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Dior pone el antifaz a la jet madrileña

Naty Abascal destacó con un tocado hecho por artesanos en Sevilla y Pedro Almodóvar, con bufanda azul, lucía más delgado.

Naty Abascal con vestido de terciopelo negro
Naty Abascal con vestido de terciopelo negrolarazon

Naty Abascal destacó con un tocado hecho por artesanos en Sevilla y Pedro Almodóvar, con bufanda azul, lucía más delgado.

Aleluya, volvemos por antiguos fueros y costumbres en desuso. Me reanima saber que París celebró anoche el tradicional Baile de las Debutantes, un sarao que antes quitaba el sueño y marcaba socialmente a las que no podían hacerlo. Impactaba, y su exclusividad ponía a las chicas al borde del infarto. Era bastante clasista, en España no arraigó porque somos liberalotes y miraban con lupa de aumento a las aspirantes a ponerse de largo y bailar el vals como eurovisivamente pedía José Velez. Es fundamental en tal debut. Remozan con lo de ayer, que esta vez se celebró en el Hotel Península con cincuenta guapas en edad de merecer. Tienen fortuna y grandes apellidos, como Eugenita de Alba, que va triscando diversiones y viaja como nunca acompañando a su novio; por eso faltó al tercer aniversario del fallecimiento de su madre, donde no faltaron Carmen Tello ni la marquesa de Saltillo.

Aplaudo jubiloso y fuera de mí esta costumbre antaño ancestral, igual que retomar el uso de grandes sobres negros con el nombre y la dirección escritos a mano y en dorado, como en los viejos tiempos. Es chic y evidencia que quien lo envía es alguien exquisito. De momento lo usan solo comercialmente, pero acabará imponiéndose, y bien se vio en el baile de máscaras de Dior que días atrás devolvió el brillo al macizo palacio de los duques de Santoña, título no muy antiguo que perteneció a una Fitz-James Stuart y eso incrementa el pedigrí como el XVIII de su recia construcción esquinada con Atocha, zona muy isabelina. Una enorme y regia escalinata conduce a la sorpresa de salones con distintos decorados: uno con espejos recubriendo sus paredes y otro muestrario de muñecas románticas que algunos compararon con el llamativo tocado afro, guineano o congolés que Naty Abascal combinó con un discreto pero caro modelo de terciopelo negro. Ya saben, antes muerta que sencilla, de ahí que rematase su siempre erguida testa con una especie de abanico de fibra natural nada que ver con los antifaces venecianos que llevaba la mayoría. «Lo hicieron con mis indicaciones los Tolentino, unos artesanos de Sevilla que hacen cosas fan-tás-ti-cas-», me dice, usando su palabra preferida. En todo caso, nadie entendió muy bien a qué venía taparse los ojos. Muchos optaron cómodamente por pintarlos con purpurina multicolor, como Ramiro Jofre, especialista en estas reuniones de «qualité» y buen gusto desde sus tiempos en su añorada época de Joy Eslava, donde creó y realzó una cúpula pasmosa. Pedro Almodóvar la miró por si era tan kitsch como alguno de sus filmes. Él asistió solo y de paisano, realzando su delgadez con alpaca gris perla. Tan solo un pañuelo azul al cuello le daba cierto aire macarra. «¿Trabajando?», le pregunté. «Estoy feliz porque hoy acabé el próximo guión. Es una película solo de hombres»,me dijo, conservando el misterio o casi aumentándolo con una sonrisa socarrona. Habrá que ver.

Esta semana hubo reuniones con mucha repetición de caras: la baronesa Thyssen llegaba de Abu Dabi tras asistir a la apertura del nuevo Louvre, para el que prestó alguna obra de exposición temporal. «Es fabuloso y rompe moldes», se entusiasmó al lado de Borja y Blanca, que estaba feliz de ver «mi obra expuesta en el Thyssen» tan familiar. La suya era una de la veintena de Venus reinterpretadas por artistas y famosos. Una desnuda y herida la firma Antonio Vigo, ex cuñado de Doña Letizia. Rossy de Palma usó escayola y metacrilato para interpretar la suya, mientras que es muy púdica la de Cristina Bergoglio, que se presentó como «sobrina del Papa» e hizo bizquear. Para la subasta solidaria Cuesta lució una falda de largura degradé, mientras que su marido mantiene la barba ya venerable. Carmen Cervera sigue animosa y tan juvenil como siempre.

La peña IV poder

Lo mismo demostró Mónica Pont al comer en Casa Lucio con la Peña IV Poder, que tiene su feudo junto a los huevos estrellados. La catalana contó y se desahogó, poco faltó para que llorase. Vive una tragedia: «No seguiré luchando por recuperar a mi hijo. Sus abuelos paternos son caciques de Gerona y nadie les tose. Lo controlan todo. Veo al niño cada quince días –qué dolor materno– y a sus 14 años me ha pedido que espaciemos los encuentros porque teme represalias. “Si te veo más –me dijo– papá me quitará todo lo que me regaló”», afirmó y nos dejó ojipláticos y sin llegar a creerlo del todo.

–¿Y de qué vives, Mónica, después de tanto tiempo sin una serie o una comedia?

–Trabajo desde los 14 años y conservo mi primer sueldo. Guardo todas las ganancias y supe invertirlas. Con Lina Morgan fueron 60 capítulos de «Hostal Royal Manzanares». No la olvidaré. Me ayudó mucho y hasta me enseñó a hacer reír.