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Alex Lequio toreó a la prensa

Aless Lequio / Ep
Aless Lequio / Eplarazon

La expectación era enorme, lógica, comprensible. No estaba exenta de cierto morbo curioso. Costaba entender que Lequio jr. diese un paso así, la mayoría pensó que habría cambiado con la enfermedad. Estábamos aguardando celebrar en esa cita un auténtico reencuentro con el veinteañero que tantas simpatías provocó al descubrirse lo mal que estaba, de ahí su necesario largo tratamiento de varios meses primero en Nueva York y luego con el proyecto de instalarse en New Jersey, a dos horas de los rascacielos, una ciudad feota y aburrida. La Obregón no se separó de él y, muy angustiado, Dado volaba cuando podía porque Ana Rosa, comprensiva, daba permiso a su carísimo y aporreador colaborador. New Jersey fue elegido porque allí hay un centro aún mejor que el Medical Cáncer Center donde lo atendieron las primeras semanas. No salíamos del “¿qué querrá decirnos, a qué vendrá esta cita?”. Nos mantenía con los nervios de punta, ansiosos y curiosos a la vez. De entrada chocó el lugar de la cita, a pie de calle de un cursilón y vetusto más bar que cafetería al final de la calle Hortaleza, poco usado para ruedas de prensa. Está decorado en gasas rosas más propias de perfumería que de barra libre. Cuando los más puntuales llegamos media hora antes de la cita, estaban bajadas sus dos persianas, que más parecen cerrar una tienda de ultramarinos. Primera sorpresa, que luego creció viendo que pasaba el tiempo y llegábamos a las nueve p.m. sin que nadie apareciese, diese razones y advirtiera qué nos esperaba. Estábamos unos cuarenta informadores con predominio fotográfico y televisivo. Esperamos pacientemente pero ya escamados, incluso mordiéndonos las uñas. Nos podían la ansiedad y el qué será-será.

-¿Crees que Ana Obregón vendrá con él?-, calculaban convencidos de que era una reunión formal con Alex dispuesto a un interrogatorio bastante comprensible. Había generado muchas simpatías, y su trato con los medios se había normalizado tras sus anteriores tensiones, rechazos y miedos.

- A mí hasta se me pone al teléfono- presumía José de Santiago, delegado en Madrid de “Pronto”, la revista de Mariano Nadal que encabeza los récords en el quiosco. “Hemos simpatizado”, abundaba, y mostraba el móvil para que comprobásemos su relación .

- Hombre, sería estupendo que viniese con padre y madre, parece lógico- presuponía otro. Ya imaginábamos fantaseando el despliegue periodístico. Todo un alarde correspondiendo al gesto que tenía mucho de generosa exposición. Pero nuestro gozo en un pozo, aunque fuese apoyador y cariñoso. Sobre las nueve, hora y media después de lo fijado, dos amigos controlaron la entrada advirtiendo que nadie podría pasar de allí, aunque al fondo se veía movimiento y sonaba música en la trastienda. Aumentaron las dudas, a qué venía esa banda sonora distrayendo a un personal nada periodístico. Entre tanto, dos muchachitas con cinco folios en mano controlaban la entrada, ponía en la muñeca una pulsera rosa y preguntaban nombre y medio.

- Tu no estás- sorprendieron a Enrique Suero de “Hola”, y a De Santiago. Pero lo mismo me dijeron a mí o al Jesús Manuel que ahora alterna “Sálvame” con sus estudios de derecho. Motivaron su relativa semi-retirada de la pequeña pantalla. Hasta una decena de profesionales acreditados estuvieron a punto de quedar en la calle, lo que resultaba un contrasentido porque los demás no pasamos del portal y solo vimos de lejos al joven Lequio. Finalmente, a fuerza de enseñar carnet, lo que no exige ni la Casa Real, accedieron cabreados tras pedir permiso a alguien responsable del mesón venido a más. Alex no pudo montárselo peor, mejor lo hubiera aconsejado mamá Obregón.

Y en plena adivinación, él apareció tocado con una gorra visera roja puesta hacia atrás, sobre jersey negro de cuello alto. Chaqueta de cuadro Gales y la cintura del slip sobresaliéndole informal por la cintura y un vaquero deslavado. Calzaba deportivas y era menos colorista que Cósima Ramírez, llegada un rato antes al lado de Javi Tudela y un Hanibal Laguna, impecable y formalísimo de traje negro y camisa repleta de estrellas. Parecían de boda.

- Es que hoy es el décimo aniversario del local y estamos invitados-, aclararon, lo que nadie había hecho. Y rozando las nueve, apareció el objeto de nuestra inquietud. Poco segundos, miró de izquierda a derecha y marchó tras dar las gracias “por cómo habéis tratado lo mío. Muchas gracias”. Cundió la desilusión, comprensible cuando algo noticiable está a la mano y no podemos agarrarlo. Sonó a prepotencia, desprecio o acaso despiste. Veremos por dónde tira desde ahora, si entona el mea culpa y sigue los buenos y llenos de experiencia consejitos de Dado y Ana, que saben mucho de torear temas así.