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Aquel verano infinito
«Nunca hubo una moda y una estética más bella que la de los primeros “hippies“»
«Nunca hubo una moda y una estética más bella que la de los primeros “hippies“»
Nunca olvidaré aquel verano del 67. Hay algunos infinitos en nuestra memoria, ese lugar al que nunca podremos regresar, ese momento de la juventud donde todo resultaba sencillo y confuso a la vez, al que siempre desearíamos volver sin que nos esté permitido. A veces es un recuerdo borroso y otras, doloroso, de nuestra propia adolescencia. Esas mañanas en las que me sentaba a ver amanecer en la playa y luego me sumergía en las frías aguas del Cantábrico asturiano. El jardín de nuestra casa prácticamente terminaba donde empezaba la arena, esa playa de mis sueños, de mis primeros besos arrebatados del tonteo con ese chico que tanto me gustaba. Mi cuerpo empezaba a tomar formas de mujer, sintiéndome por primera vez que era deseada. Ese momento de belleza total tenía todavía algo andrógino, donde no había atisbo de redondez, pero, sin embargo, ya era una mujer.
Ahí me pilló el verano del 67, en el que llegaron a San Francisco miles de jóvenes siguiendo una especie de «mantra». «Si vas a San Francisco, no olvides llevar flores en el pelo», decía la canción compuesta por John Phillips, líder de The Mamas & the Papas. Pronto se convirtió en uno de los himnos de toda una generación que entendía que el amor y la paz debían caminar de la mano y que podían ser ellos quienes, gracias a la combinación de blues, rock, psicodelia, cierta inclinación a consumir drogas y filosofía oriental, liderasen la necesaria transformación. No se puede olvidar que el mejor abono para el éxito de este movimiento fue una situación política y social marcada por la guerra de Vietnam y el asesinato de John F. Kennedy. Allí convergieron 35.000 personas junto a gurús de la contracultura, poetas de la generación Beat como Allen Ginsberg, activistas y fantásticas bandas musicales. Actores como Peter Coyote hicieron todo lo que estuvo en sus manos para dar cobijo a quienes visitaran la ciudad.
Para mí nunca hubo una moda y una estética más bella que la de los primeros «hippies». Fue la liberación de las mujeres, que, lanzando sujetadores al aire, no querían «ataduras» . El «tie-dye» se convirtió en el símbolo, así como los colores y estampados psicodélicos, vaqueros de campana y túnicas blancas. También se ofrecían los «hippy kids», que incluían flores, cascabeles, flautas, incienso, cintas para el pelo y plumas. Todo era relajante y bello. En mi opinión fue un momento decisivo en la historia de la civilización occidental: se habló de neofeminismo, se despenalizó la homoxesualidad, surgió el movimiento por la libertad de expresión, la revolución sexual fue un hecho y se insistió en el pacifismo y en la defensa del medio ambiente.
¿Dónde han ido todos esos ideales? Yo soñaba con estar allí, con ver a mis ídolos musicales como Janis Joplin y Grace Slick, que decía que no era una chica «beatnik» porque se lavaba el pelo todos los días. La adoraba e imitaba. Solista del grupo Jefferson Airplane, podía engañar su aspecto muy «cool», pero nunca ocultaba su inconformismo ni su rebeldía. Cuando años después viví en San Francisco con mi marido, fui muy feliz rodeada de mis lugares de culto. Haight-Ashbury ya no era lo que fue, pero seguía manteniendo un espíritu único. Vivíamos en la montaña cerca de Berkeley, frente al Golden Gate. Paseábamos por un bosque lleno de secuoyas y escuchábamos mucho jazz en clubes donde podías encontrarte a los mejores, como Chick Corea al piano. Guillermo, mi marido, daba clases magistrales en Stanford. Fueron tiempos felices y plenos donde soñábamos con un mundo libre y justo. Quisimos cambiar para siempre la forma de entender la vida y quiero pensar que esas aspiraciones están cada día más cerca de abandonar su cárcel de utopía. Hagamos el amor, no la guerra.
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