Fallece la Duquesa de Alba

Sus cenizas, bajo el Cristo de los Gitanos

Periodistas y curiosos ante el Palacio de Dueñas en Sevilla, donde esta madrugada ha fallecido la duquesa de Alba
Periodistas y curiosos ante el Palacio de Dueñas en Sevilla, donde esta madrugada ha fallecido la duquesa de Albalarazon

La Hermandad Sacramental de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada ha transmitido sus condolencias por el fallecimiento de la aristócrata Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, XVIII duquesa de Alba, XI duquesa de Berwick y catorce veces Grande de España, y ha anunciado que, por expreso deseo de la familia, sus cenizas reposarán en el Santuario de la Hermandad. Según informa en un comunicado, la Duquesa de Alba, hermana de los Gitanos, reposará en una de las capillas laterales del templo, en el lugar designado de común acuerdo entre la Junta de Gobierno y la Casa de Alba, "previo consentimiento de la autoridad eclesiástica tramitado en fechas recientes por el cabildo de oficiales de la corporación, informa Ep.

"Se da cumplimiento de esta forma a la voluntad manifestada en reiteradas ocasiones por nuestra querida hermana, de descansar eternamente a los pies de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada, en el Santuario que gracias a su ayuda pudo reconstruirse, reabrirse al culto y ponerse al servicio de nuestra Hermandad y la Iglesia de Sevilla", recalca.

Desde la directiva de la corporación se traslada el "profundo pesar"en todos los hermanos, en nombre de los cuales el Hermano Mayor y la Junta de Gobierno han trasladado a su familia "su más sincero, emotivo y sentido pésame".

"Hermana, camarera de honor de María Santísima de las Angustias Coronada, medalla de oro de la Hermandad y gran benefactora de la misma, su vinculación con la Hermandad se remonta a finales de los años 50", explica, detallando que, ya en aquella época, cedía a esa corporación, que por aquel entonces no disponía de Casa de Hermandad, dependencias del Palacio de Dueñas para que almacenara los pasos de salida y otros enseres.

Tras calificarla como "fervorosa devota"de las imágenes de los Gitanos, recuerda que cuenta entre su ajuar con una manto de salida donado por ella con el escudo de la Casa de Alba, su apoyo material y económico ha resultado de crucial importancia para lograr la reconstrucción de la antigua Iglesia del Valle, actual Santuario y sede canónica de nuestra Hermandad. "Descanse en paz nuestra querida Doña Cayetana, Duquesa de Alba, quien estará por siempre en el recuerdo y la historia de la Hermandad de los Gitanos", concluye.

Cayetana le dijo al padre Ignacio Sánchez-Dalp, su confesor, lo que quería como auxilios espirituales póstumos. Genoveva Casanova –que está en Sevilla anulando una comparecencia publicitaria que tenía esta tarde– dijo ayer que Cayetana podría ser enterrada en Sevilla tras ser expuesta en el ayuntamiento dando por descontado que los funerales tendrán lugar en la Catedral. Sería enterrada en el cementerio de San Fernando, donde compró una parcela hace cosa de tres años, «porque detesto el panteón familiar de Loeches». Enterado el Ayuntamiento, optó por regalarle ese terreno, por lo visto más animado que el panteón familiar. Se entiende, porque tiene el mismo aire pétreo y funerario, también respetuoso, que el sueño eterno de El Escorial. Verlo produce escalofríos. Por eso la Duquesa, que siempre tomó a chacota ese paso transcendental para ir al otro lado, bromeaba con que «así vendrá a verme mucha gente, algo imposible en el sepulcro dinástico». Allí reposan sus anteriores esposos, Luis Martínez de Irujo y Artázcoz y Jesús Aguirre.

Una grande explícita

Con el santanderino mantuvo una complicidad que fue más allá de lo amoroso. Se entendían en todo y, castiza, la Duquesa llegó a declarar un «jodemos cada noche» que se publicó espectacularmente en la prensa de entonces y que hizo temblar a los estamentos. Ninguna grande de España había sido tan explícita revelando sus entresijos matrimoniales. Sería impensable que contara algo parecido respecto a su matrimonio con el primer marido, señor de la cabeza a los pies. Su primogénito, Carlos, el futuro duque, es un calco físico hasta en el hablar pausado y siempre dominado.

«Lo del camposanto sevillano está muy cerca de la tumba de Manolo González, uno de sus grandes amores imposibles», me descubre alguien de su entorno en el que siempre tuvo dos amigas permanentes: la marquesa de Saltillo y Carmen Tello, apoyo en lo peor de su enfermedad y durante la que se organizó cuando conoció a un Alfonso Díez Carabantes a quien considerábamos trepa y escalador social, nada que ver con la abnegación demostrada de manera incesante. Un prodigio de entrega que, además, supo ganarse a los amigos de la inefable Duquesa, que dejará irremplazable hueco. Además de ese deseo de Cayetana, contó que también le gustaría que sus cenizas fuesen colocadas a los pies del Cristo de los Gitanos en un columbario encargado por ella que todavía está sin terminar. Era su gran devoción, a cuya iglesia no dejó de favorecer con limosna o subvencionando obras de rehabilitación. La «parada» de Viernes Santo de la imagen ante el palacio donde madura el limonero –y más ahora, en estación florecedora por la bonanza bética– era tradición nunca interrumpida, aunque la pasada Semana Santa Cayetana, ya nuevamente malucha, no cumplió el ritual reverenciador del Cristo tan cantado por Antonio Machado y un Serrat que recibe varapalos absurdos ante su disco «Antología desordenada» de su medio siglo de trayectoria. Algunos critican que no cante como cuando tenía «Vint anys». Lógico: tampoco lo hace Tom Jones, a quien este agosto vi entusiasmar en el barcelonés Festival de Pedralbes, o un Charles Aznavour nonagenario, tal Cayetana que puso pie entre los entendidos del Liceo. Son iconos intocables; Francia no se atrevería a cuestionarlos. Pero España es diferente, y se demuestra en el último morboso «runrún» presuntamente amoroso: sustituye y reemplaza el disparate de Isabel Preysler y Florentino Pérez generado tras coincidir en el besamanos que entronizó a Felipe VI. Algo casi casual, no había más, como lo que ahora presuponen al presidente merengue, que tuvo su precedente no sé si ejemplarizante en Ramón Mendoza –«zorro del pelo blanco» le llamaba en sus tiempos su pareja Naty Abascal–, como la actual Justicia española poniendo parches rehabilitadores. Al madridista le endilgan ahora amorío con una maniquí significada. Es de las que no deja de salir en las revistas y se la encuadra entre el grupo de las «¡qué pereza!» mientras Nieves Álvarez genera censuras ante lo mal que se portó en el concierto de Enrique Iglesias –entradas facilitadas por Tamarita Falcó–, donde desdeñó a las cámaras, aunque su marido es «paparazzi». Sólo faltaba eso para rematar su pésima actuación en la primera cadena donde causa murmullos por lo atiplado de su voz.