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«Conde de Olivares, cubríos». Carlos herederá el título

La Razón
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Recorriendo el Palacio de Liria recuerdo haberme detenido junto a una armadura. Me sonaba su aspecto, pero no acertaba a darme cuenta de por qué. Hasta que creí adivinar que se trataba nada menos de la que vestía don Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, en el retrato ecuestre que pintó Velázquez, de quien fue mecenas, y que hoy está en el Prado. Otros retratos del gran valido de Felipe IV, también del pincel velazqueño, se encuentran en los Museos del Hermitage o de Arte de São Paulo. El personaje merecía, desde luego, ser retratado, por su peso en la España de la primera mitad del siglo XVII. Como Secretario de Despacho Universal, que equivaldría al actual presidente del Gobierno, fue especialmente relevante en la política española y europea de aquel tiempo. Basta leer a Marañón, que le calificaba de «titán», o a Elliott para confirmar tal cosa.

Pocos son los títulos que, siendo condados, fueron convertidos en ducados. Podemos citar el de Benavente que hoy recae en la Casa de Osuna. Rodrigo Alonso de Pimentel, III conde de Mayorga, fue IV conde y I duque de Benavente. El condado-ducado de Vistahermosa, convertido en tal cuando el VII conde, Ángel García-Loygorri y García de Tejada recibió el ducado de la reina regente doña María Cristina. Regla era condado desde 1768 y ducado desde que Isabel II se lo concedió a Juan Nepomuceno Romero de Terreros y Villaamil, IV conde de Regla. Actualmente existen tanto el condado como el ducado, en personas diferentes. Lo mismo sucede con el ducado de Hornachuelos que pervive al igual que el más antiguo condado de esa denominación –ambos ostentados por personas del linaje de Hoces–, y con los ducados de Luna y de Montemar. Otros han pasado de condados a ducados, pero sin conservar ambas condiciones, como el ducado de Parcent.

Pero ninguno tan conocido como el condado-ducado de Olivares. El III conde de Olivares, don Gaspar, recibió el ducado del rey Felipe IV el 12 de abril de 1621. Luego recibiría otros ducados como el de Sanlúcar la Mayor (algunos, probablemente de modo erróneo, consideran que éste, recibido en 1625, es el ducado que unió al condado de Olivares y que el Rey le otorgó en 1621 sólo la grandeza) y el de Medina de las Torres, así como, en premio a sus servicios en la batalla de Fuenterrabía, el señorío jurisdiccional de Aracena, conocido como principado de Aracena desde que pasó a los Condes de Altamira. Como buen Guzmán, era hombre de fuerte carácter. El título lo llevaron luego Cayetana de Silva, retratada por Goya, VIII duquesa de Olivares. O María Teresa de Silva y Haro, VI duquesa de Olivares, amén de duquesa de Alba, considerada entonces la más rica heredera de Europa. El IV duque de Olivares, Gaspar de Haro y Guzmán, fue embajador ante la Santa Sede y virrey de Nápoles constituyendo una de las más importantes colecciones de pintura de Europa, con obras de Rafael, Correggio o Velázquez. Su hija única, Catalina, VIII marquesa del Carpio, casada con Francisco Álvarez de Toledo y Silva, X duque de Alba, unió esta Casa con la de Olivares, Carpio y Monterrey. Olivares fue cayendo en desuso hasta que en 1882 Carlos Fitz-James Stuart, XVI duque de Alba pidió la sucesión. Su homónimo, y futuro XIX duque de Alba será XV conde duque de Olivares. El primero obtuvo la grandeza de España que su padre, notable embajador y virrey, le mortificaba no tener. Gaspar, destinado en principio a la carrera eclesiástica, asumió el mayorazgo de su Casa tras la muerte de sus dos hermanos mayores, y logró el cargo de gentilhombre de cámara, que le abrió las puertas a otros más elevados, sumiller, caballerizo mayor, camarero mayor, comendador mayor de la Orden de Alcántara, gran canciller de las Indias, teniente general, tesorero general de la Corona de Aragón.... Cuando Felipe IV ascendió al trono, Gaspar fue hecho Grande de España, y el favor real se volcó en su persona, sucediendo en el valimiento a Uceda. Desde entonces hasta cuatro lustros más tarde, su poder no tuvo igual en el Imperio Español. En Loeches reposa quien manejó los hilos de la política, con afán unificador, reformista y mano firme.