Ginebra
Balkany, el amigo íntimo del Rey con el que compartió el amor de Gabriela de Saboya
El magnate inmobiliario, que falleció esta semana, invitaba al Rey Emérito a cazar en su finca de Toledo con Cristina Onassis. «Batíamos 2.500 perdices al día», recuerdan quienes allí estuvieron
El magnate inmobiliario, que falleció esta semana, invitaba al Rey Emérito a cazar en su finca de Toledo con Cristina Onassis. «Batíamos 2.500 perdices al día», recuerdan quienes allí estuvieron
Más de 50 años en actividad. 44 centros comerciales en Francia, Italia, España y Bélgica, que a día de hoy cuentan con 400 millones de visitantes anuales. Y poco o nada se sabe del «misterioso magnate de los centros comerciales», o «el millonario que hizo La Vaguada» en Madrid: Robert Balkany. Su discreción con los medios era tal que sus amigos más íntimos, a los que ha tenido acceso LA RAZÓN, se quedan «estupefactos» cuando leen las publicaciones a raíz de su muerte: rumano, judío... «Balkany nació en Viena y su padre era húngaro. Tenía orígenes judíos, pero él era católico», cuenta uno de los pocos íntimos que asistió a su entierro en Ginebra. «Tan católico que hacía muchas donaciones y construyó varias iglesias en Francia y en África. A mí me tiraba de las orejas cuando no iba a misa».
Murió de un infarto al corazón. Aseguran que estaba perfectamente, nadie esperaba no volverlo a ver. Divorciado de su segunda esposa, la princesa Gabriela de Saboya, vivía en una de sus casas de Suiza con Catherine Bernard, con la que mantenía una discreta relación. «Estaba en Mónaco. Tuvieron que llevarlo inmediatamente al hospital».
La de Balkany es la historia de un luchador, que comenzó su negocio inmobiliario en los aledaños de París hasta volver a la capital de Francia décadas después para ver cumplido su sueño: tener su despacho en la «place Vendôme». «Empezó vendiendo pisos a las familias obreras de París». Su truco: se entregaban con un Citroën 2 caballos, que «estaban muy de moda».
Estudió Arquitectura en Estados Unidos, donde conoció el concepto de negocio que le haría uno de los hombres más ricos de Europa: el «shopping mall». «Construyó el primero en París, en el año 67», y desde entonces, con el emperador Napoleón Bonaparte como referencia, «nunca paró».
Cuentan que fue en la ciudad de la luz donde conoció a Jaime de Marichalar, yerno del Rey Don Juan Carlos, a quien colocó en el consejo de administración de la empresa Sociedad General Inmobiliaria de España como persona de confianza, ya que dominaba el francés. La relación de amistad con el Rey Emérito comenzó hace muchos años. Gran amante de España, arrendó el término municipal de Casarrubios del Monte, en Toledo, con el multimillonario armador griego Stavros Spyros Niarchos. Allí organizaban cacerías con la primera línea aristocrática, de la realeza y del mundo empresarial internacional. «Batíamos 2.500 perdices al día». Fue precisamente su matrimonio con Gabriela de Saboya el que le introdujo en el «mundillo», mientras se convertía en el «tycoon» que llegaría a ser. «Balkany era de una simpatía arrolladora, como Don Juan Carlos. Compartía con él tanto la afición por el campo como el sentido del humor». Fines de semana enteros en los que el emblemático restaurante Jockey se encargaba del catering del almuerzo para servir al polémico marqués de Blandford –casado en segundas nupcias con Athina Onassis, ex mujer de Aristóteles–, o el francés y cuarto marido de Christina Onassis, Thierry Roussel, «sin duda la mejor escopeta de Francia». «Iba allí hasta El Cordobés. Imagínate la que se montaba en el pueblo. Mucho más que cuando venía Blandford». Pero si de alguien era amigo en Madrid era de Gonzalo Alfonso Fernández de Córdoba, duque de Arión, íntimo de Don Juan Carlos.
A Balkany le gustaba salir. A pesar de no beber alcohol, «era completamente abstemio», no encontraba mejor compañía para sus ratos de ocio que la de Fernando Falcó, marqués de Cubas, con quien también mantuvo una gran complicidad. «Le gustaban mucho las señoras, las piropeaba por la calle, pero siempre con gusto». Pero si es cuestión de hablar de sus grandes amores, éstos fueron el polo y la música. El empresario era jugador y «sponsor» del equipo Sainte-Mesme en Sotogrande, al que bautizó así en recuerdo de su castillo construido en las cercanías de París. Y en sus ratos libres cantaba. Boleros, rancheras mexicanas. En alguna de sus casas desplegadas en Suiza, París, Italia o Bélgica, o a bordo del Marala, un barco de 70 metros de eslora aproximados con el que navegaba en Cannes.
Como todos los genios, gastaba un carácter colérico que explotaba cuando uno menos lo esperaba. «Recuerdo perfectamente un día en el Marala: yo venía de hacer esquí acuático. Una hija suya estaba comiéndose una galleta y empezó a hacer migas, que se le cayeron al suelo. Madre mía la que le montó».
Como todo hombre de bien no separaba las vacaciones del trabajo, sino que fluían a la par. «Llegaba en avión privado y a lo mejor se pasaba varios días en el barco trabajando. Lo tenía bien equipado para poder hacerlo». Y como a todo el que arriesga, le gustaba mantener aquello con lo que empezó, que da sensación de estabilidad: el chófer de siempre, la secretaria Madame Santiveil... Y su cabeza: aseguran que tenía tal memoria que no necesitaba la agenda del móvil para consultar los teléfonos. Eso sí, nunca marcaba el de un político para invitarlo a su casa a cenar. Cuando se mencionan algunas publicaciones en las que se le relaciona con la «Operación Púnica», parece que no saben de qué se les está hablando. «Él compraba el terreno si tenía el permiso, no intentaba luego que le recalificaran el terreno». Ayer, las corbatas no sólo eran negras por respeto a su muerte: «Él siempre la llevaba de ese color. Así no tenía que elegir».
Aquella época de Estoril
Las malas lenguas sospechan que conoció al amor de juventud de Don Juan Carlos porque el propio Balkany se la presentó, algo que sus amigos niegan en rotundo. «La conoció ya en Francia». «De todos modos se ha inflado mucho la historia de Don Juan Carlos y la princesa Gabriela de Saboya . Le gustó mucho durante la época que pasó en Estoril, pero nada más. Luego la convidaba a cazar, porque era muy aficionada a la cacería». La princesa italiana era también una asidua a las jornadas campestres que el difunto Balkany organizaba en la finca toledana de Casarrubios del Monte.
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