene la inspiración. «El próximo va a ser un homenaje a Yves Saint Laurent. Estuve en la inauguración de su museo en Marrakech. Soy una fanática suya y, además, ahora estamos en un momento donde todos buscamos la inspiración en el ‘‘heritage’’».
Formada en la Escuela de Artes y Técnica de la Moda, en Barcelona, empezó su carrera en el taller del madrileño Pepe Rubio. Su primera colección vio la luz en 1981 y, desde entonces, Agatha lleva siendo una referencia de la moda española, de hecho, recibió en 2009 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Es, además, uno de los nombres más veteranos de Madrid Fashion Week, una cita a la que nunca falta desde 1988. Ella es la encargada de poner el punto más divertido y desenfadado. Su última apuesta ha sido vestir los maniquíes de su tienda en la calle Serrano con la bandera de España: «Estoy deseando ponerme el traje. Es una pena que este premio no se entregue hasta el año que viene. ¡Hice el diseño con mis medidas!». Y no hay que olvidar que ella es una de las diseñadoras clave de la Movida, en la que jugó un papel destacado.
Dotado con 30.000 euros y concedido por el Ministerio de Cultura, el Premio Nacional de Diseño de Moda es el más prestigioso de nuestro país. ¿A quién ha pensado dedicárselo? «Me lo han preguntado ya varias personas y la verdad que no había pensado en nadie. Luego se me ha ocurrido que se lo tenía que dedicar a Isidoro Álvarez. Él me ayudó una barbaridad. Yo nunca hubiera sido nada sin él». Entre sus últimos proyectos está su fundación: «Es casi secreta, de momento. Pero bueno, tengo muchas ideas para hacer con mi fundación, y todo lo voy a contar en LA RAZÓN». Además, ha participado en la iniciativa mundial Art and Culture de Google, donde la fundación ha sido una de las cinco seleccionadas para formar parte de esta vasta red de información en la que se han digitalizado unos fondos de más del 30.000 piezas.
Aquel primer desfile en el Museo del Ferrocarril
El Ministerio de Cultura otorgó ayer el Premio Nacional de Diseño de Moda a Agatha Ruiz de la Prada. El jurado, del que he tenido el honor de formar parte, quiso destacar por unanimidad en este reconocimiento su trayectoria, su inconfundible estilo, su capacidad para llevar la sensibilidad de la moda al arte, al diseño industrial o hasta a los más inverosímiles objetos de nuestro universo cotidiano y su indiscutible reconocimiento nacional e internacional. Agatha fue miembro de ese mismo jurado cuando, en su primera edición, se premió a Pertegaz en reñida competición con Berhayer, quien fue merecido ganador de la tercera edición. Su nombre había estado sobre la mesa hasta que ayer por fin lo consiguió. Con su premio, el jurado, y en su nombre Cultura, reequilibra su galería de galardonados, pues Agatha, sin dejar de ser una joven diseñadora –por la personalidad de su obra o por su especialidad en la moda infantil– , es también una diseñadora consagrada. Se recompone así una de las líneas maestras de ese Premio desde su fundación, reconocer las grandes trayectorias del mundo de la moda española, armonía secreta que se rompió cuando fueron elegidos Amaya Arzuaga, Josep Font y Davidelfin. El galardón más importante de la moda española renuncia así a confirmar valores emergentes, como lo podrían ser Miguel Adrover, José Castro, Juan Vidal o Palomo Spain, y recupera el reconocimiento de esos grandes nombres que, teniendo la Medalla de Oro de las Bellas Artes, aún no poseen este premio: Antonio Miró, Francis Montesinos, Adolfo Domínguez o Roberto Verino. Con ella, los padres fundadores del «prêt-à-porter» español vuelven al pódium. Ruiz de la Prada, condesa de Castelldosríus y baronesa de Santa Pau, debutó en la moda empujada por su extraordinaria abuela María Urruela, por Chelo Sastre, novia de un tío suyo y eterna musa de Antonio Miró, y por un hombre clave del prestigio de Barcelona como cita de la moda en los felices 80, José Antonio Comín. Su primer desfile en el Museo del Ferrocarril, con actuación en directo del grupo de música medieval de Gregorio Paniagua, nos dejará para siempre una imagen inolvidable: Juana de Aizpuru, con su cardado de Doris Day impecable, blandiendo su entrada mientras suplicaba a los indiferentes porteros: «Por favor, déjennos pasar, tenemos entradas numeradas». Uno tras otro, sus desfiles llenos de color, de aros imposibles, de cosas absurdas, de seda rosa por kilómetros, de corazones por todas partes, fueron creando un club de fans que envolvió en su bola de nieve a todo el mundo. La casa de sus abuelos en Marqués de Riscal fue durante años el lugar de encuentro del «todo Madrid». Gloria Fuertes leía poemas, Antonio Garrigues hablaba de su pasión secreta por el teatro, Umbral le declaraba su amor eterno o Aceves, Octavio, te leía el futuro. Abrió tienda en París, en Milán y hasta en Nueva York. Desfiló en Madrid, en París y Milán en la misma semana y por conseguir hasta consiguió que Isidoro Álvarez la llamara. Quizá su acuerdo con El Corte Ingles para fabricar niños fue el punto de inflexión de una trayectoria que nadie parecía poder parar. Hoy viaja por todo el mundo, especialmente a América Latina, más que el mismísimo ministro de Asuntos Exteriores.
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